Just because

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El corazón de Jimin latía a mil en esos momentos, y no en un lindo sentido. ¿Quién estaba en su departamento? ¿Qué estaba pasando ahí dentro? Hacía solo un mes que el chico se había mudado a ese edificio, para poder estar más cerca del estudio de baile en el que se la pasaba entrenando, y no estaba listo para sufrir su primer asalto tan temprano. Mucho menos un lunes pasadas las once de la noche.

Pensó muchas opciones, como llamar a la policía directamente, a algún vecino, o hasta huir a casa de sus padres como si nada. Pero, si era la persona independiente que juraba ser, entonces debía de enfrentar la situación. Sería su primer encuentro con un criminal en veintitrés años de vida, así que no le hacía mucha gracia, pero al menos tendría la anécdota (o eso esperaba) para compartir con sus seres queridos después, y la chance de convertirse en héroe. Por ello, después de varios suspiros y palabras de aliento que susurró para sí mismo, dejó su mochila a un costado, apoyada en la pared, y se decidió a entreabrir un poco más la puerta para observar mejor el panorama.

Confusión, eso sintió al ver su sala de estar en perfecto estado. Minutos atrás cuando había llegado y divisado que su puerta estaba abierta, lo primero que había imaginado era encontrar todo patas para arriba, pero la realidad era totalmente... normal. Aún así, no bajó la guardia cuando entró definitivamente. Caminó de forma sigilosa, revisó todo lo que podía, y luego se dirigió al pequeño pasillo que llevaba al baño y a su habitación, pero nada parecía fuera de lo común. Hasta que llegó el momento de pasar por la cocina-comedor, y ciertos sonidos se hicieron presentes. Los cuales hubiese reconocido de no estar tan asustado por la supuesta invasión, pero no lo hizo. Por eso entró a esta de repente con un grito desaforado, mientras apuntaba a quien fuera que estuviera allí con la escoba que había tomado segundos antes por precaución.

Lástima que no era necesario pegarle a nadie, porque la persona que se encontraba en el departamento era nada más ni nada menos que su novio, a quien le había dado una copia de las llaves hacía una semana atrás. El chico se asustó con el repentino grito, y el mismo Jimin quiso morir al ser consciente de la estupidez que acababa de hacer, pero no pasó mucho hasta que todo en esa cocina fueran risas.

- ¡Jeon Jeongguk! ¿Por qué no me avisaste que vendrías? - Quiso fingir molestia, pero la verdad era que el alivio era lo que reinaba en su corazón.

La risa del contrario siguió llenando el departamento.

- Si lo hubiese hecho, no sería una sorpresa.

- La próxima vez, deberías cerrar mejor la puerta si es que planeas invadir una casa que no es tuya.

- Disculpa, pero era parte del plan.

- ¿Querías hacerme morir de un infarto?

Asintió con la cabeza mientras cortaba vegetales, sin mirarlo a la cara para ver su expresión de ofensa. Jimin lo abrazó por detrás entonces, como indicación de que precisaba su atención. Así, cuando el chico dejó de cortar y volteó la cabeza a un lado para que sus ojos se encontraran, lo besó cálidamente en forma de saludo. Seguía sin entender por qué Jeongguk estaba ahí, pero no tenía ninguna queja al respecto. Llegar de un arduo día de entrenamiento y tener a su amor con él era sin dudas una sorpresa hermosa, y un sueño hecho realidad. Mentiría si dijera que no había fantaseado con eso tras haberle dado una copia de las llaves.

El dueño de casa procedió a recoger su mochila antes de dirigirse al baño para ducharse, si bien lo había hecho en los vestuarios de la academia, siempre prefería tomar un baño mucho más relajado y largo en casa. Más después de haber sido rechazado cuando ofreció su ayuda con la cena que su pareja preparaba. Definitivamente algo estaba ocultando, porque se veía extremadamente feliz esa noche, pero tendría tiempo para averiguarlo. Y es que, en los cinco años que llevaban de relación, Jeongguk siempre había sido de lo más romántico, dejando en evidencia cada una de sus emociones e intenciones con cada cosa que hacía. Pero con el tiempo se había vuelto mejor en planear cosas. En un principio, no aguantaba ni dos días para dar un regalo o sorprenderlo, porque le ganaba la ansiedad de hacerlo, y cada dos por tres estaba en su casa con muchos paquetes, comida o una carta escrita a mano. A lo largo del tiempo, siendo ya mucho más maduros, sus sorpresas ya no eran tan seguidas ni acarameladas, pero sí muy especiales. Y ahora sí las sabía mantener en silencio. Un ejemplo fue esa noche. Pues en la semana anterior, mientras organizaba todo, había aguantado muy bien las ganas de decirle a Park que el lunes pasaría algo especial. Y ese mismo día en la tarde, antes de que el chico dejara su casa para irse a entrenar, había actuado con la mayor de las naturalidades.

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