Decimoséptima bala: El asalto de los gaijin

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La soledad es algo que Mei Aihara conoce muy bien. Le ha acompañó desde que tiene memoria hasta sus primeros años de preparatoria. Vivir con lujos y altas expectativas por cumplir no amedrentaban el abandono en que su propia familia le dejó. Sin embargo, nunca les culpó ni reclamó por ello. Desde pequeña comprendió que los Aihara tenía asuntos importantes que atender y en algún momento ella se involucraría en todo tipo de actividades que mantuviesen a flote tanto la Academia como otros negocios de su abuelo. Llegó a pensar que la soledad sería su única compañía aun después del matrimonio y el nacimiento de sus hijos; era algo que daba por hecho y aceptaba sin lamentarse. Nunca imaginó que la soledad sería suplantada por una alegre, deslumbrante y enérgica chica con el cabello teñido de rubio.

Aquella joven escandalosa se presentó como su hermana y sin saberlo, sus vidas cambiaron desde ese momento. Poco a poco, con el paso de los días sus corazones se abrieron el uno al otro hasta que nació el amor entre ambas. La soledad a la cual estaba tan acostumbrada le abandonó a media que Yuzu formaba parte de su vida con el día a día. Sin darse cuenta, la ruidosa chica que en más de una ocasión estuvo a nada de ser expulsada de la academia se volvió la persona más importante en su vida. Ahora, un hombre avaricioso y carente de escrúpulos se la arrebató ante sus ojos. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Mei no pudo conciliar el sueño.

Esa noche apenas logró dormir. El remolino de emociones aun atormentaba su mente y las imágenes de lo ocurrido en el casino se repetían una y otra vez hasta el trágico final. Tenía fijo en la retina el momento en que los matones de Sato se llevaron a Yuzu de su lado sin poder hacer nada para remediarlo. El golpe que se dio al caer entre los contenedores de basura apenas era una molestia; el verdadero dolor estaba dentro de ella y volvía cada vez que cerraba los ojos. Ni siquiera el tierno abrazo de Kumagoro bastaba para calmar sus peores pensamientos y el vacío que sentía en el corazón. Un río de lágrimas corrió por sus mejillas, mojando con estas al oso de felpa. Tras unos largos minutos, cayó dormida.

Pasaron las horas y llegó el amanecer. Pudo ser la costumbre o solo el frágil sueño en que cayó a causa de su dolor, pero Mei despertó con los primeros rayos del sol que se filtraban por la ventana. Giró la cabeza a donde debía estar Yuzu para solo encontrarse con una cama vacía. El colchón le pareció enorme; daba la sensación de haber crecido durante la noche. Dejó salir un pesado suspiro que pudo escucharse en toda la habitación. Agradeció no soñar con el secuestro de Yuzu, pudo disfrutar de un poco de paz aunque al abrir los ojos regresó a la cruel realidad. De nuevo estaba sola y a pesar de tratarse de una sensación conocida, había algo distinto. Era doloroso, le desgarraba el alma no saber que pasaría a partir de ese momento. Pero aun entre todas sus preocupaciones, una pregunta le incomodaba: ¿por qué Yuzu? Daba vueltas a la situación una y otra vez; los esbirros de Sato pudieron llevarse a ambas, hasta donde sabían ese era su objetivo, pero cuando tuvieron la oportunidad, solo Yuzu fue secuestrada. Sky preguntó lo mismo mientras volvían al refugio, extrañado por el proceder de aquellos hombres. No fue hasta ese momento que Mei pensó en ese detalle.

Más tarde escuchó la voz de Joey llamándole detrás de la puerta. Era la hora del desayuno y aunque el conductor dijo que comprendía si no quería comer, ella respondió que estaría con ellos en un momento. Se cambió la ropa, dejó el uniforme del casino Benio perfectamente doblado sobre la cama aunque pesaba sobre ella la pena de las arrugas en el pantalón. La noche anterior no tuvo el ánimo de quitárselo y se arrojó a la cama aun disfrazada como una empleada del lugar. El maquillaje fue un problema que se sumó a su mañana. Recordó que Yuzu utilizaba una crema para removerlo, pero no recordaba cual de todas era. Tras varios intentos durante los cuales avanzó en base a prueba y error, logró limpiarse la cara.

Al salir de la habitación fue recibida por un sonriente Joey, tal y como era habitual verlo durante los días anteriores. Sin embargo, esa mañana había algo diferente en él. Su acostumbrada mirada alegre carecía de ese brillo especial que por tantos días le otorgó una sensación de calidez a los refugios que compartieron. Había en sus ojos un gran lamento; Joey sentía lo ocurrido durante la noche como un gran fracaso, algo que también se reflejaba en su voz forzosamente animada. Tras el saludo, le ofreció el desayuno. Mei no tenía apetito alguno, pero tampoco quería despreciar el amable gesto del conductor. Le dio las gracias y tomó asiento. El silencio en la sala se tornó pesado; ya estaba acostumbrada a escuchar música durante la mañana o ser testigo de los entusiastas comentarios que Yuzu y el mercenario pelirrojo intercambiaban sobre algún manga. Incluso mirar a Sky callado era una novedad, una muy extraña.

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