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Oregón no estaba tan mal después de todo. Luego de unas largas y agradables cuatro semanas, Minatozaki Sana se había adaptado a la fría ciudad. La joven japonesa ya tenía establecida una agradable rutina, la cual consistía en ir de su casa al instituto, del instituto a pasar la tarde con su nuevo grupo de amigas y de allí a su morada. Su nuevo grupo de amigas. Eso era algo que, sin lugar a segundos pensamientos, hizo más ameno el proceso de adaptación de la joven japonesa.

Sin lugar a duda, una de las mejores motivaciones para iniciar en Oregón habían sido sus nuevas amigas. A Minatozaki le resultaba raro el poder llamar amigas a cuatro chicas que recién había conocido. Sin embargo, las cinco chicas habían logrado compaginar con bastante naturalidad desde el inicio. Estas jóvenes lograron hacer sentir a Minatozaki Sana como en casa desde el principio. Y sí, Sana entonces tenía cuatro nuevas amigas que estudiaban en el mismo instituto que ella. Estas eran: Im Nayeon o más bien la chica que la hizo sentir bienvenida desde el primer momento, Park Jihyo la pequeña y carismática presidenta del periódico escolar, Chou Tzuyu la morena que era inseparable de Im, y finalmente estaba la hermosa y amable Kim Dahyun. Esta última había sido la que más a gusto había hecho sentir a Minatozaki Sana. Kim, desde el primer día, compaginó muy bien con la japonesa. A Minatozaki siempre le resultó curioso cómo la tarde de la tormenta en la que conoció a Dahyun, estas habían hablado hasta el anochecer como si de amigas de la infancia se tratara. Sus chistes y bromas siempre estaban cargados de algo de complicidad y malicia que solo ellas podían entender.

Para ese entonces, solo faltaba menos de una semana para la graduación. A Minatozaki no le apetecía ir a la fiesta de final de curso y no era porque no tuviera pareja, sino porque le molestaba todos esos embrollos mundanos; sus padres sabían la forma de ser de la joven, por esa razón no insistieron. Por otro lado, sus amigas estaban empeñadas en llevar a Minatozaki Sana a la que ella decían: sería la fiesta del siglo. «Déjenme en casa con mis películas y mis bocadillos. Estoy segura que la pasaré mejor en mi cuarto que en un salón rodeado de extraños» Esa era el irrefutable argumento con el que la japonesa se defendía. «Si tú lo dices, pero después no andes llorando por haberte perdido la fiesta del siglo.» Decían casi al unísono Nayeon y Tzuyu.

Como era de esperarse, Sana logró mantener sus buenas notas hasta el final. La semana pasada había presentado el último examen y era obvio que la joven japonesa se graduaría junto con sus nuevas amigas. Por esa razón, la joven de ojos canela estaba acostada en su desordenada cama junto con un bote de helado de vainilla contemplando la repisa que sostenía su pequeña, pero amada colección de cámaras. Desde que la joven había finalizado su taller de revelado, no había parado de tomar fotografías con sus cámaras consentidas, especialmente con aquella Premier 35mm Pc-600 que amaba más que su vida.

-¿Estas segura de no querer ir a la fiesta?-fue su madre quien habló cuando esta entró a la habitación de Sana.

-Muy segura.

-Solo quería confirmar-dijo la amable mujer mayor mientras se inclinaba para besar la tersa frente de su única hija.

Sin más la mujer dejó a su hija nuevamente sola en su habitación. La japonesa dejó el bote casi vacío de helado junto a su cama y encendió su televisión con la esperanza de encontrar cualquier cosa que pudiera hacerla olvidar su soledad. Luego de casi media hora de caricaturas, la puerta de su habitación se volvió a abrir. La japonesa apostaba que era su madre o su padre quien solo quería preguntar algo sobre la cena o simplemente acompañarla. La joven no se inmutó hasta que escuchó la voz ronca que tanto caracterizaba a su amiga palida.

-¿Te vas a perder la fiesta del siglo por ver Phineas y Ferb?-Allí estaba la coreana con ropa informal de pie junto a su cama sosteniendo una caja grande con pizza.

¿dónde estás, sana? [saida fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora