Capítulo 5: Sonrisa Borrada

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Los grandes pilares que adornaban la gran "G" se mostraban imponentes ante mi llegada, allí descansaba la entrada a la solemne pero opaca Greyland, que en tiempos de guerra albergó a los más grandes héroes y guerreros que dieron su vida por defender los ideales en los conflictos bélicos por el control de Argonia. Ahora era una sucia ciudad de paso que los maleantes y desamparados usaban como paradero para comer algo y descansar de sus saqueos y travesías. Es lo que se escuchaba.

Me encontraba ante una ciudad que perdió su brillo. Motivado por la bella mañana que me recibió, dirigí la mirada hacia la puerta y noté que había una silueta femenina tendida bajo la sombra de un árbol. Me acerqué con la intención de preguntar algo acerca del paradero de mis padres, pero esta no supo responder más que con sandeces, de inmediato me alejé y la volteé a ver. ¡Era bellísima! tenía un halo de hermosura oculta que me hipnotizó al momento de girar la cabeza. Nadie quita que esa mujer era también espeluznante, su incomprensible forma de hablar hubiera hecho creer a cualquiera que estaba loca y necesitaba ayuda. La ignoré de momento y continúe hacia la gran "G".

En la garita de la entrada de Greyland se encontraba un portero regordete y bigotón, que nada más alzo la mirada para señalarme una hoja de registro, la cual firmé con un nombre falso para proteger mi identidad, quien sabe que me esperaba en esa ciudad. No pude dejar de notar que la cara de aquel portero, no mostraba emoción alguna. No sería el único.

Adentrándome en la oscura Greyland confirmé aquellos rumores que narraban la cruel realidad de esta ciudad ¡era un paisaje horrible! sus habitantes se paseaban como muertos vivientes, siempre con la mirada al suelo. En sus rostros no se mostraba emoción alguna. Era como si alguien les hubiera arrebatado la sonrisa. Greyland no era ni la sombra de lo que fue.

Daba miedo continuar y mi corazón comenzó a precipitarse, rompí en una huida desenfrenada, tratando de escapar de esa sombría ciudad. ¡No pude conseguirlo! El portón estaba cerrado y no había portero que lo abriera. Sujetaba y zarandeaba los barrotes con fuerza en un intento inútil de abrir la puerta. A lo lejos pude divisar a esa bella pero extraña mujer, que parecía burlarse de mi situación engorrosa. ¿Qué era tan gracioso? Después de ver el interior de la ciudad. Esa mujer dejó de parecer espeluznante, era lo más cercano a la normalidad en ese atroz escenario. Vi cómo se alejaba a paso firme y con una sonrisa en el rostro.

Todo parecía perdido, el pánico se vio opacado por la vergüenza y la impotencia. Agache la cabeza y con las manos aun sujetando los barrotes me dispuse a pensar en lo sucedido. No podría encontrar a mis padres con esa actitud tan cobarde. Me armé de valor, pensar en ellos siempre me revitalizaba, podrían estar en un peor lugar que este. Decidí cubrirme el rostro con el trozo de tela que barría el suelo. Así podría pasar desapercibido de alguna forma. Comencé a mezclarme con la multitud y observaba con cautela los rostros sin vida de los lugareños. Caminé por largo rato buscando algún sitio en el que podría encontrar información de mis padres, más dicho lugar no se avistaba. Sólo se veían casas rústicas y desgastadas por la inclemencia del tiempo, cayó la tarde y mis pies no podían dar un paso más.

Le puse el ojo a una banca que se encontraba al lado de un callejón oscuro, estaba cansado y necesitaba reposar, al menos por un rato. Mis ojos se cerraban de la extenuación, y a lo lejos se oía el relajante susurro de las ramas de los árboles desnudos. Era una sensación agradable y placentera, para ese lugar, era algo bello. Mis pensamientos lograron al fin hundirme en el mar de mi subconsciente, desplazando mi mente del plano físico al espiritual. Flotaba boca arriba en ese mar infinito sin saber qué hacer, todo calmo veía como las nubes del cielo formaban figuras curiosas. Una parecía un niño, otra un amuleto, otra una mariposa, otra un ojo, otra un octogenario, y una última una familia. ¡Era hermoso! De pronto el mar formó un remolino que comenzó a succionarme. A brazadas torpes intenté escapar sin éxito y al llegar al fondo del espiral ¡desperté!

No estaba solo, a mi lado yacía un anciano de unos setenta y pico años con una nariz muy larga y una bata marrón que le llegaba a los tobillos, portaba guantes blancos desgastados y un monóculo roto. El anciano me miró, y estrepitosamente me tomó del brazo jalándome hacia el callejón oscuro. Impresionante para un hombre de su edad. Forcejeaba, y sin darme cuenta golpeé mi cabeza contra un contenedor de basura, o eso parecía ¡quedé noqueado! A mi despertar, pude oír. -Bienvenido.

El Diario de las Tierras AltasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora