Capítulo 9.

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Juliana despertó con un fuerte pinchazo en su abdomen que le arrancó un grito de dolor. Sentía como si su cuerpo se estuviera consumiendo desde lo más profundo de su interior. Nunca había sentido un dolor como aquel. Las lágrimas rodaron libremente por sus mejillas mientras se retorcía entre dolorosos espasmos. El vacío en su cama solo empeoraba su lamentable estado. Con gran esfuerzo, consiguió incorporarse. No había ni rastro de Valentina y, si no fuera porque su penetrante olor a alfa seguía impregnado en sus sábanas blancas, Juliana habría creído que solo era un sueño. Las imágenes de lo sucedido unas horas antes en aquel colchón se repitieron como en una vieja película en la mente de Juliana. El placer, la excitación, el alivio, la desesperación...todo aquel cúmulo de sentimientos encontrados que hicieron que su cuerpo temblara de la más exquisita manera. Y ahora, nada, vacío. Las ganas de llorar como una niña pequeña se le hicieron insoportables, ella quería...ella solo quería a su alfa, necesitaba abrazarla y hundir la nariz en su cuello, aspirando aquel delicioso olor que calmaba todo su ser. ¿Por qué no estaba allí? Rompió en un llanto lleno de sollozos lastimeros. Con gran esfuerzo se incorporó y alcanzó el móvil que descansaba en su mesita de noche y marcó el número de su mejor amiga. Tres tonos exactos después, Lena contestó.

—¿Juliana?

La voz al otro lado de la línea sonaba extrañada.

—Lena...

Juliana sabía que su voz daba pena, que parecía un bebé llorando incontroladamente, pero le daba igual. Ella solo quería mimos y que su alfa la estrechara entre sus fuertes brazos, y, sin embargo, no había nadie ahí para consolarla.

—¿Qué te pasa, cariño? ¿Y Valentina? —Preguntó Lena preocupada.

—E-Ella n-no está.

—¿¡Cómo!? ¿¡Te ha dejado sola!?

—¿Por qué se ha ido, Lena?

Juliana sonaba como la persona más triste del mundo, pero es que así era justamente como se sentía; triste, usada y abandonada.

—¿Por qué no se ha quedado conmigo?

Y una nueva oleada de sollozos le impidieron seguir hablando.

—Voy para allá.

El silencio se implantó en la línea, seguido por el inconfundible pitido que indicaba el fin de la llamada.

Juliana se dejó caer de nuevo sobre el colchón y se acurrucó bajo las sábanas, el dolor de su abdomen cada vez más intenso. Aunque le hubiera gustado que su dolor físico la distrajera de su agonía emocional. Valentina la había usado, se había divertido con su cuerpo y después se había ido sin dejar rastro. Juliana nunca se había sentido peor. Aún recordaba el suave roce de las manos de la alfa sobre su sensible piel, los jadeos de placer y sus pupilas cargadas de la más pura lujuria. Juliana se sentía estúpida, estaba completamente segura de que lo era. Al final, Lena tenía razón. Su omega tenía un pésimo gusto y ella había acabado queriendo tanto a la alfa que era doloroso. Era demasiado inocente, ¿por qué iba Valentina a querer estar con ella? Juliana sintió otro sollozo partir su pecho, para aquel entonces, su almohada ya estaba empapada de lágrimas.

Diez interminables minutos pasaron antes de que se escuchara la puerta de la entrada. Nunca se había alegrado tanto de haberle dado a Lena una copia de las llaves. Escuchó unos pasos acelerados subir las escaleras y atravesar el pasillo, la puerta de su habitación se abrió bruscamente, golpeando la pared, y una jadeante rubia con el cabello ligeramente alborotado y las abultadas mejillas sonrojadas por la carrera apareció en el umbral, su rostro mostrando una mezcla de preocupación absoluta e ira contenida.

—Lena...

Escuchar el lastimero tono de Juliana partió el corazón de la ojiverde en mil pedazos. Corrió hacia su amiga y se sentó a su lado en la cama, acariciando suavemente su desordenado cabello.

Intocable |JuliantinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora