Capitulo VI

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Absorto, era la palabra que lo definía en ese momento y cualquiera que fueran las palabras que salían de la boca de Petra, el no les estaba prestando atención. Tenía tanto en que pensar, tantos planes engañosos que inventar para lograr llamar su atención, ¿Cuántos años tenía para comportarse de esa manera? ¿Quince?, le importaba un carajo.

Desde hace meses había estado pidiendo una oportunidad para poder ceder ante ella, y parecía que la vida había escuchado sus maldiciones porque estaba brindándole la ocasión. Porque estaba mostrándosela preocupada y latente por el y fuera por el motivo que fuera, él lo aprovecharía.

Noche, Dios... como deseaba que llegara la noche, pero el puñetero sol se negaba a retirarse ese día con rapidez. Aun calaban sus cabellos dorados sobre la sábana blanca, aún podía buscarle formas a las nubes que parecían tener apariencia de mierda por su desesperación.

Estaba cagado de miedo, claro que lo estaba, la mujer era la flecha topando con el talón de Aquiles, ¡Y el era Aquiles en ese momento!, tal vez no rubio ni tan jodidamente musculoso como ese griego, pero si estúpidamente seducido por una mujer, al grado de abandonar la guerra sin importar sus consecuencias.

Le bastaría con llevársela en medio del bosque, aun y cuando tuvieran que comer jodidas patatas hervidas todos los días. Le valía un carajo tener que repetir la comida y también el hecho de perder su lugar limpio fuera de gérmenes y bacterias. Ella lo valía, ¡Maldita sea! Claro que lo valía. Valia embestirla contra el tronco más duro, aunque terminara rosada por la corteza áspera, valía bañarse en el agua más fría del rio con el fin de poderla ver en desnudez.

¡Valia cada maldita cosa!... él lo sabía, nadie le había venido a contar sobre su valor, él era capaz de notarlo, de ver su fortaleza y su entrega.

— ¿Me permite atenderlo mientras este en este estado? — preguntó de pronto la mujer de cabellos de zanahoria.

Estaba sentada a su lado, en la misma cama, casi en el borde, aunque podía sentirla rosar sus piernas cubiertas. Y al verla deseo que la pelinegra tuviera la misma libertad y seguridad para que pudiera acercarse a el sin reservas, tal y como lo hacia con Eren. Dios... recordarlo era rememorar el comentario que había escuchado en la fogata. ¿Por qué el era tan perfecto para ella al grado de entregarse a el?

¡Él podría enseñarle un puñetero de cosas si eso era lo que quería!

Soberbia era la mujer que lo invadía en ese momento, el era mejor, joder él tenia que ser mejor y ella tenía que verlo, tenía que hacerlo porque estaba cansado de verla desde lejos.

— Mikasa lo hará — citó de pronto su nombre y su boca sintió un cosquilleo que le llego hasta la punta de sus pies.

— ¿Es lo que usted desea? — inmiscuyó 'la mujer que parecía querer hacer que el deseara lo contrario. — Ella no lo conoce tanto como yo.

Era cierto, la pelinegra apenas y lo conocía, casi no tenían tiempo de tener contacto fuera de los combates que solo mostraban la peor cara y la mas salvaje de ellos. Pero había otra parte de el que era salvaje y no tenia familiaridad con las espadas, su cuerpo, su alma y su deseo eran indomesticables, incontrolables y devastadores.

Y se preguntaba si ella lo era, si era tan montaraz como en combate, si mantendría su mirada fría y furiosa al mirarlo desde abajo. Tenia demasiadas dudas, ¡Demasiadas! Que de seguir así tendría que secuestrarla hasta hacerla contar cada secreto de ella.

— Ella se ha ofrecido — acortó a la chica insistente.

Claramente no podía decirle cuanto deseaba que ella estuviera ahí a sus servicios, aunque de seguir así de intranquilo seria su entrepierna la que hablaría por él.

¿A qué sabe el amor?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora