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Lisa.

- Necesitas dejarme ir. - Quité mi brazo derecho de mis ojos, para fijarlos en Jennie, que se encontraba envuelta por una gigantesca toalla por sus hombros y otra por su cintura,
parada justo al lado de la cama donde yo estaba acostada.

- ¿Cómo dices? - El hecho de saber que debajo de esa toalla, atada por un inestable nudo, Jennie estaba desnuda, me hizo estremecer y sentí el primitivo impulso de arrojarla sobre la cama y hacerla mía de una vez.

- Que debes dejarme ir.
Suspiré.

- Y devuelta a la fase uno... - Susurré, mientras volvía a cubrirme el rostro con un brazo, bloqueando los rayos del sol que entraban por aquel enorme ventanal.

- Lisa, hablo en serio. Esto está mal.

Bufando, me puse de pie y quedé a tan solo unos cuantos centímetros de su cabeza. Sonreí al reparar en la gran diferencia de altura.

- Cariño... - Susurré, tomando su mentón entre mis dedos y alzándole la barbilla. - ¿Acaso escuchaste algo de lo que te dije durante el viaje? Soy una mafiosa. Ma-fio-sa. Y ser una mafiosa no se encuentra entre una de las profesiones más honorables del planeta.

- Pero tú me dijiste que no secuestrabas doncellas.

- Y no lo hago, ese no es mi negocio.

- Dices que no lo haces y, sin embargo, aquí estoy.

- Dijiste 'doncellas', en plural. No secuestro a muchas personas. Solo secuestré a una. - Sonreí angélicamente y me giré hacia la valija, atrayéndola hacia nosotros. - Ahora vístete de una vez.

Sus enormes pozos chocolate chispearon de picardía durante unos segundo y luego sonrió lentamente.

- ¿Tanto te afecta verme así, Lisa?

Sonreí, tensa, y me agaché hasta quedar a su altura. Nuestra narices se rozaban cuando hablé.

- Si vuelves a desafiarme de esa forma, pequeña, tendrás que hacerte cargo de las consecuencias. Y créeme, no creo que quieras hacerlo. Vístete y ve hacia el comedor.

Me giré, dejándola allí, con el ceño fruncido y las mejillas ruborizadas.

- ¿Necesita algo más, señora Manoban? - Levanté la vista hacia Ann, nuestra cocinera dentro de la isla, que me miraba con algo parecido a la ansiedad.

- No, Ann. Muchas gracias. - Le respondí mientras me sentaba en la punta de la mesa, repleta de diferentes comidas.

- Adiós, señora.

- Adiós, Ann.

Fijé la vista en el océano que se divisaba a lo lejos y suspiré, recordando los momentos felices que había vivido durante mi infancia en aquel lugar.

No la sentí llegar, pero cuando giré la vista, Jennie, usando una preciosa camisa playera con flores azules desbotonado algunos botones de su cuello junto a unos shorts claros que  le llegaban hasta la rodilla, estaba sentada frente a mí, mirándome pensativa.

- Estás triste. - Susurró.
Fruncí el ceño.

- Claro que no.

- Sí lo estás.

- ¿Por qué piensas que estoy triste?

- Tu mirada. Es como si se hubiera oscurecido y tienes un aire nostálgico.

Me sorprendí de lo observadora que era, pero preferí reservarme ese pensamiento.

- No estaba triste. Solo estaba pensando. - Dije y Jennie prefirió dar por cerrado el tema.

Suya |Adaptación| |Jenlisa| G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora