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No pudo salir de su prisión por al menos una semana en la que se aseguraban de que todo anduviera a la perfección con su cuerpo

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No pudo salir de su prisión por al menos una semana en la que se aseguraban de que todo anduviera a la perfección con su cuerpo. Fue mortificante quedarse inmóvil en una cama mientras ganas inmensas de ver a su rubio soldado lo inundaban, a veces ni podía comer imaginando cómo estaría, y eso que apenas estaban a puertas de distancia. Inclusive algunas enfermeras que son sus compañeras temían entrar a su habitación por el malhumor que cargaba en ocasiones, la única que tomaba la iniciativa era Palmer que le traía noticias de Steven. Ya había despertado y preguntaba por él, muy preocupado.

-Ya puedes ir a verlo-llegó la castaña con una silla de ruedas y una sonrisa.-El doctor dijo que has avanzado y que es justo para ti. ¿Quieres que te ayude a subirte o...?

-No-refutó de inmediato.-Puedo solo.

Con la cara contrayéndose en amargura mal disimulada asintió. Él era así, debería estar acostumbrada tanto, o más, que Steve. Después de todo Stephen Strange se caracteriza por ser un hombre arrogante, audaz y que no se permite la ayuda por miedo a la humillación. Algunos lo odian por eso.

-Bien-rodó la silla posándola a un lado de la cama.-Tomate tu tiempo-y se marchó dejándolo en la soledad una vez más.

Con desdén apartó la vista de la ventana para posarla en sus manos aún con vendas cubriéndolas, podía moverlas con normalidad, el problema esta en manejar los dedos. Le duelen, y su piel ganó cicatrices imperfectas que lo acompañarán hasta la eternidad. Suspiro frustrado, sus rizos desordenados. Teme como lo verá su esposo, ¿Lo odiara por su actual estado? ¿Le echara en cara su estupidez? Por él están aquí...

Ahora no quiere ir, pero debe enfrentarlo. Mantener la cabeza en alto y aceptar todo lo que venga.

La silla de ruedas que le dejo Christine quedó abandonada en su habitación, podía caminar, cojeando; pero caminar por sí solo a fin de cuentas. Avanzó lentamente por el pasillo hasta la puerta 203, su mano se quedó congelada en el picaporte, trago grueso con finas gotas de sudor recorriendo sus sienes, son los nervios y la ansiedad, no hacia calor allí dentro. Temblaba, y no es propio de él, muy pocas veces a sentido miedo.

Finalmente.

Finalmente después de dejarse caer toda la avalancha de preocupaciones y cuestionamientos terminó por abrir, asomar la cabeza y pasar todo el cuerpo. Ahí, en la cama rodeado de sábanas y almohadas del hospital estaba el soldado, la cobija escondiendo sus piernas magulladas. Una almohada grande y mullida soportaba el peso de su espalda como apoyo, el brazo izquierdo permanecía con el yeso. Su cabeza estaba en posición para ver al otro lado, también a la ventana. La mejilla izquierda con una gasa pegada. Era una imagen tan triste, ni siquiera cuando estuvo de misión regreso en tan mal estado.
Aparentemente este no se percató de su presencia, así que arrastró los pies a propósito hasta sentarse en la silla cómoda a un costado. Su mano viajó temerosa hasta caer sobre la otra que milagrosamente, sorprendentemente, no se separó.

-Steve...

-Por fin viniste-suspiró dándose la vuelta.-¿Estas bien?-sus ojos estaban aguados, conteniendo sus lágrimas. Las placas que siempre se niega a quitarse colgaban de su cuello, intactas.-¿No te duele?

-Steve.

-¿E-Estas bien?-reiteró más estrangulado que antes.

Se levantó, y sentó en la cama para abrazarlo y acunarlo en su pecho. Asintió aunque no pudiera verlo, los sollozos del Capitán de escuadrón cortaron la silenciosa estancia. Se permitió acariciar su cabeza, sobar su espalda y despeinar más su cabello.

-Lo siento, lo siento, lo siento cariño-se disculpo apretándolo contra él.-Esto es mi culpa, toda, toda mía. Te prometo... te prometo que volverás a caminar mi amor, lo juro.

-No si-siento mis piernas Stephen-lloriqueo desconsolado.-No las siento, ¡No las siento! ¿Qué haré ahora? ¡No quiero!

Su llanto aumento y la culpa se acrecentó. Le dolía verlo destrozado, tan angustiado y lleno de temores que le comunico por medio de gritos. Él se aferró a su ropa, calmándose después de un rato, lo acompañó todo el tiempo hasta que solo fue un manojo de hipidos con ojos hinchados e irritados. Tuvo cuidado de no lastimar su bonito rostro lleno de cortes saturados. Seguía siendo bello.

-¿Cuando iremos a casa?-preguntó congestionado.

-Cuando puedas salir de aquí caminando.

-¿Nunca?

Su corazón se rompió.

-Hallare una forma.

Subió su barbilla para plantarle un beso en la boca, los dedos donde estaban sus anillos anteriormente se entrelazaron. Las bandas fueron guardadas por su amiga que en ocasiones velaba por sus sueños. Se fundieron en un abrazo otra vez hasta que ambos cayeron dormidos con la promesa de Stephen en pie, aunque Steven creía que ya no existían posibilidades.

➳𝑨𝒃𝒓𝒂𝒄𝒂𝒊𝒅𝒂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora