-¡Por supuesto, por supuesto! (animó Frank). Yo ya no puedo bailar, pero aún soy capaz de apreciar lo agradable que es tener a una mujer hermosa en brazos.
-Más probablemente al viejo verde de Prol le gustaría tenerla tumbada (musitó Aracely cuando salieron a la pista de baile poco iluminada). ¡Si no me hubiera apartado de esos dos creo que habría vomitado! Dios mío, se la come con los ojos como si fuera un adolescente encendido. ¡Aunque ella tampoco es mejor! (exclamó acalorada). ¡Le mete los senos en las en la cara al mismo tiempo que te seduce a ti! ¡Y tú la animas, maldita sea!
-¡En absoluto! Lo más que he hecho ha sido hablar con ella.
-Exacto.
-Sé razonable, Aracely, no puedo ignorarla. Además, coquetear para Elizabeth sólo es un juego. Podría gustarle ganar, claro, pero lo más importante es la persecución.
-¿De verdad? (lo miró con expresión sarcástica). ¡Bueno, por si no has notado sus ladridos, ha salido en pos del zorro!
Así como siempre había apreciado el humor sarcástico de Aracely, empezaba a ser consciente de que había pasado por alto otras cosas de ella. Por ejemplo, el modo seductor en que su cuerpo se entregaba al ritmo de la música. Ello implicaba que, dada la irritación y preocupación que sentía con los Prol, resultaba improbable que pensara de forma consciente en su papel de mujer felizmente casada y, por ende, la fluidez y suavidad con que se movía alrededor de la pista debía ser instintiva. Era un concepto más excitante que interesante, ya que sus tentadoras curvas se pegaban a él de una manera que disparaba sus instintos más bajos.
-Jorge... ¿me prestas atención?
-Más que nunca (le dice en doble sentido sin que Aracely se percatara de la intensión que llevaba las palabras de Jorge).
-Bien. Entonces no bajes la guardia con Elizabeth (suspiró; eso alzó sus pechos y la frecuencia cardíaca de él). Por algún motivo los hombres tienen la costumbre de subestimar de lo que es capaz una mujer.
Jorge pensó “Dímelo a mí”, y sus dedos anhelaron comprobar si su cuello era tan suave como sus hombros desnudos.
-Deja de preocuparte, Aracely. Podré ir por delante de Elizabeth. Aunque no debemos olvidar que es el tipo de mujer que si se siente rechazada, podría decirle algo a Frank y fastidiarnos el negocio para vengarse.
-¿Debo sorprenderme?
-Lo único que te digo es que sería inteligente que dejaras de provocarla cada vez que abres tu linda boquita.
-¿Yo? (abrió mucho los ojos). ¿Qué yo la provoco? Jorge Luis Pila, ¿has llevado tapones en los oídos toda la noche? No ha dejado de dispararme perdigones desde que fue a recogernos. No he hecho nada deliberado para agitarla.
-¿De verdad? Entonces el beso que me diste en el exterior de la cabaña no fue para provocarla, sino para excitarme a mí, ¿no?
-¿Qué te...? ¡No seas ridículo! ¡Por el amor del cielo, ese beso no fue peor que el que tú me diste en el aeropuerto!
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