Ann:
Oficialmente, las cosas acaban de joderse aún más.
Y tanto Werner como yo lo tenemos claro.
Le hablé de toda la situación, se la expliqué a detalle para que lo entienda, ya que más adelante necesitaré su visto bueno para salir del comando y encargarme de mis asuntos.
Él llegó a la conclusión de que ésto afecta tanto a mi organización como a la suya, y a regañadientes, acepté que así era. Puedo hacerlo yo sola, de eso no tengo duda, pero prefiero prevenir cualquier grieta que pueda haber en mis futuros planes y aceptar la ayuda de Werner y la de los demás.
Luego de esa larga charla, y de las irrefutables órdenes de Werner de mantenerlo al tanto y de mi mutismo como respuesta, nos quedamos en un tenso silencio.
Podría haber dormido un poco, tal y como lo había planeado antes de ir a la ciudad, pero, por más que lo intenté, no podía acallar mi mente con las mil cosas que pasaban, se cruzaban y se enredaban en ella.
La gran parte de nuestro viaje de regreso fue caótico.
Hasta que Werner, al ver mi inquietud, de muy mala gana y fingiendo casualidad, encendió la radio.
Hubiera creído que la encendió por él y por su infinito amor a la música, y no por el estado taciturno en el que me encontraba en ese momento, pero no creo que el estilo pop chillón (como lo había llamado él hace varios días) sea lo suyo.
La música funcionó, pero ninguno de los dos lo mencionó. Creo que Vanessa sí tenía razón cuando una vez, en la hora de la cena, dijo que el General era amable, al menos, a su modo tosco y gruñón.
Fue así como nos mantuvimos el resto del viaje, sumidos en los problemas que se aproximan para ambos bandos.
Como si mi condena con la OMI no fuera suficiente.
Exhalo con fuerza, mirando al techo de la sala de juntas mientras me desparramo en la silla.
Es temprano, tan temprano que cuando llegamos, todavía faltaba una hora y algo para que amaneciera, y para que el comando comenzara a funcionar.
Podría aprovechar esa pequeña hora para tomarme una siesta. O ir a la cafetería que abre las 24 horas para comerme algo.
Pero no.
En lugar de eso me encuentro aquí, en la sala de juntas, muriendo de hambre y junto a la persona que ordenó ya mismo tener una reunión.
Lo único que me permitió hacer fue ducharme para quitarme toda la sangre y porquería que tenía encima.
—¿Por qué tardan tanto?— bostezo, estirándome en la silla.
No lo veo, pero siento sus ojos sobre mí.
—Porque los acabamos de llamar, Ann. Deben estar despertándose o duchándose— dice en tono cansado—. No todos tienen a una mafiosa irritante que nos despierta en mitad de la noche y nos mantiene así hasta el amanecer.
Me mira mal, y tanto él como yo tenemos las ojeras muy marcadas y oscuras. Se ve agotado.
Al menos no soy la única que está muriendo de sueño y sí, eso me hace sentir mejor.
Se lleva la mano al pelo y logro ojear las heridas que tienen sus nudillos. Me ha dicho que le rompió la cara a un tipo y que no es nada grave. Mis ojos vuelan al pequeño corte que tiene en la mejilla y cuando me descubre observándolo, entrecierra sus ojos con recelo.
—Sabes...— murmuro y poco a poco, voy esbozando una pequeña sonrisita —. Eso que dijiste podría sonar muy mal en otros contextos.
Resopla sin diversión y me dirige una expresión pétrea.
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INMORAL-[En Proceso]
RomantizmNadie conoce su rostro, pero eso no evita que el mundo la tema. Luego de la muerte del líder de la mafia, Ann Dankworth se convierte en la primera mujer que gobierna la mafia americana. Con 24 años, es una de las mujeres más poderosas del mundo y na...