Gustavo (22)*
Cuando triunfó el "No", papá me sentó sobre sus hombros y me llevó a celebrar a la Alameda con mamá. Yo era muy pequeño aún, sin embargo ese es mi primer recuerdo: gritos, bailes y desconocidos que se abrazaban para celebrar la caída del dictador. "Y de forma democrática y pacífica", recordaba mamá siempre, con los ojos llorosos.
Ella perdió a su padre un día en el que los militares llegaron a su casa y se lo llevaron sin mediar explicación. Mamá sabía que él no volvería, pero el regreso a la democracia la hacía sentirse más segura.
Crecí en un hogar humilde, pero orgulloso del país que avanzaba cada día. Papá fue nombrado presidente de su sindicato y mamá se convirtió al vegetarianismo, a los 45 años, para apoyarme cuando yo tomé esa decisión. Siempre me enorgulleció haber crecido en un hogar consecuente y solidario.
Dicen que no hay mal que por bien no venga, empero en mi vida parece ser al revés. Nadie pudo reemplazar a Epidemia, mi perro quiltro, que murió de viejo, hace un par de años. No he vuelto a sentir mariposas en el estómago luego de que Alejandra me dejara, porque decía merecer a alguien mejor que yo. Y el último gran golpea que me dio la vida ocurrió el 27 de febrero del 2010.
Papá es del sur, pero se fue de su casa luego se terminar el colegio. Llego solo a la capital, trabajó en diversos lugares y se gastó el dinero en comida y fiestas, antes de conocer a mamá y "sentar cabeza". Eran los ochenta y las personas se sentían más tranquilas para poder armar una familia. A mi familia del sur la veo poco o nunca. Ese año, el 2010, era el bicentenario del país y todo eso, por lo que mamá quiso viajar a ver a sus suegros y cuñados, y de paso asistir a las celebraciones que estaban ocurriendo en distintos pueblos y ciudades.
Luego de recorrer cientos de kilómetros los tres, solo armados con una mochila y la tarjeta de débito de papá, decidimos instalarnos en un camping cerca de la playa. Vimos el Festival de Viña en una pequeña televisión portátil que tenía una pésima señal y luego nos fuimos a dormir, porque al día siguiente debíamos de tomar un bus a las nueve de la mañana.
Obviamente nunca tomamos ese bus. A las 3:34 me desperté porque sentí un movimiento extraño. Primero pensé que mamá y papá se habían puesto cariñosos aprovechando que tengo el sueño pesado, pero no era así. Ellos ya habían despertado y me estaban sacudiendo.
-Hijo, está temblando -dijo mi mamá.
No era necesario que lo aclarara, podía sentirlo y oírlo. Escuchaba a otras personas gritar mientras abríamos nerviosos el cierre de la carpa. Me detuve a ponerme unas zapatillas, pero cuando quise incorporarme, me caí hacia atrás. Papá me tomó del brazo para ayudarme, pero perdió el equilibrio. Decidimos quedarnos donde estábamos, abrazados los tres, mientras sentíamos que el movimiento era cada vez más fuerte. Mamá comenzó a rezar en voz baja, lo que hacía solo cuando creía que podía morir.
Luego de lo parecieron varios minutos, el ruido de las placas tectónicas de detuvo, por lo que solo oíamos a gente sollozar, perros ladrar y unas alarmas de autos sonando a lo lejos.
-Eso fue por lo menos unos 9 grados -dijo papá en voz baja.
Nos levantamos tomados de la mano, guardamos rápidamente nuestras cosas en las mochilas, nos abrigamos y salimos de allí. Sabíamos que después de un terremoto podía salirse el mar, por lo que comenzamos a caminar de vuelta al pueblo.
Veía que mis padres estaban tranquilos, o eso aparentaban, pero yo no lo estaba. No sé si realmente fue un presentimiento o mis recuerdos me engañan.
Vimos que la calle de la costanera estaba llena de personas que salieron fuera de sus casas y se quedaron conversando. Papá les preguntó por donde había un cerro cerca y les ordenó que hicieran lo mismo. Mientras caminábamos hacia allá, vimos que había que cruzar un túnel. Arriba, pasaban los autos, o eso deberían, ya que nos dimos cuenta que se había caído.
El escenario era tan impresionante, con el puente abajo y un automóvil dado vuelta, que no pude evitar querer sacar una fotografía. Iba a buscar una cámara cuando escuchamos unos gritos. Comenzó a ocurrir una réplica, casi tan fuerte como el movimiento anterior. Corrimos para alejarnos de los escombros, cuando un automóvil que venía desde la otra calle perdió el control y colisionó con nosotros.
Después de eso no recuerdo mucho. Tengo algunas imágenes de más gritos, unas manos que me ponían una tela en la cara, alguien que preguntó mi nombre y alguien diciendo "la ambulancia no puede pasar la carretera".
Desperté en la mañana, producto de otra réplica. Estaba un hospital improvisado, en un lugar desconocido. Luego me dijeron que mis padres habían muerto, pero no pregunté detalles. Pedí que me dieran un calmante, pero me lo negaron porque no tenían muchos recursos. Un par de días después salí de ahí, con algunos moretones y una pierna enyesada. El abuelo paterno me fue a buscar en su 4x4, aunque se demoró un día entero en llegar a mí, porque la carretera era un caos.
Mi familia -o lo que quedaba de ella-, organizó una reunión de emergencia. Yo a duras penas comprendía lo que hablaban. Sentía de vez en cuando palmadas en la espalda y abrazos, pero no me importaba la compasión de familiares casi desconocidos para mí. Yo solo asentí y asentí a todo lo que me decían, porque me importaba una mierda lo que pasara conmigo. El padre de mi padre pidió la palabra y con su voz imponente dijo que él fue el último en ver a su hijo con vida, que me había rescatado y otras cosas más que no recuerdo. Yo miraba para abajo sin pensar en nada.
Así es como terminé viviendo con mi abuelo pinochetista. Me obliga a rezar el Padre Nuestro y cantar el Himno Nacional todos los días mirando el cuadro enmarcado de su General. El pueblo donde vivo ahora está lleno de camionetas, como la que mató a mi familia. Las veo pasar todos los días llevando comida y ganado a otras ciudades. Mientras tanto, yo trabajo ayudando en las finanzas de la parcela de mi abuelo, ya que no he vuelto a caminar con normalidad y no aguanto mucho tiempo de pie.
¿Por qué no me morí yo en vez de mis papás? ¿Por qué no me llevó una ola del tsunami? Cambiaría mis dos piernas por tenerlos a ellos conmigo.
Con razón mi padre siempre decía que no existe dios.
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*Edad que tenía el 2010.
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¡Nos leemos la próxima semana!
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monólogos marginales
Short StoryJóvenes perdidos. Adolescentes confusos. Estas son las historias de aquellos que no tienen voz. ¿Qué piensa aquel chico que no habla con nadie? ¿O aquella chica embarazada que ves caminando por la calle? Cada letra del abecedario es una historia de...