"Hay personas capaces de reducir el universo a una mirada. Te atrapa, como si fuera una trampa, y te deja inerme.
Sin posibilidad de escapar.
-Te he ganado -anuncia Hinata, con retintín. Las manos cruzadas a su espalda y la cara inclinada, inocentó...
¡Felices Reyes Magos, cucuruchos! Sé que no en todos los países se celebra, pero me hacía mucha ilusión que el último capítulo de esta historia simbolizara un regalo. Espero que hayas iniciado 2022 con mucha fuerza y si no es así, no pasa nada, poco a poco irás cogiendo carrerilla.
Especial mención a LauArcher que hoy está de cumpleaños Ü, si no la conoces, hace Kagehinas preciosos capaces de romperte el corazón. Os la recomiendo muchísimo. Espero que el capítulo esté a la altura de ti, caracola.
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Concubio
Hay una copa sujeta a los dedos de un chico que se pega a la barra del bar como si le proporcionara la seguridad ciega de que si alguien saliera de la pista y se le acercase para invitarle a bailar podría inventarse alguna excusa para rechazarle educadamente. Cargada de tequila, licor de naranja y lima, se corona en un camino de azúcar alrededor del canto del cristal. Unos segundos antes de beber, sus pupilas caen a la bebida y se moja los labios, calibrando el sabor sin tenerlo en la boca, luego se la acerca, asintiendo hacia la persona que guía la conversación, intercambiando la atención entre la margarita acurrucada bajo una sombrilla verde que se bambolea en su diestra y el inglés desconchado que no termina de formar frases enteras, luego sorbe unos milímetros.
Vuelve a lamerse los labios, quitándose el rastro.
Hinata no ha podido apartar la vista de Kageyama desde que entraron allí, como si fuera una estrella fugaz que desaparecerá del firmamento si no persigue su camino hasta el último momento. Le resulta ajeno, que alguien que pertenece a su adolescencia, a ese mundo límpido e inocente donde sobre todo prevalecía los entrenamientos tardíos, los oniguiris de cerdo, las discusiones estúpidas; alguien del que se enamoró siendo un crío, al que admiró desde el primer instante y con el que tiene un promesa eterna, esté ahí, tratando de ponerse al día con su vida, con sus nuevos amigos, tomándose una copa.
¿Cómo puede estar tan guapo bebiendo aunque se le arrugue la nariz a cada trago? ¿Qué está mal con él? ¿Cuál es su problema?
Se supone que la distancia y el tiempo suavizan las emociones pero Hinata ha pasado media hora junto a él, treinta minutos de los cuales veinte estuvieron discutiendo animosamente sobre cuál de los entrenadores de vóley internacional merece ser elegido como el mejor de la liga mientras Nice se sonreía toda tras su jarra de cerveza y Heitor procedía a pedirse su (como mínimo) sexto cubata de la noche, y todas las emociones que sentía con diecisiete años levantaron el vuelo para anidar en su pecho.
De nuevo.
Así es como, en medio de un intercambio torpe entre un brasileño muy borracho y un japonés que poco sabe de inglés, su parte más estúpida, gryffindoriana e impulsiva decide hacer acto de presencia.
—¿Quieres bailar conmigo?
No lo ha dicho. Vamos, él no recuerda haber dado la orden de decir nada. Ni de coña.