Abrí la botella de whisky Jhonny Walker que se que tanto le gustaba. Eché dos líneas del líquido en su vaso, luego llené el mío con la misma cantidad.
Siempre pensé que abuelo era alguna clase de gangster por sus gustos. Además, era increíble ver cómo derrochaba respeto con solo su postura al andar.
Levanté mi vaso e hice el típico ademán de brindar. Tomé un pequeño trago.
—Cuando era pequeño siempre soñé con mirar a alguien como tú mirabas a abuela —sonreí ante el recuerdo —, tenía solo ocho años pero era capaz de darme cuenta del amor que ambos sentían por el otro.
Dí otro sorbo al alcohol y noté una sonrisa de su parte.
—Podía quedarme horas y horas observándolos cocinar, bailar, besarse, abrazarse; era increíble —proseguí hundido en los hermosos recuerdos de mi infancia —. Supongo que heredé esos genes románticos.
—Si que lo hiciste —me confirmó él, manteniendo aún su sonrisa.
—La abuela una vez me contó lo que hiciste para enamorarla —reí y dí el último trago a la bebida —. ¿Así que un corazón de cincuenta metros en la arena, eh? Eso es amar con locura.
El también sonrió, recordando de seguro. A medida que crecía, más deseaba saber que era realmente esa magia con el poder de remover mundos; que era ese destello en las pupilas dilatadas de mis segundos padres.
—Y cuéntame, ¿cómo están Kathy y las niñas?
—Abuelo, no sé cómo le hace Kathy para conservar su belleza. Sigo babeando como hace seis años —con solo pensar en ella mi corazón comenzó a acelerarce. Mi sueño se había cumplido —. Lyn y Lau están bien. Son dos mujeres ya, temo que el día de dejarlas ir está cada vez más cerca —respondo con tristeza al tiempo que tomo la botella y me empino de ella. Hago una mueca ante el ardor en la garganta —. El tiempo es un cabrón.
Me parece que fue ayer cuando cargué a mis hijas y ambas eran del tamaño de mi antebrazo. Ahora tienen novios y el miedo de saber que en algún momento se irán, a veces no me deja conciliar el sueño. Creo que además de heredar, me contagié de mis abuelos.
—Si lo es hijo, si lo es; pero supiste aprovecharlo de la mejor manera, amando. Amaste siempre y eso es un regalo que le vida le da a pocos.
El recuerdo de muchas de sus enseñanzas y otro trago al whisky me devolvió a la realidad. Miré a mi lado y leí el ya memorizado letrero grabado en la lápida.
Aquí yace el amor en carne y hueso. Aquí descansan dos personas que ni la muerte, logró separarlos.
Yo mismo escogí las palabras escritas en la piedra. Me gustaba visitar cada cierto tiempo a unos de los seres que más quise, e imaginar conversaciones con ellos. Tal y como lo hacíamos hace mucho tiempo.
Besé el cemento que cubría a mis abuelos y susurré un hasta pronto.
Dejé la botella a un lado y al otro, una hermosa rosa. Los años de experiencia que me caían encima más las infinitas palabras de mis abuelos, me permitieron llegar a una conclusión.
Todos los humanos deseamos sentir amor, ansiamos tener más tiempo y sin embargo, tenemos la muerte. Por ello es importante confiar en el primero, porque él se encargará de la felicidad en el segundo para poder descansar en el tercero.