No es un cuento de hadas

290 50 35
                                        

—San, quiero que sepas que mi trabajo es peligroso. Enfrento situaciones que tú no podrías manejar... podrías morir en cualquier momento. Mis enemigos... ahora serán también los tuyos. ¿Lo entiendes?

San lo entendía. Claro que sí. Pero había algo en lo que no estaba de acuerdo: perder a su padre otra vez. No lo soportaría. Haría todo lo posible para evitarlo.

—Papá...

La palabra salió de sus labios de forma natural, sin pensarlo, sin esfuerzo.

—No voy a dejar que te maten.

Seonghwa se quedó paralizado. Le sorprendió escucharlo llamarlo “papá”, pero más aún, lo que su hijo estaba diciendo.

—No, San. No puedes hacer esto. No permitiré que te maten. Eres lo único que tengo. No me perdonaría perderte.

—Escúchame —dijo San, intentando calmarlo.

Su padre lloraba en silencio. Sabía que nada de esto sería fácil.

—Solo mira a tu alrededor... todos son parte de la mafia, las más peligrosas. Cualquiera ya me habría puesto un tiro en la cabeza por cómo soy con ellos.

San sonrió levemente, mirándolo con ternura.

—Créeme, señor Park, es un chico que te jode los huevos —dijo Bam, riendo mientras miraba a San.

—Por favor... —suplicó san, con la mirada suplicante.

Tenía tantos pensamientos. No quería, no podía perder a su hijo.

—Nadie sabrá que soy tu hijo. Podemos trabajar como socios. Nadie sabrá la verdad... no por ahora —dijo San, mirando a Bam con seriedad.

Eso cambió todo. Claro que podía hacerlo, pero era riesgoso.

—San, ¿sabes lo que eso implica?

—Sí. Y estoy seguro de lo que quiero.

Su padre no dijo ni sí ni no. Solo lo miró profundamente.

—Seguirás trabajando aquí, y tu rutina será la misma de siempre. Por ahora, no quiero que sospechen que tengo un nuevo socio.

Todo seguiría igual... pero San no lo quería así. Aunque lo entendía, lo aceptó.

—Haré las cosas bien.

Seonghwa abrazó a su hijo. Se sintió vivo de nuevo. Sabía que el camino sería difícil, pero tenía su fortaleza: su hijo. Y eso era todo lo que necesitaba para derrumbar cualquier muro. Aunque cayera mil veces, San estaría ahí para levantarlo. Y él haría lo mismo por su hijo... y más.

Tras la conversación, su padre se marchó, no sin antes intercambiar números. San estaba de camino a su departamento junto a Bam.

Ir a trabajar ya no estaba en sus planes.

—¿Estás seguro de esto? —preguntó Bam.

San guardó silencio por unos eternos segundos antes de responder.

—No, Bam. No estoy seguro... pero...

Se detuvo para pensar bien lo que iba a decir.

—...pero jamás permitiré que mi padre muera luchando mientras yo solo lo observo. No de nuevo, Bam. No otra vez.

Bam detuvo el auto en un lugar apartado y lo abrazó. San quiso alejarse, pero Bam lo retuvo con fuerza.

San comenzó a llorar. Lloró como no lo hacía desde hacía años. Por él, por su padre, por su madre, por la maldita y miserable vida que llevaba, por lo que hizo Bam, y simplemente... porque sí.

Bam le sostuvo el rostro, limpiando cada lágrima, acercándose a centímetros de sus labios.

—No quiero verte llorar, San. Me lastima.

San quiso reír. ¿Era una puta broma?

—¿Por qué?

Bam quedó confundido ante la pregunta.

—¿Por qué? —repitió.

—¿Por qué haces esto?

—¿Qué es lo que hago, San?

—Sabes perfectamente de lo que hablo. No hay oportunidad contigo, Bam. Esto terminó. Deja de hacerme sufrir, maldición. ¿No te gusta verme lastimado? ¡Fuiste el primero en hacerlo! ¿No te gusta que llore? ¡Fuiste el primero en hacerme llorar! Eres un egoísta, Bam. Eso eres.

¿Crees que por un par de acostones y accione todo se va a limpiar? ¿Y lo que me hiciste hace unas horas? ¿Crees que con eso basta?

Pues déjame decirte algo, Bam. Deja de vivir en esa puta fantasía, porque esto no es un cuento de hadas. Y aquí, Bam... no hay final feliz.

San bajó del auto tirando la puerta, alejándose con paso firme.

Se sentía muerto por dentro. Todo lo que pasó con su padre, toda esa información... y ahora esto. En serio, no era un buen día.

Se adentró en un callejón solitario y rompió en llanto.

Media hora después, se sentía un poco mejor. Llorar alivia, aunque sea un poco. Caminó sin rumbo. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie.

Pasaron horas hasta que Bam lo llamó por séptima vez. Cien mensajes no leídos. Pero San sabía lo que dirían. Lo mismo de siempre, lo que decía cada vez que lo hería.

Cuando por fin llegó a su casa, se dio una ducha, comió algo, y se recostó en el sofá con un par de cervezas.

Estaría libre al día siguiente, así que no importaba si se ahogaba en alcohol. Lata tras lata, hasta que su cuerpo no pudo más. Comenzó a llorar otra vez... y así, entre lágrimas, se quedó dormido.

Suponía que al día siguiente se sentiría mejor. Con una resaca de mierda, sí... pero un poco más libre.

¿Un Traidor Como Tú? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora