Duodécima bala: Entonces son dos preocupaciones

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—Estos zapatos no son los mejores para correr —se quejó Yuzu. Debido a la repentina carrera, los pequeños tacones que usaba terminaron por lastimarle los pies.

Mei también experimentó el dolor por la huida, aunque a diferencia de Yuzu, no se quejaba con palabras. De igual manera, agradeció que Joey decidiera ocultarlas al interior de una pequeña cafetería. Como era de esperar, una amable chica vestida de sirvienta se ofreció a tomar su pedido, el cual tendría un atractivo descuento debido al evento celebrando. Tuvieron que actuar como unos clientes regulares, aunque sus bebidas terminarían por desperdiciarse en caso de verse amenazados nuevamente.

Las Aihara se imaginaban el riesgo que corrían. Hasta donde conocían a Joey, estaban seguras de que la alerta no fue motivada por cosa de nada y si tuvieron que dejar a un lado su coartada era a causa de un peligro real. Los hombres de Sato debían estar cerca, tanto que no daba tiempo de actuar según lo planeado y era mejor huir. Al menos, así lo creyó Mei. Yuzu, por su parte, temía que los disfraces y sus habilidades con el maquillaje no fueron suficientes para despistar a los maleantes, cosa que Joey pudo adivinar al notar actitudes sospechosas entre la multitud. Más complicado, pero posible. Sin importar como fuera, ambas estaban conscientes del peligro y estaban listas para otra carrera hasta el vehículo de escape, un tiroteo o, si todo salía mal, defenderse con las uñas.

Joey, en cambio, no tenía ni la menor idea de cómo informales que no había ni un solo matón de Sato cerca y que su señal de alerta fue provocada por las tres amigas de sus clientas. No encontraba una manera digna de comunicarlo. Podía plantar cara a cuanto matón se le presentara, pero de un grupo de chicas preparatorianas se veía obligado a huir. Le resultaría imposible conservar la confianza de Mei y Yuzu si mencionaba algo como eso. Lo mejor que podía hacer era mantener la idea de que les perseguían los secuaces de Sato.

—Señor Horse —le llamó Yuzu. Si bien la cafetería estaba llena, no era especialmente ruidosa—. ¿Cuántos eran?

—¿Perdón? —se mostró ofuscado al reaccionar. En su cabeza, era un lio provocado por las palabras de la rubia y sus pensamientos—. No te escuché muy bien.

—Solo quiero saber cuántos matones son.

—Parece nervioso —intervino Mei—. ¿Son tantos?

—¿Eh? Oh claro, esos tipos —respondió con una sonrisa que intentó ser amistosa. Lo logró, aunque por dentro sentía vergüenza. Ahora debía mentirles—. No es que sea muchos, solo noté a tres. Nada que temer.

Las Aihara se dirigieron la mirada, pero no fue aquel gesto acostumbrado. A lo largo de su convivencia, Joey notó que muchas veces ellas se dirigían ciertas miradas amorosas, sobre todo provenientes de Yuzu, mismas que desataban un ataque de pena. Ambas terminaban sonrojándose y cortaban con su contacto visual en el acto. En esta ocasión, fue diferente. Había cierta complicidad entre ellas, dando a entender una comunicación silenciosa. La rubia dio una cabezada y alzó las cejas.

—Si las cosas se han complicado, debería decirnos —sentenció Mei. Aunque su tono de voz resultaba monótono, era evidente la importancia que le daba al asunto. Joey volvió a sentirse sorprendido por sus clientas. ¿Eran en verdad tan jóvenes como decían?—. Es evidente que algo le preocupa. Si es con relación al plan de escape, es necesario que lo sepamos.

—Chicas, tranquilas. Aunque en cierto modo tienen razón —desvió la mirada un segundo, como si eso le permitiese ganar tiempo. Tal vez lo mejor para el asunto era decir la verdad, mas no toda. Las verdades a medias eran algo habitual en su entorno y, según le enseñó su misma experiencia, guardarse información puede salvar una misión o tu reputación, según sea el caso—. Verán. Yo no soy un hombre de acción como Julian. Claro, sé pelear y también usar armas, pero mi principal función siempre fue conducir. En cierto modo, me preocupa encontrarme de frente a esos matones. Eso no quiere decir que no pueda defenderlas, pero igual prefiero evitar cualquier pelea.

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