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Stephen

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Stephen...

Stephen..

¡STEPHEN!



La noche que lo cubría prontamente se disipó cuando abrió los ojos abruptamente. Su respiración se aceleró volviéndose escandalosa, sus movimientos frenéticos en busca de la liberación causaban que la cama donde estaba temblará, un pitido bastante ruidoso y molesto lleno la estancia. Era ensordecedor.

—Quieto, ¡Strange calma!

—Ste... ve... Steve ¿¡Dónde está!? ¿¡Dónde está mi esposo!?—comenzó a toser preocupando a la mujer que hacía lo posible para mantenerlo en su lugar. Por su parte la garganta le dolía al hablar, y sentía la boca pastosa por las horas de sueño que seguramente tuvo.—Christine, ¿Eres tú?

—Así es, tranquilízate o te lastimarás—subió la frazada hasta su pecho nuevamente. Se levantó del taburete donde estaba para revisarlo y a los monitores también.—¿Te sientes mejor? Has estado inconsciente desde que llegaste al hospital.

—¿Por cuanto fue eso?—cerro los ojos cansado, sus extremidades dolían.

—Dos días.

—Mierda.

Exhaló sacando todo el aire que no sabía estuvo conteniendo en sus pulmones. Abriendo los ojos dirigió la mirada hacia abajo, hasta todo el resto de su cuerpo. No parecía nada grave a excepción de sus manos que estaban envueltas en vendajes, y su brazo derecho enyesado. No quería entrar en pánico, pero es algo inevitable.

—Palmer, m–mis manos, ¿Estarán bien? Son mis herramientas, no pueden... dime qué no es malo—su voz tembló, su mirada mostraba el miedo que normalmente no se atrevía a expresar como ahora.

—Gracias al cielo estarán bien con terapia, solo vasto una operación para poder arreglarlo—la castaña sonrió al hombre que se relajo notoriamente.—Pero... no puedo decir lo mismo para Steve—volvió a su asiento anterior borrando la mueca que esbozo. Strange viró la cabeza tan rápido que Christine temió que pudiera romperse el cuello.

—Steve, ¿Qué sucedió con él? Dime qué está bien mujer, que salió tan bien como yo—suplico con su vista empezando a cristalizarse.—Christine, ¡Dímelo! ¿¡Él está bien!?

Sus manos se aferraron al brazo del doctor, apretando su agarre un poco. Bajo la cabeza para negar lentamente, temiendo que Stephen tenga un ataque después de lo que tenía que decir.

—No... no podrá volver a caminar. Experimentaron múltiples lesiones por la estrepitosa caída del risco, pudimos acomodar su espina desviada, pero el fémur y distintos tendones destrozados, las torceduras... lo siento mucho.

Su cuerpo sufrió suaves espasmos por el grito que luchaba por contener. Silenciosos sollozos escapaban de su garganta, apretó los labios tan fuerte que dolió, pero no más que la fea sensación atacando su corazón maltrecho. Quiere cerrar los ojos y descubrir que todo es mentira, que simplemente fue una pesadilla y que su amado rubio está a su lado, con una bella sonrisa mientras trata de despertarlo. Si, así es, solo es un estúpido sueño. Inhaló y exhaló intentando, pero el pitido de las máquinas lo devuelven al presente y sabe, que es verdad. Que esto sucedió realmente. Negó direccionando su cabeza hacia la ventana que le daba una perfecta vista de la ciudad inmersa en la oscuridad, con sus lucecitas y demás. Hoy no había Luna, ni estrellas.

—¿St–Stephen?—hipo la mujer con la voz congestionada. Ella sabe perfectamente cuanto ama a Rogers, es testigo de esto y mucho más. Es un golpe duro para el cirujano.—Strange.

—Esto es mi culpa.

—¿Qué dices? ¡No! Esto no es culpa de nadie, le sucedería a cualquiera.

—¡Pero a nosotros no, Palmer!—grito asustando a la castaña.—¡No! Yo debí hacerle caso, debí bajar la velocidad cuando me lo pidió. ¡Llovía y aún así no lo hice! No lo hice... y ahora estamos aquí. Es mi culpa, me odiara para siempre...

Bufo con una dolorosa opresión en el pecho. Deseaba con todas sus fuerzas levantar las manos y limpiar las patéticas lágrimas que rodaban libres por sus mejillas. Esto es vergonzoso para alguien como él, jamás obtendrá un perdón de su esposo. Jamás, y duele mucho. Ojalá pudiera devolver el tiempo como en las insípidas películas de ciencia ficción que se atrevía a ver por petición de Steven, para así evitar que pase.

—Algo tengo que hacer para ayudarlo, es mi deber. Mi responsabilidad... mío, solo mío. Depende de mí.

—Stephen.

—No, Christine. No necesito tus condolencias ahora, por favor, sal de aquí. Quiero pensar, solo quiero... encontraré una solución. Así tenga que viajar al fin del mundo mi Steven volverá a andar por su campo de flores favorito, lo prometo.

Cuánto quisiera insistir y decirle que toda la responsabilidad no debería recaer en sus hombros, pero luego le hará entrar en razón. Así que sin más, se levantó en silencio dejando al doctor con sus divagaciones. Dará una pequeña visita al hombre que se hizo un gran amigo para ella también.

Esto mientras el castaño no pueda salir de su habitación.

➳𝑨𝒃𝒓𝒂𝒄𝒂𝒊𝒅𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora