El aire frío y despejado del invierno recién llegado invadió mis pulmones acostumbrados a la polución de la ciudad de Londres.
Moví mis labios pronunciando la palabra mágica que Nott me había revelado y, en menos de un segundo, una inmensa casa de estilo campestre, con ladrillos a la vista y rodeada de árboles frutales, se formó ante mis ojos, apareciendo de la nada.
Wow.
Si no fuese por el drástico destino que me tocaba en suerte en ese instante aterrador, creería que podría vivir aquí unas de las mejores vacaciones de mi vida, en un sitio que parecía un sueño hecho realidad.
Pero claramente no.
No eran vacaciones y mucho menos era un sueño en el que podría sentirme libre. En realidad, se trataba de todo lo contrario: una prisión impuesta por un matrimonio no deseado del cual no tenía escapatoria.
Inhalé y exhalé profundamente.
Era cuestión de intentar no morir en el intento y de no cometer el asesinato del hurón depravado.
Y de solo nombrarlo mis entrañas se movilizaban del asco.
Caminé con pesadez, haciendo levitar mis maletas hasta la entrada de aquella casa que más bien parecía una mansión. ¿Cuál sería su valor? Recordaba que Malfoy le había dicho a Nott "si quieres te la compro" como si se tratase de comprar un par de zapatos. ¿De verdad cargaba con tanto dinero? ¿Era tan fácil para él comprar una mansión de un día para el otro?
Me detuve en la doble puerta de roble. Debía admitir que mi corazón bombeaba alocado sin poder detenerse. No sabía si se trataba de los nervios del momento, de lo que podría esperar de mi inesperada convivencia con Malfoy —nada bueno, por supuesto—, o simplemente de la necesidad de salir corriendo de allí y rezar a Merlín pidiendo que todo fuese una infernal pesadilla.
Tú puedes, Ginny.
—Alohomora.
Mi voz apenas susurrante diciendo aquel conjuro dio paso al "clic" que se oyó cuando la puerta cedió. Sin detenerme mucho más, empujé suavemente una de las aberturas, sintiendo de inmediato una ráfaga de calidez en mi rostro, seguro proveniente de alguna chimenea encendida.
Abrí los ojos de sorpresa. El interior era imponente. No al estilo mansión ricachona que esperaba —dado la ascendencia del dueño de la misma—, sino que era más bien una casa campestre lujosa, pero con una ambientación simple y pulcra, tal vez demasiado blanca para mi gusto.
Recorrí la amplia sala de estar con la mirada. No había rastro de vida, o de movimiento, o siquiera de que alguien haya estado allí en las horas precedentes. Lo único que podía oír era el repiqueteo del fuego bailando sobre las brazas y las maderas dentro de la chimenea que se extendía en el costado derecho.
Supuse que Nott lo había encendido antes de nuestra llegada para mantener el interior a una temperatura más acogedora que la que hacía afuera por el invierno que recién empezaba a aparecer, Malfoy no podría ser tan buen anfitrión.
Observé que las escaleras se encontraban al final de aquella sala de estar, dando acceso a lo que suponía era el piso donde estarían las habitaciones. Sonreí.
Ni loca dejaría que Malfoy eligiese él primero la mejor habitación.
Corrí escaleras arriba sin dudar ni un solo segundo. Sabía que estaba actuando un poco —o tal vez demasiado— como una niña pequeña peleando por un dulce, pero no me aparecía dar el brazo a torcer frente a ese hurón de mala caña.
No otra vez.
Mis cejas se fruncieron inevitablemente cuando observé la cantidad de puertas que había en ese piso. ¿Quién diantres tenía tantas habitaciones para convivir consigo mismo? ¿O es que repentinamente Nott esperaba formar una familia más grande que la mía?
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El hurón y su comadreja
Fanfiction-¿Tú quieres que lo haga? -su pregunta dejó el rastro del aroma del alcohol y la menta en mi nariz, tan embriagador y expectante como el momento que estábamos compartiendo. Oh, sí, mil veces sí. -¿Tú quieres hacerlo? -contraataqué en un susurro, cer...