Capitulo III

458 44 8
                                    


El sonido de la cuchara cayendo sobre el piso fue lo que dio continuidad a la sinfonía que habían creado sus pesados pasos al alejarse. Se lamento profundamente no haber levantado la vista y encararlo, darle frente y demostrarle que ella era tan fuerte como el, pero al abandonar la cocina le había hecho pensar en lo mucho que su presencia le incomodaba.

Rememoro el día en que aquel extraño hombre toco la puerta de su habitación y como ella fue descuidada al abrir encontrándose en esas prendas. Visualizo sus ojos horrorizados al verla y su boca tambaleando en un vals sin fin impidiéndole darle el mensaje. Se sintió expuesta y después de mucho tiempo se sintió como la mujer que era bajo toda esa armadura de soldado de la regio, sabía que el había visto su cuerpo de pies a cabeza antes de que le azotara la puerta justamente en la cara haciéndola enojar.

Después de atacarlo no pudo saber la reacción de su rostro, pero de algo estaba segura, aquel hombre se fue con un golpe en la nariz, lo sabia porque maldecir fue lo único que lo escucho decir hasta que el silencio regreso a gobernar las afueras de su cuarto.

Esa noche había pasado largo tiempo viéndose en el espejo del baño, preguntándose si el capitán había visto más de la cuenta y llego a la conclusión de que en efecto, así era. Sin embargo, estaba segura de que él no había visto tanto de ella como ella de él. Todo sucedió aquella vez que Hange lo obligo a probarse el uniforme largo y verdoso en plena oficina, para su suerte o desgracia ella se encontraba rondando los pasillos y sus ojos no pudieron pasar de largo que la puerta del capitán se encontraba semiabierta.

Ese día se sintió mal consigo misma por haber invadido la privacidad del capitán, sin embargo, llevaba meses sintiéndose atraída por todo lo que hacía, inclusive por el aroma que quedaba penetrado en su ropa cuando el la tocaba para corregir las posturas de sus ejercicios.

Era algo tan banal, tan sencillo, cosas que podían pasar desapercibidas, pese a eso esas pequeñas cosas no se iban, quedaban guardadas, marcadas en su mente haciéndola rememorar cada noche cada mirada, cada contacto, cada palabra dedicada, aunque fuera solo para regañarla por ser tan estatura.

Todo eso, agregado a los comentarios de las mujeres que la rodeaban la hacían sentir curiosidad, interés por saber si todos esos rumores eran ciertos, aunque también le provocaban acidez y en ocasiones le molestaban tanto que terminaba cediendo al sueño por sus dolores de cabeza.

Nunca había planeado verlo como un objeto, ni tampoco tenia planes de amarlo como había llegado a hacerlo con Eren, pero sabia que, si su curiosidad por descubrirlo no era detenida, aquel hombre iba a terminarse convirtiendo en un doloroso deseo.

El odio que tenía hacia él por tratar de una manera déspota a Eren fue disminuyendo, y conforme dejaba de querer al castaño comenzaba a darse cuenta de que todo su coraje había sido injustificado, que todo su odio había sido envuelto en perjuicios hacia su persona.

Para cuando se dio cuenta sus ojos comenzaron a verlo de una manera muy diferente, era duro, molesto, un obsesivo con la limpieza, pero sobre todo era indiferente, silencioso y excesivamente extraño, cosas que le intrigaban, que le invitaban y la forzaban a querer saber más del capitán que gobernaba cada noche sus sueños.

Verlo pelear junto a ella no era suficiente, oírlo hablar no era suficiente, tocarlo en combate no era suficiente, incluso verlo deleitarse de aquella sopa no había sido suficiente para el calor que sentía en su corazón y tenía miedo de solo desearlo como muchas mujeres, de perder el anhelo después de lograr darle un beso o de incluso perderlo si tuviera la oportunidad de verlo casi desnudo como aquella vez.

Después de divagar dentro de sí, su cuerpo volvió a ser funcional y enseguida tomo la cuchara antes tirada para continuar con la tarea que le habían asignado ese día: Hacer el desayuno.

¿A qué sabe el amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora