Décima bala: Aquí está lleno de otakus

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Harumi estaba ahí, sola, extrañada, vulnerable y, por sobre toda sensación, fuera de lugar. Su primera excursión a Akihabara, misma que ocurrió hacia poco tiempo, le demostró que ella no encajaba en ese lugar. No solo la gente es distinta a lo que acostumbra, también las tiendas diferían mucho a sus intereses, la ropa de los compradores a su alrededor se alejaba de sus gustos, los pequeños restaurantes y las cafeterías le causaban una incómoda intriga. Incluso el aire que respiraba se sentía diferente, más pesado y asfixiante. Ni hablar de las calles; luces neón a cada metro, pantallas luminosas por todas partes llenas de caracteres brillantes, esa infinidad de figuras coleccionables de personajes animados en cada una de las repisas y estantes de las tiendas. Todo era tan llamativo, tan vivo, pero no de una manera que a ella le agradara.

Metió la mano a su bolso, sacó de este su fiel espejo y lo abrió. Después de su primera visita, comprendió que presentarse en un sitio como ese requería la debida indumentaria para sobrevivir a las largas filas en las tiendas, las miradas indiscretas y el calor propio de la época. Las zapatillas deportivas se volvieron el calzado oficial para esas situaciones, así como una gorra para protegerse de los rayos de sol; en cuanto a la ropa, como no pensaba gastar ni un solo yen en prendas holgadas ni vestir una sudadera como la de Matsuri, optó por la ropa más casual de su armario. La blusa apenas y remarcaba el contorno de su cuerpo, mientras que el pantalón blanco le daba cierto toque de elegancia apenas suficiente para marcar su estilo personal. Del maquillaje apenas se notaban unos cuantos retoques; no estaba al natural como lo exige la academia, pero usaba lo necesario para darle a su rostro un aspecto fresco que le dejaba entre la juventud y la madurez. Estaba conforme con lo logrado, aunque no pudo evitar suspirar. ¿Por qué aceptó ir de nuevo ahí? Claro. Sin Yuzu cerca, no había mucho que hacer. No quería pasar su día libre en casa y la idea de salir a pasear sola no le agradaba ni un poco. Su única opción se redujo a una: aceptar los planes que la diablilla de cabello rosado había ideado.

—¿Qué le habrá interesado tanto de este lugar? —se preguntó.

A su lado pasaron un par de chicos vestidos con armaduras relucientes, iguales a las que ciertos caballeros elegidos por la diosa Atenea utilizan para pelear en su nombre. Para Harumi fue inevitable seguirles con la mirada hasta que doblaron en la esquina y desaparecieron tras un edificio lleno de pantallas. Ella usaba ropa ligera y sentía que la temperatura de la ciudad ya se tornaba fastidiosa. ¿Cómo era posible que aquellos dos usaran algo como eso sin problema? Y no solo eran ellos. Desde su llegada fue testigo de un desfile tan llamativo como la misma Akihabara. Ángeles, demonios, caballeros, sirvientas, colegialas, hechiceros, incluso robots pasearon ante sus ojos. Ya había visto algo similar mientras esperaba junto a Nene su turno para entrar a la librería aquella vez, pero en esta ocasión eran más frecuentes y se les notaba más animados. ¿Acaso a Matsuri le interesaba algún evento de disfraces? No podía descartarlo.

—Entonces, ¿te gustan los hombres con armadura? —escuchó a sus espaldas una voz aguda.

La reacción de Harumi fue un salto inmediato seguido por un grito agudo que hizo voltear a más de una persona en la calle. En cuanto los transeúntes notaron que el escándalo provenía de dos chicas de preparatoria, les ignoraron y volvieron a sus asuntos. Con el corazón latiendo a un ritmo doloroso, el rostro pálido y el espejo de mano colgado en sus dedos, Harumi se dio la vuela. Aun le costaba respirar, primero por el susto, luego por el enojo. Apenas su mirada hizo contacto con los azules ojos de Matsuri, se preguntó cuánto tiempo debería pasar hasta que ella se canse de fastidiarle. La llegada de Yuzu a la Academia Aihara le trajo una gran alegría, a su mejor amiga; por otro lado, también atrajo una gran molestia a su vida, esa chica de cabello rosado que le sonreía maliciosa, divertida por la travesura de asustarle.

—No me dejas las cosas sencillas, senpai —continuó hablando como si nada hubiese pasado. Poco importaban las miradas de la gente o que Harumi tuviese una expresión de odio en el rostro—. Pero está bien, todo sea porque al fin me hagas caso.

Bullet daysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora