CAPÍTULO QUINTO

18 1 3
                                    

-¡Todavía no puedo creerme que tirases su número de teléfono!- se queja Emma, mientras caminamos juntas por la calle de camino al restaurante en el que hemos quedado todos para comer. 

Es el día libre de Ben y hemos decidido aprovechar para comer algo que no sean los platos de Ginnos. 

-¿Has escuchado toda la historia o solo las partes que te interesan?- pregunto, levantando las cejas. 

-¡Claro que la he oído! Pero sigo sin entenderlo. Es guapo y es gracioso.

-Y es un creído- apunto, aunque creo que no me escucha porque está demasiado ocupada enumerando todas las cualidades del chico de ojos verdes. 

Si soy sincera conmigo misma, me he sorprendido más de una vez pensando en él. Lo cuál no significa nada, porque no tengo ninguna intención de volver a verlo. Excepto si me lo encuentro en el gimnasio. O de fiesta, como la última vez. O en Ginnos. Madre mía, ¿por qué aparece de repente en todos los lugares a los que voy?

-¡Deberías tirártelo!- casi grita mi queridísima amiga, provocando varias miradas curiosas a nuestro alrededor. 

-¡Em!- exclamo.

Y me río, porque es tan escandalosa cuando quiere que no puedo hacer otra cosa que mostrarme divertida. 

-Hazme caso, Mor. Estás perdiendo una gran oport...

No termina la frase porque, al girar la esquina, descubrimos que la puerta del restaurante al que nos dirigimos ha sido ocupado por muchas personas que gritan y forman mucho barullo. 

-¿Qué cojones...?- empiezo, totalmente extrañada. 

La mano de Emma se cierra en torno a mi brazo en el segundo exacto en el que ve lo mismo que yo. Es él. Ese ÉL que me dejó destrozada hace dos años. Y está saliendo del restaurante de la mano de una chica preciosa con una sonrisa despampanante. 

Mi corazón se detiene y siento como me flojean las piernas. Voy a dejar de respirar y a desmayarme en cuestión de segundos. Y Emma lo sabe, porque de pronto sus manos rodean mi cintura y me arrastra hasta el callejón más próximo. Coloca mi espalda contra la pared y me obliga a respirar profundamente varias veces. 

Sin embargo, la sensación de agobio, celos y tristeza a la que estoy acostumbrada no llega. Estoy nerviosa y mi corazón bombea a un ritmo poco normal. Pero no siento esas ganas irrefrenables de llorar. No siento como se me encoje el estómago como cada vez que he visto todas esas fotos en las revistas agarrando la mano de alguna chica. ¿Por qué no llega esa sensación? Lo único que siento, a ciencia cierta y por encima de cualquier otra cosa, es rabia. Una rabia feroz y ardiente que me atraviesa desde lo más profundo de mi cerebro hasta los pies. Y, de pronto, me dan ganas de correr hasta donde está y abofetearlo. Con todas mis fuerzas. Recuerdo lo que siento cada vez que golpeo el saco imaginando que es él. Y reprimo con todas mis fuerzas la imperiosa necesidad que tengo de exteriorizarlo. Em parece tan extrañada como yo, porque debe ver en mi cara la ira y no la tristeza. 

-No lloras- afirma, en un tono de voz muy suave. 

-No- murmuro. -Pareces enfadada- vuelve a decir, en el mismo tono. 

-Si. Lo estoy. -Eso es nuevo. 

No puedo hacer otra cosa que asentir, porque tiene razón. No he conseguido sentir ira por Brad hasta este momento. Y ahora, es todo en lo que puedo pensar. En que le odio, en que debería de seguir recorriendo el puñetero mundo como la estrellita famosa que es y no volver a la ciudad a incordiar, en que no se que cojones hace en ese restaurante, en las ganas que tengo de pisarle la cabe...

Vale, estoy enfadada. 

-Eso... eso es bueno- dice Emma, interrumpiendo mi verborrea interna- Es decir... te ha costado tres años pero... has pasado a la siguiente fase. La ira. 

INMARCESIBLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora