Prólogo

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Descargo de responsabilidad de las obras; Ennead y Mo Dao Zu Shi.

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Su vista estaba fija en el suelo, no era capaz de alzar la mirada, su mente nadaba en un torbellino de polvo que había estallado junto a sus emociones. El corazón se le apretujaba con cada respiración y los ojos le ardían del horror. 

Oyó el suave lamento de su hijo, el cual se encontraba de rodillas frente a él con el rostro empapado en lagrimas, su pequeño ceño fruncido manifestando toda su angustia. Algo que nunca le reprocharía. Su rabia estaba completamente justificada y se merecía todo su disgusto.

-Por favor, enmienda tus errores y quítame esta maldición, después podremos ser la misma familia feliz de hace mucho tiempo atrás, ¿verdad? - le suplico con esas diminutas manos y grandes ojos.

No estaba seguro de lo que eso significaba. Se suponía que Anubis lo tenia que odiar, no debía estar aquí suplicando por las pequeñas migajas que le podía dar. No debía de quererlo vivo, después de todo lo que sucedió. Y sin embargo su hijo siempre encontraba la manera de demostrarle que era mejor que él. 

Una humedad se instalo en sus ojos, las palabras de Anubis se canalizaron a través de su corazón, abrumándolo como nunca antes. No le gustaba sentirse tan vulnerable, siempre vivía con el temor de que alguien se aprovechara o se burlara de su inestabilidad. Y sobretodo, Odiaba verse débil ante todos estos dioses. 

Se enderezo y elevo su cabeza con arrogancia. No podía quitarse ese sentimiento. La sensación de querer consolar a Anubis y protegerlo de todos. Llevarlo a cualquier lugar, en donde el maldito de Osiris no lo encontrara y vivir solamente los dos. Sin preocupaciones o deberes. 

Pero ahora no era el momento de soñar despierto, entonces movió el polvo en su mente, y aparto cualquier deseo estúpido, centrándose en su propio enojo para mostrarse impasible ante toda esa multitud, ignorando a su única debilidad. Sabia que estaba decepcionando a su hijo si sus sollozos decían algo, pero se recordó que era necesario, tenia que asegurarse de que Anubis no se viera involucrado en sus errores. 

De lo poco que podía subir el cuello observo por el rabillo del ojo como la mayoría de los dioses se encontraban hoy en la sala, reunidos para juzgar los crímenes que cometió en todos estos siglos.

-¡Escuchen todos, Dioses de Egipto!- hablo Maat- el juicio que estamos celebrando esta noche comenzó con Isis, la diosa de la magia, y su hijo Horus, quienes afirmaron ser los legítimos herederos del trono- proclamo e hizo una pausa, después empezó relatar los hechos que acontecieron estas semanas- Seth, el dios del desierto, y Horus, el representante de los cielos, aceptaron participar en total de tres encuentros para determinar a quién se le daría el derecho a gobernar la gran nación. El vencedor del primer encuentro fue Seth, el vencedor del segundo encuentro fue Horus y en el tercer encuentro, Seth fue descalificado por ignorar las reglas y usar arena, por ello el ganador final es el representante de los cielos, Horus. Esto lleva a Seth como perdedor. Por el resto de la vida no tendrá oportunidad de reclamar el trono-

Seth se removió incómodo, el cuello y los brazos los tenia entumecidos, después de todo estaba completamente encadenado y dentro de una cúpula triangular para que no escapara, las miradas de los demás dioses estaban fijas en él, algunas juzgadoras, otras desinteresadas y las más destacadas llenas de odio. Se sentía como una peón que podían desechar con facilidad, y ahora solo podía sentarse sin poder actuar, mirando hacia arriba mientras alguien superior tomaba control sobre él. 

No podía mover sus extremidades, así que las dejo de tensar. 

Una sombra muy conocida se elevo entre los pilares de mármol y sintió una mirada perforando un hueco en su cabeza. De hecho no sabia que mirada pertenecía a cada quien, pero si estaba completamente segura de esta. Alzo su rostro para centrarse en isis, quien le devolvió una mueca llena de disgusto.

¿Oportunidad o condena?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora