Capítulo 1: La Montaña Dorada

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Se alzaba el cálido sol sobre las imponentes montañas de Argonia, la luz del astro cubría toda la planicie con su albor, evento que me sorprendió levantando mis brazos al cielo mientras lanzaba un gran bostezo mañanero.

Daban ya las seis de la mañana con dos minutos cuando mi estómago al fin hizo sonar la alarma para levantarme, mi madre había preparado colada de haba, que aún que la detestaba, el hambre me obligó a devorarla. Comida, es comida. No podía quejarme, me ponía a pensar en aquellos que no tenían ni si quiera agua para beber. Debía estar agradecido.

Papá trabajaba en la tierra que nos daba de comer, se daba la molestia de laborar horas extra debido a que mamá no podía ejercer profesión alguna gracias a una rara enfermedad que la azotaba. Me dolía la conciencia de no poder ayudar a papá en los trabajos de la tierra debido a que me tachaba de inútil. Siempre que hacía algo lo arruinaba y retrasaba el trabajo. Verlo sacrificarse para darnos de comer dolía aún más. Me sentía una carga.

Todas las mañanas lanzaba un grito al infinito desde lo alto de la montaña, se podía escuchar el resonante eco de mi voz, me hacía recordar lo solo que a veces me sentía. Era algo tonto, pero todos tenemos ese "algo" que nos hace diferentes, ese deleite de diferencias que nos hace únicos. Imaginen un mundo lleno de gente igual; ¿Ustedes no se aburrirían?

Para mí la soledad era algo inevitable, mi negro corazón no podía tener cabida para nadie más salvo para mis padres que se irían en algún momento; no estarían allí para siempre, su momento de partir llegaría celoso a cualquier hora. Mamá tenía los días contados y papá ya senil poco más le quedaba. Tendría que aprender a arreglármelas solo algún día, a pesar de haber pasado la mayoría de mi vida resguardado bajo las cuatro paredes de mi casa. No salía más que a recolectar fruta del manzano al pie de la montaña, era para lo único que era bueno. Después de todo, la realidad es triste para quien no la sabe interpretar, no saben que las cosas pasan por algún motivo de fuerza mayor, y si aquel triste día llegaba tendría que ser fuerte. Amaba a mis padres, daría todo por tenerlos a mi lado. Sin embargo, la realidad me las jugaba en contra, ahora a mi corta edad aprendería a valorar las cosas a la mala.

El Diario de las Tierras AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora