Capítulo II

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Capítulo II

Reino Soberano de Baskerville

Srtas, Whickan y Lawrence.

—¿Están tocando? —Interrogó somnolienta Anastasia, mientras hacía un esfuerzo sobre humano en no caerse.

Lo cierto era, que ambas pasaron la noche hablando y dándole vuelta al tema del palacio, no era como si se podían negar hacerlo.

Ambas sabían perfectamente, lo que les pasaría en ese caso. El Código Monarca lo dejaba muy en claro en la Ley 4—02.

Artículo 13**

"Si alguna doncella casamentera del Reino, se atrevía a negarse, ignorar o rechazar la oferta de esposar al príncipe. Sería tachada de inmediato como una gran falta de respeto a su corona y a su Rey, por lo tanto, el castigo sería el más viejo de la nación: La horca, y para su familia, el exilió"

Luego de pasarse tres horas leyendo el mismo párrafo, ambas decidieron que debían aceptar. Sus familias no estaban preparadas para el repudió.

No lo merecían.

De pronto, se volvió a escuchar un sonido sordo y repetitivo.

Aubrey, que se encontraba más cerca, le hizo un gesto a su amiga para que siguiera con los panqueques.

—Sigue, debemos hablar con ellos hoy —Murmuró con desgana, mientras observaba su pijama. Si bien no era el atuendo ideal para abrir, era lo que había. Así que giro en la dirección contraría, no sin antes susurrar— Con permiso, su majestad.

Anastasia gruño en respuesta y escucho la risita burlona de su compañera, como respuesta.

Los pies suaves y pequeños de la señorita Whickan, se movían perezosos sobre el hormigón, y con suma calma la abrió de imprevisto la puerta.

—Espero que tenga muy buena excusa, está haciendo un frío de los mil demonios y...

Su boca se abrió impávida.

Del otro lado, se encontraba lo que podía ser muy bien, un arsenal de personas, unos con telas, rojas, azules, y otros, con...hilos, zapatos, y por último, pero no menos importante, un gran escudo de la familia Real.

Un nuevo pensamiento embargo a Aubrey  «"Todo el pueblo se enterará "» adiós vida tranquila.

Estuvo a punto de quejarse, cuando una mujer flaca, baja y con un metro en mano, llamo su atención.

Fue tanta su sorpresa, que tuvo que inclinarse, su metro cincuenta y nueve, eran decenas, para los treinta centímetros de la fémina.

Bueno, quizás, más de treinta.

Se aclaró la garganta y expresó:

—Soy Madame Alcalá, diseñadora y costurera de sus Majestades —Profirió con su vocecita absurdamente chillona— He venido, junto a mi equipo a...—Lo próximo que se escuchó, fue el choque de la dura superficie de la puerta, contra la pequeña estructura de la mujer.

Los nervios, la angustia y el terror, eran normal en cualquier novia ¿No?

«Y más si eran obligadas»

La señorita Whickan se recostó al otro extremo de la madera y la rodeó con sus finos brazos, formando una perfecta x.

Anastasia observaba a unos metros, miro la peculiar actitud y enarco una de sus cejas e interrogó.

—¿Quién era?

La actitud de Aubrey se intensificó, acaba de cerrarle la puerta a alguien en sus narices, literalmente, y eso solo hablaba de sus pésimos modales.

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