CAPÍTULO SEXTO

8 1 0
                                    

La mañana se me hace tan larga que me planteo saltar por la ventana. O meter la cabeza en el váter hasta asfixiarme. Mi jefa no para de gritar, una y otra vez. Alguien debería haber corregido un manuscrito y, por algún motivo, eso no ha ocurrido. La culpa no es mía, evidentemente. Aún no soy editora. Solo becaria. Pero me grita a mi. Y yo no paro de pensar que, si al menos pudiese dedicarme a editar esos manuscritos, a descubrir promesas de la literatura y a hacer el trabajo con el que tanto tiempo llevo soñando, quizás no me importaría tanto que me gritase. Pero como no es así, no me queda más remedio que asentir a sus quejas, traerle otro café de la tienda de la esquina y pedir perdón por algo que no tiene nada que ver conmigo.

Salgo tan acelerada de la cafetería que casi vuelvo a tropezar con alguien. Eso me recuerda a Alec, inevitablemente. Y, no se muy bien porqué, sonrío. Lo cual me molesta, porque no quiero que ese capullo arrogante provoque semejantes reacciones en mi. Aunque llevo pensando en él dos días. Y he soñado con él, un poco. Y puede que los sueños fuesen...

Vale, ya está bien. Tengo que centrarme. No me interesa Alec. No me interesa nadie. Así ha sido los últimos tres años y así seguirá siendo. Levanto la cabeza con intención de pedir disculpas por mi casi atropello cuando lo veo. Justo como pasa en las películas, siento que mi corazón se detiene y el mundo se paraliza. De repente, mis piernas son un ente extraño en mi cuerpo y no soy capaz de moverlas, a pesar de que solo quiero salir corriendo. Porque, después de tres años, ahí está. Frente a mí, con esos estúpidos ojos marrones brillantes, el mismo mechón rebelde en su frente y una sonrisa de suficiencia que solo me provoca ganas de golpearle con fuerza. Mucha fuerza. 

Brad.

-¡Mor!- exclama. 

Parece sorprendido. Bien, ya somos dos. Pero no se mueve y yo solo quiero volver lo más rápido posible a mi oficina. Suelto un gruñido como única respuesta. Espero que sea suficiente para que entienda que no quiero saber nada de él. Ya no. 

-Cuanto tiempo- se atreve a decir, rascándose la nuca. 

Entrecierro los ojos. No voy a ceder ante una charla banal. No me interesa. Y la presión en mi pecho se está agrandando por momentos. No me gusta esa sensación. No me gusta haberme tropezado con él. Y, definitivamente, no me gusta que me esté hablando con toda la naturalidad del mundo. Y entonces vuelve a abrir su bocaza y suelta las palabras que terminan de desmoronar mi poca compostura. 

-Sigues estando igual de guapa. 

No soy consciente de que le he tirado el café a la cara hasta que ya es demasiado tarde para arrepentirme. Y está caliente. Bien. Espero que arda en el infierno. Sus ojos son de horror absoluto y me permito unos segundos para recrearme en su reacción antes de responder. 

-Tu sigues siendo igual de imbécil- suelto, antes de seguir caminando hacia el edificio de la editorial, tan rápido como me permiten mis piernas.

Mierda. 

He pedido salir antes del trabajo alegando que me encontraba mal. Mi jefa ha debido de ver lo horrible que estaba mi cara porque no ha puesto ninguna objeción. Me ha dicho que para estar estorbando, mejor me fuera a casa. Y eso he hecho. No me he quitado ni los zapatos cuando he entrado a mi habitación y me he dejado caer en la cama, totalmente sobrepasada por mis emociones. 

Estoy orgullosa de mi, en parte. Porque todavía no he derramado ni una sola lágrima por el estúpido de Brad. Y eso es más de lo que he conseguido en tres años. Pero, por otra parte...Le he tirado un café a la cara. Un café muy caliente. Y debería sentirme un poquito mal porque es una reacción totalmente inmadura. Porque han pasado tres años y él solo intentaba ser amable. Pero estaba enfadada. Estoy enfadada. Porque no me parece bien que yo haya tenido que lidiar sola con todo lo que pasó y, desde luego, me parece totalmente fuera de lugar que me trate como a una vieja amiga. Que finja que se alegra de verme, que me diga que estoy guapa...No, no me parece bien. Y no se lo pienso permitir. Así que, aunque mi reacción ha sido un poco inmadura y exagerada, no me arrepiento en absoluto. Seguro que así se asegura de no volver a cruzarse conmigo. Cojo una buena bocanada de aire antes de incorporarme en la cama y decidir que me vendría genial un cigarro. Pero no me da tiempo a llegar a la terraza del apartamento cuando se abre la puerta y mis amigas entran como agua que lleva al diablo. 

INMARCESIBLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora