Capítulo 9 Tibio

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Justo a unos diez metros de las cuevas la troglodita se encontraba sentada en una piedra. A un lado estaba el Velociraptor que sería la cena y a sus pies los restos de las naranjas que ya había comido. Bastante bien considerando el hecho de que ella tuvo que arrastrar al Velociraptor la mitad del camino.

Mark se debatió entre quedarse o ir a su cueva, al pensarlo la segunda opción le parecía mejor. No quería ver el proceso que harían para cocinar la carne, sentía que sería una molestia. Al final igual las dudas aquejaron su mente. “¿Tienen alguna forma de preparar la carne para mantenerla o solo dejan podrir lo que no pueden comer?”

Sentado sobre la “cama” miró la fruta en su mano, sin duda una naranja. Después de pelarla comenzó a comerla, al absorber el jugo se sintió extrañamente fresco, no dulce pero sin necesidad de agregar algo como la sal para obtener mejor gusto. Estaba perfecta. Por más que lo pensara aún se sentía fuera de lugar tanto como es posible. Tenía la impresión de que su determinación a adaptarse a su nueva vida no iba a ser tan fácil como pensarlo, tal vez ni siquiera ocurriría. Un nudo en su garganta le impidió seguir tragando, no quería llorar, no lo haría. Pero como si de un castigo se tratase aún quería atormentarse con el “si hubiera”.

Fuera de ahí las dos personas con las que compartía convivencia se dedicaban a preparar la cena. El proceso fue simple, dedujo Mark cuando al cabo de unas horas con la puesta de sol en proceso fue llamado por la mujer.

-Vamos a llenarnos las pancitas –es la expresión que usó.

Mark estaba cohibido en su lugar. Había dos troncos alrededor de una “fogata”, llamémosle cocina incivilizada. En el tronco que quedaba en frente estaba la troglodita, su vista centrada en la carne insertada en un palo justo encima del fuego, casi asegura haberla visto babear. El troglodita estaba sentado en su mismo tronco, razón suficiente para recogerse en una esquina. No podía ir al frente y evitaba mirar al lado. La situación era tan incómoda como para no pensarlo dos veces y renunciar a la comida, pero su estómago no se lo permitiría, soltando gruñidos en intervalos. Por esta vez se encontraba en la misma situación que su compañera del tronco vecino, babeaba a la espera del momento en que pudiera satisfacer sus ganas de ingerir alimento.

El proceso de cocción de la carne de dinosaurio que estaban empleando no le pareció distinto al asado de un cerdo. La forma de insertar la carne como en una púa y colocarla orquestada sobre un hueco en la tierra de poco menos de 40 centímetros donde se encontraba la leña encendida, mientras le daban vueltas, definitivamente no le era desconocido. Aunque los asados en su familia siempre eran al horno, ese método lo había visto en acampadas, un poco menos improvisado, pero era lo mismo y recordaba perfectamente la espera de horas para terminar el proceso.

Un rato después el troglodita se acercó a la carne e hizo señas a la mujer. Juntos bajaron la púa y la colocaron con cuidado sobre unas hojas enormes dispuestas a un lado. Mark ya las había visto pero no sabía que uso le darían, solo ahora se daba cuenta de que era la “bandeja”.

El troglodita sacó un cuchillo de piedra que incluso tenía un mango elaborado de un material extraño, tal vez alguna piel de animal. Con él comenzó a cortar la carne, extremadamente humeante y caliente, aun así la tomaba con sus manos como si no quemara y la ponía sobre otras hojas que la troglodita colocaba a su lado. Cuando creyó que era suficiente con el gran fragmento de carne que a trozos malamente cortados  había extraído, dejó de cortar y se puso de pie.

Mark había estado observando todo con los nervios a flor de piel. Cuando el troglodita se incorporó solo pudo fulminarlo con la mirada y el ceño fruncido ¿No le dolía? ¿Acaso la carne no humeaba o eran ideas suyas? ¿Cómo sus manos no se habían quemado? ¡Definitivamente le había visto arrugar la cara dolorosamente dos de tres veces!

Se debatía consigo mismo si estaba destinado a presenciar más de estas locuras ¿Qué faltaba? ¿Qué beban de su sangre como agua mineral? Vaya, no se sorprendería. No cuando su primer recuerdo de este hombre lo colocaba en cuclillas bebiéndose la sangre de un animal.

-Toma –levantó la cabeza y frente a él estaba la troglodita extendiéndole un recipiente casi igual a los que habían en la “mesa” dentro de su cueva. En él estaba una porción de carne colocada sobre hojas, como si evitara embarrarlo o quizás simplemente no perdería el tiempo retirando esas hojas.

-¿Para mí?

-Sí, es tu parte –colocó el recipiente en manos de Mark –Roro ya se encargó de refrescarlo un poco –le explicó sonriente y volvió al lado del troglodita que se había sentado esta vez en el tronco frente a él y ya estaba degustando su parte.

Mark bajó la mirada a lo que tenía en sus manos. Se sentía tibio a pesar de las hojas y el material de lo que estuviera hecho aquel objeto cóncavo.

-Tan tibio…

Tan tibio como la primera vez que cogió una galleta recién horneada con sus manos y terminó por tirarla al suelo o como cuando sus amigos compraban en puestos ambulantes algún aperitivo y terminaba arrojándoselo a cualquiera por no poder con la sensación de quemarse. Se sentía tibio pero no le quemaba. Inclusive hubiese querido que le quemara.

Mark no supo en qué momento había llegado a su cueva, solo que ya había entrado. Colocó el recipiente sobre la improvisada mesa y le miró sin mirarlo. Sus ojos dirigidos hacia ese lugar, pero su mente en algo más. Se sentó y observó una vez más el espacio que lo rodeaba, la entrada que no tendría una puerta para asegurar privacidad, la dura cama sin cobijas, el techo del que no sabía si tendría que quejarse algún día por una filtración.

Mark tomó un fragmento de carne con la punta de sus dedos.

-Me sirvieron demasiado –fueron sus palabras mientras esbozaba una sonrisa.

Despacio la acercó a su boca y la introdujo llevándose con sus labios el fragmento de grasa que quedó en la punta de su dedo índice. Masticó casi como si temiera hacerlo. Sus ojos comenzaron a tornarse acuosos, las lágrimas rodaban otra vez. Tragó y metió otro trozo a su boca, esta vez más grande. Después otro y así, pero las lágrimas no paraban de caer. Sus mejillas se habían llenado cual ardilla.

-Está mala –soltó mientras llevaba un trozo más a su boca y no pudo evitar reírse casi escupiendo lo que tenía aun sin masticar. Tragó y tosió, limpió su rostro con el dorso de la mano disponible –Está realmente mala, y quema –otra risa se le fue entre las lágrimas que aún no paraban de brotar así como él no paraba de comer.

La oscuridad ya reinaba en la cueva que solo contaba con la iluminación de los astros sobre su entrada. En ella un joven en posición fetal junto a un cuenco lleno de hojas sin más que restos de grasa. Una sombra se hizo presente ante la entrada alargándose producto al choque del cuerpo con luz natural que terminaba donde se encontraba Mark profundamente dormido. Esa sombra se hizo cada vez más corta debido a que la persona a la que pertenecía se acercaba cada vez más al interior. Unos ojos se posaron sobre el durmiente Mark por segundos y al siguiente instante estaba cubierto por una cobija de piel. Miró el cuenco vacío y recogió las hojas, sin más salió sin un ruido como si nunca hubiese estado ahí, excepto por el hecho de que ahí nunca hubo una cobija.

Un novio en la edad de piedraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora