Capítulo 9

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—No recordaba tener un jefe de cinco años.

—Yo no recordaba trabajar con niñas insoportables.

—¡El niño eres tú!

—¿Quieres el ron o no?

—Esta condición es ridícula —negué con mi cabeza, mientras estaba de pie en la puerta de la oficina de Richarson. Cada socio mayoritario tenía una.

—Sabes que no lo es —sonrió de lado, convencido de que era la mejor idea que tuvo.

Admiré por un momento el orden extremo y obsesivo que siempre había caracterizado a Richarson. Todo estaba en su correcto lugar, hasta los ridículos bolígrafos que yo siempre dejaba tirados sobre la madera. Los libros en sus bibliotecas estaban ordenados en orden alfabético. Hasta la basura estaba clasificada en distintos botes según su reciclaje.

Tanta limpieza me pareció que debía ser ilegal y que le vendría bien por ello una buena dosis de maldad de Link, pero, a la vez, me dió cierta pena por él. Sabía perfectamente cómo se ponía cuando las cosas no estaban cómo él las quería, o cuando alguien se metía con su inmaculada colección de muñecas que nos miraba desde su estante superior.

—No lo haré —dije cuando lo analicé otro segundo más.

—¿Por qué no? Es sólo una broma.

—Sé cómo se pondrá y no será para nada gracioso.

En realidad, sí sería muy gracioso, pero algo estremecía mi corazón y me lo impedía.

—Oh, vamos... —dijo, tentándome como un diablillo jugando con mi conciencia—. Sé que alguna vez tuviste ganas de hacerlo.

Y eso era verdad. Muchas veces tuve ganas no sólo de dar vuelta su escritorio, sino de arrancar su cabeza por lo insoportable que se ponía.

Entré a la habitación como instinto propio, y fui directo a sus muñecas.

Una de ellas llamaba mi atención. Estaba vestida de oficina con unas gafas graciosas. Su pelo era negro y ondulado, corto hasta sus hombros, y su piel muy blanca.

Pasé mis dedos por su cabello, antes de bajar y acariciar sus manos. Sus dedos eran pequeños, muy realistas para ser un juguete.

—La muñeca no se enfadará si es lo que piensas —comentó Link idiotamente.

Me concentré en los detalles, las mantenía a la perfección. Pero su mirada me aterraba un poco. Se parecía a esas muñecas que en las típicas películas de terror cobran vida y matan a todos a su alrededor.

Me estremecí cuando lo imaginé.

—O tal vez si se enfade y termine matándonos a ambos —susurró, a centímetros de mí.

Maldita sea —grité para mis adentros— y el cosquilleo de su voz chocando en el hueco de mi cuello me erizó la piel.

Su aliento a ron llegó hasta mis fosas nasales, junto con su embriagador perfume que me había fascinado desde el primer momento que pisó esta firma.

Tragué saliva, nerviosa, y reaccioné antes de que pudiera notar su efecto en mí.

—Cállate—. Intenté golpearlo con la muñeca bajo la excusa de la tontería que había dicho, pero él no sabía de la urgente necesidad que tenía de alejarme de él lo más rápido posible.

Retrocedí un paso hacia atrás, y mis extremidades volvieron a respirar. No entendía porque su cercanía me ponía así, nerviosa, intimidada, excitada... Cómo si de repente olvidara respirar.

Antes de Medianoche || Especial de Navidad ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora