Maravillosamente aterrador

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- tres días antes de navidad -

Aun si trababa de no aparentarlo, para Emma era obvio que Yuggo estaba al borde del colapso mental o algo por el estilo, pero, ¿quien podía culparlo?
Era algo, como describirlo, ¿extraño?, ¿anormal?, ¿perturbador?.. verla de mal humor y con una actitud tan extraña. 
Por alguna razón que el desconocía, Emma había nacido con la personalidad de un pequeño solecito, llena de sonrisas, amabilidad, curiosidad y amor. Aveces Yuggo se preguntaba que tan bueno debió haber sido en su vida anterior, para que alguien tan lúgubre como el, tenga a tan dulce de hija como Emma.

Sin embargo, durante la última semana, Yuggo empezó a temer que su amargura fuese contagiosa.
Al menos esa era la única conclusión lógica para explicar el comportamiento inusual de Emma.

Sabia que hija solía tener sus momentos altibajos, que no duraban mas de unas horas, uno o dos días cuando mucho, pero verla pasar de levantarlo todas la mañana, corriendo cortinas para que el condenado sol le diera de lleno y le obligara a levantarse, a ser el a quien intentara ir a despertarla solo para encontrarla hablando sola, era un cambio algo... abrupto.

Claro, tampoco podría olvidar sus sospechosas salidas y llamadas nocturnas con sus amigas, los susurros y palabras mascujadas mientras camina en círculos.

Al principio creyó que era obra de los parciales, pero habían terminando hace dos semanas y como era de esperarse, su Emma destacó en cada uno de ellos.

Sus opciones se cabaron y ya no sabía que pensar o hacer, así que su única solución factible era ser directo, excepto que la mirada inquisitiva que le daba la pelirroja no ayudaba en nada.

—Enserio, papá ¿la pubertad? Sabes que ya pase por eso hace cómo cinco años ¿verdad?

Silencio.

—Bueno, no.

Silencio otra vez.

Y las risas de Emma estallaron.

—Lo siento ¿que te causa tanta gracia de esta situación? —preguntó con incredulidad—. En verdad no me sucede nada, estoy bien papá, pero son... ya sabes —, dirigió una pequeña mirada su padre, quien comprendió y guardó silencio, tratando de encontrarla las palabras adecuadas.
El ambiente se hizo más pesado y la sonrisa de Emma decayó a medida que pasaban los segundos.

—Entiendo. Esta bien... Supongo que tú madre sería la indicada para esto y —ante el tono lastimero de su padre, Emma abrió sus ojos con sorpresa y de forma inmediata se excuso.

—No, no, no. No es que la prefiera a ella, contigo esta bien, tú eres perfecto, el padre más perfecto de todos, es que... es algo —sus ojos recorrieron toda su habitación tratando de explicarse—, es vergonzoso de contar.

—¿Tú con vergüenza? —le inquietó sorprendido—. Vergüenza, ¿Acaso se trata de un chico? —Sus mejillas se sonrojaron a tope y Yugoo se levantó de golpe sintiéndose indignado— ¡¿Es por ese Ray?!

—¡Que no! —Negó con rapidez en un intento por mentir—, no, hay otras cosas que me podrían causar vergüenza, sabes.

Yuggo arqueó sus cejas, se sentó nuevamente y le miró con incredulidad.
—A la niña que no le dio miedo gritar que se hacía pis en la cama a los cinco años, Emma, que les contó a todos sobre su primer período, que me cuenta sus más malvadas travesuras. ¿De verdad?

Emma bajo la mirada apenada.
—Pero- ¿Como supiste que era Ray?
—Por Dios, Emma es muy obvio.
—En serio.
—Cualquiera que tenga ojos para ver sabría, claro que Ray y tú ocupan sus ojos en otros asuntos —dijo mascullado sus últimas palabras.
—¿Como?
—No, nada.

Cuestión de cinco minutos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora