primero.

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Zahira abre con pesadez sus ojos al escuchar la alarma sonar con insistencia.

Se remueve entre los acolchados, estirándose como un gato. Son las siete menos cuarto de la mañana, y debe comenzar a preparar todo para su princesita.

De camino a la cocina, asoma la cabeza por la puerta entre-abierta del cuarto de Zenda. La pequeña duerme plácidamente, abrazada a un oso de peluche gigante, regalo de sus abuelos para navidad.

Los primeros rayos de sol, comienzan a surcar el cielo de Australia. Con las ventanas abiertas, Zahira toma leche y la pone a calentar. Entre tanto, la radio emite su programación matutina; de esas donde los locutores, te dicen que será un buen día aunque haya una tormenta de mil demonios fuera.

—Mami... —la voz somnolienta que tan feliz le hacía, exclama tras sus espaldas.

—Zed, ¿qué haces levantada tan temprano, bebé? —tomándola entre sus brazos, le proporciona a la niña un sonoro beso en la mejilla. Zenda sonríe, con sus párpados aún cerrados.

—Tengo hambre —dice. Zahira asiente y le indica que tome asiento en la mesa. Su hija hace caso, y con los piecitos en el aire debido a su baja estatura, espera pacientemente el desayuno.

Zahira nunca pensó verse en una situación así; veintiún años, madre soltera, a cargo de una chiquilla preciosa y cariñosa. Pero, con el tiempo, las historias nocturnas y el puré de calabaza antes de dormir, se habían vuelto una rutina, que a pesar de todo, no se asemejaba en nada a lo monótono. Era impredecible; algunas veces ya no había más cuentos que contar, y otras, sobraban las palabras que podían hacer dormir a Zenda de tan sólo pronunciarlas.

Esa era su vida cinco años después. Todo era tan bonito y de cuento de hadas que, algunas veces asustaba. Sin embargo, ella es feliz así. No hay obstáculo que pudiera separarla de su retoño, de más está decir que es una madre sobreprotectora.

Pero, últimamente, hay algo que comienza a preocuparle...

Zenda va a una escuela mixta, donde la mayoría de los chicos, tienen una mamá y un papá. Y ella, quiere saber dónde está el suyo o por qué, no tiene.

Hay cosas difíciles de hablar, y entre ellas... ¿cómo le explicas a una niña de cuatro años, que su padre la abandonó?

La mayoría del tiempo, Zenda se sale con la suya. Si sus cálculos no fallan, al margen de su madre, está creando el plan perfecto para poder tener lo que todos sus compañeritos tienen: una familia normal. Donde un hombre bonito y bueno, pueda llevarlas a su madre y a ella, a pasear por el bosque. O quizá cargarla cuando tuviera sueño. Dejarse maquillar el rostro, jugar a las fiestas de té...

Y Ashton es todo eso. O bueno, casi...

Ϟ

Mientras tanto, el día de Ashton había empezado con el pie izquierdo. En todo el sentido de la palabra.

Su sobrino, Andy, había corrido con fuerza hasta su cama, estampándole ambos pies sobre el pecho al pobre chico. Más que obvio es, que el grito al cielo que dio, despertó a más de uno.

Obviamente, y como no podía ser de otra forma, el desayuno pasó de ser unos prometedores huevos con tocino, a un sartén negra y carne carbonizada.

Todo empeoró cuando su hermana, María Emilia, embarazada de seis meses, comenzó a tener contracciones. Ashton temió por su integridad cuando la joven lo tomó de las muñecas y prácticamente le obligó, a que dejara de hiperventilar. Ella cargaba un bebé en su vientre, no él.

Por último, llegó tarde al trabajo gracias a que Emilia, prácticamente le rogó que dejara a Andy en la escuela.

A veces, Ashton se pregunta para que terminó sus estudios, si de todas maneras, está trabajando de mesero en un restaurante. Con pocos ingresos y sin poder independizarse de la casa familiar todavía, situaciones inesperadas, requieren medidas desesperadas.

Son las diez de la mañana, cuando el teléfono celular en su bolsillo trasero, comienza a vibrar con insistencia. Se remueve inquieto, mientras deja la bandeja plateada sobre la barra y la gente lo mira extrañada por sus raros movimientos de piernas.

—Ash —la voz de su hermana menor retumba en sus oídos. Se oye agitada.

—¿Emi? ¿Está todo bien? ¿Ya vas a parir? Voy en camino —las palabras de Ashton se tropiezan unas con otras. Aleja la bocina del móvil de su oído cuando escucha un fuerte grito en la otra línea.

—Estoy bien, Ashton. No es la primera vez que quedo embarazada —él suspira, comenzando a contar hasta diez—. Llamaron del colegio...

—El pequeño demonio, ¿verdad?

—Hazme el favor y ve por él, antes de que papá termine con un zapato incrustado en la frente.

Ϟ

Su día había comenzado mal, y cuando pensó que todo iba a irse a la mierda, la vio sentada frente al escritorio del director.

Con el cabello corto y los ojos más azules que Ashton haya visto en su vida, Zahira fruncía el ceño, golpeteando el suelo con sus botas caoba.

—Señor Irwin —el hombre sobre la silla giratoria, es Joseph Murray, cabeza de la institución. Éste sonríe con gracias, pero Irwin está demasiado embobado como para notarlo—. Tome asiento.

—¿Qué ocurrió, señor Murray? —oh, y si ella es preciosa, su voz lo es aún más.

—Bueno, la maestra del curso al cual pertenece su hija, nos ha informado de un pequeño accidente —Ashton se aclara la garganta, rompiendo el contacto visual que mantenía con las manos de la muchacha—. Al parecer, el pequeño Andy Irwin, ha manchado con lodo el uniforme de Zenda.

—Genial —Zahira suspira, apoyando sus palmas sobre las rodillas—. ¿Y quién se supone que es él? —pregunta, mirando por primera vez al muchacho junto a ella.

Éste sonríe, haciendo brillar sus ojos hazel. El cabello alborotado y lleno de rizos, lo hace ver aún más guapo —Soy Ashton Irwin, e-el tío de Andy... —tiende la mano en dirección hacia ella, pensando que ha quedado como un estúpido.

—Zahira Preston, ahora... —dice, ignorando un poco su saludo. Él se siente apenado, y baja la cabeza unos instantes—. ¿Qué se supone que vamos a hacer? Tampoco es tan grave —afirma.

—No, no lo es. Pero su hija no es la única que terminó con la ropa en la lavandería —los ojos de Murray, se posan sobre Ashton, quién juega distraído con sus largos dedos—. Supongo que el señor Irwin no tendrá problema en lavar las prendas de Zenda, ¿verdad?

Ashton se sobresalta —E-Eh... Sí, claro —exhala fuertemente, pensando que Emilia le debe una.

—Si ambos están de acuerdo, entonces tenemos un trato —Zahira asiente a la par de Ashton. Sellan el trato con un apretón de manos, donde una corriente eléctrica los invade.

—No... —murmura Zahira para sí misma—. La atracción es peligrosa.

—Uhm... ¿Zahira? —Ashton está de pie frente a ella, y es realmente alto a su lado—. ¿Te parece si llevo la ropa limpia a tu casa? Prefiero no correr riesgos de que vuelva a mancharse y eso...

Se resigna interiormente, se niega, pero... —Claro, Irwin. Te apunto mi dirección.

Mommy  |Ashton Irwin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora