Capítulo 39

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Jade Mackenzie

Lentamente fui recuperando la conciencia. Intentaba abrir los ojos, pero mis párpados se sentían como si fuesen hechos de cemento, un dolor realmente agudo envolvía mi cuerpo, y punzaba en mi cabeza, haciéndome sentir aturdida y abrumada.

Me forcé a abrir los ojos, encontrándome de lleno con una luz de bombillo color blanca que me cegó por un instante. Traté de observar en derredor, y todo se veía borroso, pero me bastó con absorber todo el aire que mis pulmones me permitieron para sentir aquel olor esterilizado característico de un hospital, el cual reconocía gracias a que ese era el aroma que predominaba en mi amiga casi todas las noches al volver a casa.

Estaba en un hospital, pero no entendía el motivo... ¿Qué había pasado?

Mi vista se fue enfocando poco a poco, comenzando por dejarme ver la mascarilla de oxígeno que cubría mi nariz. No supe el motivo, pero mi primer instinto fue alzar una mano hacia mi rostro para quitármela, mientras mi mirada viajaba en derredor, observando aquellas paredes blancas, hasta detenerse en un hermoso arreglo floral que reposaba sobre un buró al costado izquierdo de la cama. Lo observé por segundos, tratando de alzar mi otra mano, pero un peso extra me lo impedía.

Volteé hacia el lado izquierdo, y el corazón me dio un salto al saber que se trataba de la mano de Caín que reposaba sobre la mía, mientras éste parecía haberse quedado dormido en aquella silla, con la mitad del torso recostado en mi camilla.

La curiosidad por saber qué había pasado solo aumentó, en tanto dirigía mi mano libre hacia su cabello para acariciarlo despacio, acto que lo despertó de su sueño ligero, y segundos más tardes, aquella intensa mirada azul grisácea se posó en mí.

—Jade —se incorporó. —. Gracias al cielo, estás despierta —apoyó los codos sobre la camilla y tomó mis manos, llevándolas hacia sus labios para besar mis nudillos.

Junté las cejas, conmovida, mientras veía su rostro pálido lucir sumamente agotado. ¿Cuántas horas llevaba sin dormir? Tenía ojeras, su cabello estaba despeinado, cayendo por su frente, y aún llevaba puesto un traje de los que usaba en el trabajo, solo que el saco colgaba del respaldar de la silla, lo que me indicó que no había ido a casa.

—¿Cómo te sientes?

Busqué incorporarme y abrir la boca para tratar de responderle, pero solo pude gemir al sentir un poco de dolor en mis articulaciones.

—No trates de levantarte —se puso de pie, posando las manos en mis hombros para obligarme a permanecer recostada. —. Tuviste un accidente de auto —con sumo cuidado y delicadeza, apartó las hebras de cabello que caían por mi frente, mientras me veía con aquellos ojos que reflejaban mucha aflicción. —. Jade, alguien cortó los frenos de tu auto, el accidente fue provocado.

Amplié los ojos, viéndolo con desconcierto. En ese momento hubo un destello en mi cabeza y pude recordarlo todo; recordé el miedo que sentí al pisar el freno cuando estaba por llegar a un semáforo y ver que este no funcionaba, grité tanto de angustia, que comprendí el porqué me dolía tanto la garganta.

Al salir de la empresa aún funcionaban, por lo que nunca se cruzó por mi cabeza que hubiesen sido manipulados. La verdad, no era capaz de pensar en nada más que el miedo de no salir viva de aquello.

Recordé el choque contra un poste de luz, como mi cuerpo se sacudió gracias a la gravedad, la bolsa de aire expandiéndose y golpeándome la nariz, al igual que el fuerte golpe que me di contra la ventana. E incluso podía sentir el dolor en cada una de mis articulaciones, el sabor a hierro en mi boca, y la sangre brotando de mi nariz.

Jefe, ¡Estoy Embarazada!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora