Capítulo 3.

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—¿En serio vas a dejar que esa alfa entre en tu casa?

Lena la miraba con el ceño fruncido, intentando parecer seria, pero tener la boca llena de sándwich de atún y las comisuras manchadas de mayonesa no le eran de ayuda.

—Traga antes de hablar, burra. —Se quejó Juliana limpiando con la manga de su camisa los restos de pan que su amiga le había escupido a la cara.

Lena tragó y se limpió la boca.

—En serio, Juli. No me gusta, no me gusta nada. Valentina da miedo, se comporta como si odiara todo lo que le rodea.

—¿Qué es lo peor que podría pasar? Solo vamos a hacer un trabajo juntas.

—¿¡Que qué es lo peor que podría pasar!? Juliana, si apareces en primera plana en los periódicos locales como "chica descuartizada por psicópata homicida", no me vengas llorando, porque yo ya te lo habré advertido.

—¿Cómo se supone que iba a ir llorando si estoy...? Mira, déjalo. Estás siendo una exagerada, además, Valentina nunca ha hecho nada para que pienses así de ella aparte de ser tremendamente seria. ¿Alguna vez has hablado con ella? Yo el otro día lo hice y sigo viva. No seas prejuiciosa.

—Bueno, bueno, pero, si mueres, me quedaré con tu guitarra.

Juliana rio y negó con la cabeza.

—No tienes remedio.

En realidad, Juliana mentiría si dijera que no estaba nerviosa y, quizá, un poco asustada. No había visto a la alfa en todo el día, pero habían acordado verse aquella tarde en casa de la omega para comenzar el trabajo. Afortunadamente, el día anterior habían compartido números de teléfono y Juliana podía simplemente mandarle un mensaje con la ubicación.

Juliana:

Carvajal, no ha venido hoy a clases, ¿sigue en pie lo de esta tarde?

Juliana:

Le mando la dirección de mi casa por si acaso.

Juliana ha enviado una ubicación.

Valentina:

Ok

Juliana frunció el ceño ante tan escueta respuesta, pero no le dio demasiada importancia. Si tan solo hubiera sabido que, si la rubia no había aparecido por el instituto aquel día, era porque estaba demasiado nerviosa por verse con ella después de clases.

Eran las cinco y doce minutos exactos, dos minutos tarde de la hora acordada. Valentina maldijo internamente, quizá ese día debería haber hecho una excepción y dejado que el chofer la llevará. Había perdido el bus y tuvo que correr desde su casa hasta la de la omega en la otra punta de la ciudad. Y no había nada que Valentina Carvajal odiara más que correr. Llegó a casa de la omega jadeante y sin respiración, aunque no sabía muy bien si era a causa de la carrera o de su nerviosismo por encontrarse con la menor.

Juliana vivía en una casa modesta, muy pequeña si la comparábamos con la enorme mansión de la alfa, pero tremendamente acogedora. Contaba con dos pisos de fachada blanca y un porche de madera pintada de celeste, con la barandilla adornada por maceteros de geranios de color rojo intenso. Valentina se acercó, las manos temblando y el pulso acelerado, esta vez sí estaba segura de que la carrera no tenía nada que ver con sus reacciones. La madera del porche crujió bajo sus robustas botas militares, estuvo unos minutos de más observando la desconchada pintura del banco columpio del porche antes de atreverse por fin a pulsar el timbre. Pasaron un par de minutos en los que Valentina se planteó volver a salir corriendo antes de que se escuchara un estruendo tras la puerta y el sonido de pasos acercándose le indicara que ya no había marcha atrás.

La rubia recompuso su expresión a una de indiferencia fingida cuando la puerta se abrió por fin, aunque rápidamente se volvió un gesto de confusión al no ver a nadie al otro lado.

—¿Quién eres tú?

Una voz fina y chillona atrajo su atención hacia el suelo, donde un pequeño niño le observaba desde abajo con la curiosidad reflejada en su infantil rostro. Valentina frunció el ceño, ¿se había equivocado de dirección?

—¿Esta es la casa de Juliana Valdés?

El pequeño asintió enérgicamente. Su pelo negro se movió arriba y abajo siguiendo el movimiento de su cabeza. El niño tendría seis años como mucho, aún no se había presentado. Su piel era morena y unas mejillas regordetas redondeaban su rostro.

—¿Para qué buscas a mi hermana?

Valentina abrió la boca sorprendida, pero, antes de que pudiera decir nada, una voz se le adelantó.

—¿Con quién hablas, Lorenzo?

—Aquí hay una chica que te busca, Juli.

—Te he dicho mil veces que no abras la puerta. ¿Qué es lo que tienes que hacer?

—Avisarte a ti primero.

—Exacto.

La mayor observaba aquella familiar escena incapaz de moverse del sitio. Juliana había aparecido con el pelo recogido en una coleta alta y ropa de estar por casa, unos cómodos shorts negros y una sudadera rosa pálido, viéndose tan natural y hermosa que le cortó la respiración. Sencillamente adorable. Había tomado al pequeño niño entre sus brazos y le hablaba con cariño, reprimiéndole con dulzura y una suave sonrisa en sus abultados labios. Los ojos de Juliana se posaron avergonzados sobre Valentina que aún esperaba en el porche.

—Lo siento mucho, Valentina. Se me ha hecho algo tarde. —Se disculpó tímidamente.

Valentina negó, recomponiendo su fachada despreocupada e indiferente.

—¿Quién es, quién es, Juli? —Preguntó el niño, posando su pequeña mano sobre la mejilla de la omega.

—Es Valentina Carvajal, vamos a hacer juntas un trabajo de clase, así que necesito que vayas a jugar a tu habitación y no hagas mucho ruido, ¿De acuerdo?

—¿Puedo jugar con mi camión nuevo?

Juliana asintió con una sonrisa y dejó al niño en el suelo. En cuanto los pies del pequeño tocaron la fría madera, salió corriendo hacia el piso de arriba gritando "¡Soy un bombero, niiiiii noooooo niiiiii nooooo!". Juliana rio suavemente mirando con cariño a su pequeño hermano. Valentina no sabía muy bien qué hacer.

—Lo siento, Valentina. Se suponía que Lorenzo no estaría, pero mi madre vendrá tarde de trabajar y tengo que cuidarlo.

—No...No importa.

—Puedes pasar.

La más baja se hizo a un lado con una suave sonrisa, invitando a la alfa a entrar en su casa. La rubia entró, observándolo todo, sintiéndose fuera de lugar. Su madre habría torcido el gesto y habría dicho con su voz de nueva rica estirada y presuntuosa "Menudo montón de muebles de mercadillo." Pero, mirara donde mirara, Valentina solo podía ver la esencia de una familia cariñosa, de esas que llenaban las paredes con fotos de sus hijos y cuadros con frases motivadoras. Cuando Juliana no miraba, se permitió sonreír viendo una foto de la omega de pequeña. Toda mejillas sonrojadas y su cabello negro alborotado, tremendamente adorable.

—¿Vamos, Valentina?

La mayor siguió a Juliana hacia el interior de la casa, hasta el salón, donde montones de libros y un portátil las esperaban sobre una gran mesa de madera. Sinceramente, esperaba que ese trabajo se alargara mucho, lo suficiente como para grabar a la pelinegra en su retina.

Intocable |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora