08| Las chicas como tú

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Apenas había avanzado una calle

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Apenas había avanzado una calle. Miré hacia atrás y no distinguí a nadie. Divisé la esquina que me indicaba que debía girar y cambiar de avenida, lo que implicaba apartarme de la principal para recorrer un reducido tramo entre pequeñas calles y callejones. Y eso también quería decir menos luz y mayor silencio.

Mi pulso estaba tan acelerado que casi podía escucharlo. Aún quedan más de diez minutos para llegar a mi casa, tiempo suficiente para que comenzara a escuchar unos pasos tras de mí que me obligaron a girar en un movimiento casi fugaz mi cabeza. Ya no había dudas, era el mismo individuo que llevaba tras de mí desde el trabajo.

Volví a escribir a Aníbal.

Qué estás haciendo?

No hubo respuesta.

Incrementé la velocidad de mis pasos y escuché como mi asediador hacía lo propio. Faltaba poco para que mi corazón saliera por mi boca espontáneamente..

Seguía sin recibir ningún mensaje de Aníbal. Mis ojos se humedecieron progresivamente al ser consciente de que me estaba tomando el pelo. ¿Cómo iba a estar ahí? Era tan tonta por creer que de verdad iba a venir a rescatarme.

Marla, ¡cómo te lo tengo que decir! Los caballeros andantes no existen. Tampoco los príncipes azules. Aquí estamos solas. Nosotras contra los depredadores.

Cada vez estaba más cerca de mi apartamento, lo que me hacía albergar una pequeña esperanza por escapar de aquella situación. Fui sacando las llaves de mi bolso para, cuando fuera el momento, hacer un movimiento tipo ninja y abrir tan rápido la puerta como me fuera posible.

Por desgracia, se me resbalaron y cayeron al suelo.

Maldición.

¡Torpe!

Esas cosas solo me podían pasar a mí. Tenía que cagarla.

Me agaché para recogerlas rápidamente y cuando volví a levantar mi cuerpo pude ver que había llegado hasta mi lado. No pude distinguir bien sus ojos entre la gorra y la capucha, pero sabía que me estaba mirando.

Decidí hacer como si nada y fui a retomar mi paso cuando sus manos agarraron mis muñecas. Estaba nerviosa, aunque en aquella ocasión no notaba mis pulsaciones; era como si mi corazón hubiera dejado de latir.

—¿Qué haces? Suéltame. —Traté de zafarme, aunque sabía que no iba a servir de nada.

—Ven conmigo —dijo. Su voz era áspera.

Forcejeé alteradamente. Sus manos ejercían mayor presión en la parte de mi brazo que estaba siendo prisionera.

—¡No! ¡Qué me sueltes! —alcé la voz—. Voy a chillar, ¿eh?

Me hacía daño. Estaba asustada. Miré alrededor sin encontrar a nadie que pudiera ayudarme, traté de discernir en los balcones y nada. El agresor acercó su cara a la mí y con su mano me obligó a mirarle.

Mi pequeña muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora