Capítulo 6.

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Juliana estaba nerviosa, y no entendía el porqué. Valentina ya había estado en su casa antes, aunque, en ese momento, se sentía diferente. Lorenzo estaba pasando la tarde en casa de su amigo Daniel, así que estaba sola a la espera de que la alfa llegara para acabar el trabajo. Mentiría si dijera que aquellas magdalenas recién horneadas descansaban sobre la mesa de centro por casualidad. Le encantó ver cómo Valentina disfrutaba de sus galletas, y quería que probara otra de sus especialidades. Cuando el timbre sonó, salió disparada hacia la puerta, tropezando con uno de los juguetes de su hermano pequeño por el camino. Antes de abrir, se detuvo frente al espejo de la entrada intentando organizar su cabello y revisando el poco maquillaje aplicado. Se dio por vencida justo antes de que el timbre volviera a sonar. La rubia estaba tan imponente como siempre, con unos ajustados jeans negros con rotos en las rodillas y un top blanco de tirantes que dejaba ver su plano blanco, siempre fiel a sus botas de combate. Le dedicó una suave sonrisa que le aceleró el corazón, y que Juliana devolvió con una mucho más grande y brillante.

—Pase.

Se hizo a un lado, permitiendo que la alfa entrara a su casa. Al hacerlo, una fuerte oleada de olor a bosque la hizo suspirar. Debía comprar supresores pronto.

—Lorenzo está celebrando el cumpleaños de un amiguito en su casa, así que estamos solas.

—Mejor.

La rubia habló sin pensar y, al ver los ojos abiertos como platos de la omega, se apresuró a arreglarlo.

—Quiero decir, así podremos trabajar más tranquilas.

Maldijo mentalmente. Carvajal era una persona que alardeaba de tener siempre el control de las situaciones, pero todo eso se iba al traste cuando estaba con Juliana y sus irresistibles ojitos brillantes. Se sentía tímida y torpe, y ella nunca fue ninguna de esas dos cosas. El filtro cerebro—boca de Valentina desaparecía cuando estaba junto a la omega, y lo último que quería era espantarla. Lo que ella no sabía era que, quizá y solo quizá, aquella matización había decepcionado a Juliana.

Las chicas entraron al salón donde, al igual que el día anterior, les esperaba una mesa llena de libros. Juliana no tardó en adoptar su postura estudiosa y responsable, y se concentró en el trabajo, mientras que las palabras "estamos solas" se repetían en la cabeza de la mayor como en un viejo gramófono estropeado impidiéndole centrarse. Juliana llevaba una camisa blanca, con el último botón despasado, y unos shorts de jean descoloridos; y Valentina solo podía pensar en lo que le gustaría barrer todas las hojas de la mesa con su brazo y tumbar a Juliana sobre ella, arrancarle la camisa esparciendo los botones por toda la estancia y amasar esos pechos que a pesar de no ser los más grandes, para ella eran más que perfectos.

—¿Está bien?

La preocupada voz de Juliana la llevó de vuelta al mundo real.

—Claro, ¿por qué lo dices? —Respondió haciéndose la desentendida.

—Estaba gruñendo.

—¿Gruñendo?

—Sí, ¿en qué pensaba?

Valentina se lamentó, ¿por qué no podía mantener el control en presencia de la omega? ¿Por qué tenía que dejar que sus instintos animales la dominaran? Era patética.

—En nada, no te preocupes, Juls.

Y volvió a maldecir, esta vez, en voz alta.

—Mierda.

Juliana creía no haber oído bien.

—¿Acaba de...acaba de llamarme Juls? —Preguntó entre asombrada y divertida.

Intocable |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora