Decimosexta bala: Cabeza dura

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Matsuri contemplaba el dañado techo de la habitación. Tal vez la construcción era tan vieja como la misma ciudad y se mantenía en pie gracias a un milagro. Había un par de agujeros por los cuales se colaba una brisa fresca que apenas y le acariciaba el rostro. Por suerte, se encontraban en el primer piso y en caso de una lluvia no tendrían problemas por goteras. Para su disgusto, no recibía la misma protección al ruido provocado en el piso superior. Cada que Sato gritaba a sus hombres, cuando sus zapatos golpeaban el suelo con fuerza en un arrebato de disgusto o nerviosismo, al sonar varias piezas musicales a un volumen alto acompañadas por más zapateos, todo eso llegaba a sus oídos y se tornaba molesto. Desde hacía unas horas, Sato estaba muy inquieto y el motivo era claro. Se jugaba la última oportunidad para capturar a las Aihara. A Matsuri le hubiese gustado advertirles que la dichosa negociación de rehenes era una trampa.

Giró sobre su futón para contemplar a sus amigas. Aunque el colchón era viejo, su desgaste era más que evidente y emanaba un olor extraño (mas no desagradable); estaba sorprendida por las atenciones de sus secuestradores. Al principió creyó que permanecerían atadas a unas sillas, apenas comerían y los maltratos al menos serían verbales. Pronto descubrió lo equivocada que estaba. Pasaron la primera noche de su rapto encerradas en esa misma habitación y de comida recibieron un pan acompañado por una lata de refresco. A la mañana les dieron una pequeña ración de arroz y un vaso de agua. Más tarde subieron al aposento de Sato, donde fueron atadas a unas sillas. Tras llamar a los mercenarios, él dio un par de órdenes a sus secuaces; un par de estos entraron a liberarlas de las ataduras para no volver a tener contacto con nadie hasta la hora de la cena. Otra vez un pan y una lata de jugo gasificado. Al menos no morían de hambre, pero su alimentación dejaba mucho que desear.

Salvo la poca comida, misma con un bajo valor nutricional, el trato que sus captores les daban no era del todo malo. Apenas y tenían contacto con ellos, aunque siempre había uno frente a la puerta para vigilarles. Incluso llevaron a Nene al baño todas las veces que lo solicitó (para esto, optaron por amarrarle una soga a la cintura). Solo uno de los secuaces les fastidiaba pidiendo las claves de sus teléfonos, cosa que ninguna reveló. El único que llegó a lastimar a Matsuri fue Sato quien, además, tenía el comportamiento más errático.

Matsuri suspiró. Nunca pensó que en algún momento de su vida sería secuestrada y menos por algo que ella ni siquiera hizo. Vender fotografías a hombres pervertidos por internet o estafarles con citas falsas eran actividades que pudieron darle varios problemas, pero nunca los tuvo. Siempre logró su objetivo, su integridad física estaba intacta y ganaba dinero a pesar de los riesgos tomados. Al final, su relación de amistad con las Aihara le llevó a esa delicada situación. Si las cosas terminaban bien, estaba decidida a cobrarle las molestias a sus "hermanas" mayores, aunque en el fondo sabía que también era culpa suya por entrometerse en asunto que no debía. Por supuesto, no aceptaría esa culpa.

Sin duda, Nene era la más nerviosa ante la situación. Cualquier paso que escuchaba detrás de la puerta era suficiente para que el miedo se apoderara de ella; temblaba sin control y tanto sus manos como la frente se llenaban de un sudor helado. Harumi, también alterada, era capaz de controlar sus emociones de manera más efectiva. Aparte, el calmar los volátiles nervios de Nene le ayudaba a enfocarse y no perder la cabeza ante la situación. Todas sabían que la menor provocación les exponía al peligro y solo era cuestión de tiempo para que los maltratos se presentaran. Matsuri no estaba dispuesta a esperar.

Desde el primer momento en que pusieron un pie dentro del edificio, la mente de Matsuri comenzó a trabajar en una vía de escape. Tal vez sus raptores eran muy confiados o muy tontos, pues cometieron el error de no vendarles los ojos al momento del secuestro. Desde su partida de Akihabara hasta llegar a la guarida de Sato, las tres chicas pudieron ver todo el recorrido. Sabían que su ubicación era a las afueras de la ciudad sobre la carretera a Yokohama. Dar información sobre su paradero sería sencillo, cualquiera podía describir a detalle el lugar donde estaban cautivas y ofrecer las indicaciones necesarias para llegar hasta ahí; el problema era tener acceso a un teléfono. Los celulares fueron confiscados por aquellos hombres y recuperarlos era complicado a pesar de su cercanía.

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