De nuevo me encontraba frente a esa puerta; una puerta que llevaba días cruzando con la esperanza de que fuera la última vez. De que todo acabara y volviéramos a ser felices.
Estaba dormida. Al verla un sentimiento de tristeza me abofeteó. No soportaba verla así, tan pálida y decaída. ¿Qué es lo que sientes cuando tu vida entera corre peligro? Pues exactamente esto. Aunque siempre trataba de mostrarme fuerte para ella.
Le besé en la frente con cuidado pero aún así despertó.
—Buenos días, princesa —la saludé con mi mejor sonrisa. Sus hermosos y desgastados ojitos intentaban acomodarse a la luz.
—Buenos días amor.
—¿Cómo amaneciste hoy?
—Bien. Mucho mejor —sonrió —. No tienes que venir todos los días amor, ya te lo he dicho.
—Pero te amo, bebé, así que tendrás que aguantarme —me acerqué más y la besé en los labios.
Al separarnos nos quedamos un rato así, en silencio, observándonos. Eso era lo más bonito de nuestra relación, disfrutábamos el decirnos solo con nuestros ojos el profundo amor que uno sentía por el otro. Como si pudiéramos ver nuestro interior y saber que todo era real. Que siempre estaríamos para cada cual en las buenas, y principalmente, en las malas.
Acomodé su flequillo detrás de la oreja para luego acariciar por completo toda su cabellera, sabía que le encantaba. Pasé mi mano suavemente por el mismo, hasta que sentí que algo se quedaba entre mis dedos.
Eran mechones de pelo. Una lágrima corrió por mi mejilla y mil cuchillas apuñalaron mi corazón. Sabía que era un efecto secundario de la quimioterapia. También el doctor había dicho con certeza que no sería tan complicado, pues habían localizado con rapidez el tumor y el tratamiento estaba siendo efectivo; pero eso no quitaba la sensación de dolor y angustia que me ocasionaba.
—Tranquilo... estoy bien —intentó reconfortarme, como siempre, con una sonrisa dibujada en el rostro. Tomó mi mano y la impulsó para botar los mechones. La cerró y llevo a su boca para besarla. —.Estoy bien.
Los días se convirtieron en dos largas semanas; semanas que no falté nunca a su lado, semanas de mejoría. Había sanado en su mayoría y ya podía llevarla a casa, así que eso hice. La llevé en un sillón de ruedas.
En verdad si se veía muchísimo mejor, estaba más fuerte, más animada, y ya recuperaba el color natural de su piel. El cabello no se cayó por completo, quedaban unos pocas áreas cubiertas del mismo.
Ante ésto me pidió que los quitara con una máquina para que pudiera crecer de manera uniforme.
Estábamos frente al espejo del baño, ella sentada y yo cumpliendo con su petición. Ambos sonriendo. Felices de haber salido de las complicaciones.
—Gracias —me confundió al decir eso —.Gracias por estar ahí para mí Jade —aclaró al notar mi confusión.
—Emma —apagué la máquina para que el sonido no molestara —,eres lo más importante de mi vida. No, rectifico, eres mi vida. Te amo y siempre lo haré, no me agradezcas por estar para ti porque siempre estaré, pase lo que pase —volví a encender el aparato y lo llevé a mi cabeza.
Comencé a dejar surcos por todo mi larga cabellera. Iba a apoyarla, a hacer que se sintiera mejor, y haría todo lo posible.
Quedó atónita. Cubrió su rostro con las manos, solo dejando afuera sus ya recuperados ojitos; de los cuales comenzaron a brotar lágrimas y más lágrimas. Sollozaba aún más con cada cortada de cabello.
Besé su desnudo cráneo y posicioné mi cabeza también pelada al lado de la suya para que viera el reflejo de dos personas, que eran una.