cuarto.

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Zenda colorea con esfuerzo un dibujo que la maestra le dio en la mañana como tarea. Los lápices de colores están regados por toda la mesa, y la pequeña artista no escucha nada más que no sean las puntas rayar contra la hoja.

Por lo mientras, Zahira se encuentra preparando la merienda para su hija. Ésta consiste en un vaso de leche con chocolate y galletas con chispas recién horneadas, receta secreta de la abuela.

Cuando la rubia está por comenzar a pintar su tercer árbol, una pregunta fugaz pasa por su mente.

—Mamá, ¿por qué yo no tengo hermanos? —la piel de Zahira sufre un cambio en su pigmentación, dejándola completamente blanca como el papel donde Zenda está trabajando. Ahí es cuando los nervios la invaden: ¿Cómo se supone que respondes una pregunta de esas?

—Bueno... —dice la muchacha, tendiéndole sus bocadillos a la niña sentada de piernas cruzadas sobre una de las sillas—, quizá la cigüeña no pudo llegar hasta donde estamos.

—¿Y quién es la cigüeña, mami? —Zahira toma asiento a un lado de su hija, comenzando a mojar una galletita en leche tibia para que ésta coma.

—La cigüeña se encarga de traer diminutos retoños del cielo, llamados ángeles —explica ella, segura de darle credibilidad a sus palabras. Después de todo, Zenda apenas tiene cuatro años—. Después, se convertirán en bebés, los cuales todo padre puede tener —esboza una sonrisa algo abatida, pensando con disgusto en su pasado.

—Entonces, ¿yo soy un ángel? —mamá Zahira asiente riendo con dulzura, presionando levemente la nariz de Zenda con su dedo índice.

—Claro que lo eres, mi amor —la chiquilla sonríe con alegría y se dedica a devorar el festín frente a ella mientras sigue con su trabajo artístico. Zahira se alivia de que no hace más preguntas, ya que eso significaría darle una explicación de por qué ella no tiene una figura masculina a su lado y realmente no sería una charla comprensible para una niña tan chiquita.

El pasado de Zahira es impecable, hasta cierto punto, claro. Alumna honrada, hija única y con muchas ganas de cambiar el mundo, fue el claro ejemplo de la persona que la mayoría queremos ser en algún momento.

Con el paso del tiempo, esas cualidades no cambiaron. Sin embargo, lo que dio un giro bastante rotundo fue su percepción sobre el amor; Algo que no había tenido mucha importancia para ella, e incluso sólo conocía el tipo paternal, pasó a ser una prioridad en su vida diaria.

Porque así es la vida como una adolescente, te enamoras y al rato ya no te gusta. Pero lo que Zahira sentía por uno de sus compañeros de clase y amigo, se estaba yendo un poco más allá de ello, dando lugar a un concepto amplio y complicado.

Sumisa como era, sus emociones fueron más fuertes que el uso de razón. Es que ella era tan inocente como para darse cuenta... El mundo no es tan bonito como lo pintan, ¡y qué tarde se enteró Zahira de eso!

Cuando la fiesta de final de curso llegó, no había más alternativa que asistir con una pareja. Por eso, cuando estuvo lo suficientemente segura sobre lo que sentía y quería decir, terminó mágicamente emparejada con Alex Melbourne, el mariscal de campo y su único gran amor en la secundaria.

No obstante, todo terminó tan mal. Al despertar la mañana siguiente, lo único que de lo que pudo ser consiente nuestra protagonista fue que el chico que se había tumbado a su lado la noche anterior, ya no estaba. Empero tampoco esperó jamás volver a verlo.

Por supuesto que costó recuperar la confianza en sus padres, aún más sabiendo lo estrictos que eran. Aún así y con una mente madura, Zahira supo sobrellevar todo lo que implicaba convertirse en madre y abrir las puertas a un mundo nuevo lleno de dificultades.

Mommy  |Ashton Irwin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora