04 - la vida de sana.

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Mudarse nunca es fácil. Comenzar de nuevo tampoco lo es. Por eso no es de extrañarse que a Sana se le hiciera tan difícil el tener que dejar todo lo que ya conocía, sus amigos, su rutina, sus vecinos; para tener que irse al otro extremo del país. Cuando Sana llegó a Oregón por primera vez a sus dieciocho años, el frío otoño empezaba a caer sobre la ciudad. Las hojas rojizas y amarillentas empezaban desprenderse de los arboles dejando a su paso la grisácea madera al descubierto. Todo parecía estar acomodándose para el inevitable invierno.

Allí estaba sentada en la parte delantera del coche de su padre mirando por primera vez lo que sería su nuevo hogar. La japonesa estaba en silencio contemplando a través de la ventana el camino a su nueva casa. Sin poder disimularlo, la joven estaba añorando su antigua ciudad. Sana estaba feliz por el ascenso que obtuvieron sus padres gracias a la investigación en la que llevaban trabajando años. Sin embargo, la nipona no podía evitar sentirse triste por todo lo que había dejado a sus espaldas. Había dejado su último año escolar a más de la mitad, y para entonces tendría que ser la chica nueva en un instituto completamente nuevo. No conocía a alguien y tampoco era la más sociable. Al recordar esto, Sana no pudo evitar suspirar contra la ventanilla del auto.

—Lamento que sea así, Sana—dijo su padre. Parecía que fuera la millonésima vez que el hombre se disculpaba con la joven por la mudanza.—. Tu madre y yo no queríamos que fuera así, pero...

—Ya lo sé papá—Sana trató de brindarle la sonrisa más cálida posible—. No te disculpes más. Yo lo entiendo.

—Está bien tesoro.

Sana encendió la radio con el fin de hacer más ameno lo que restaba del camino. La joven volvió a posar su mirada sobre el cristal de la ventana. Absorta por sus pensamientos, la japonesa empezó a tararear la melodía.

—Esa me gusta—dijo el hombre cuarentón tras el volante al escuchar la melodía.

—Y a mí. No puedo esperar para ver a mamá—sonrió al recordar que en su nueva vivienda estaría su madre esperándolos.

Siempre habían sido una familia muy unida. Los Minatozaki se asemejaban a los perfectos círculos familiares que aparecían en los comerciales de cereales. Ellos eran tres y eran felices. Mucho. Sana siempre se había sentido a gusto con sus padres, porque a pesar de ambos ser químicos, ellos respetaban su inclinación por las artes, por no decir que Sana odiaba los números.

—¿Estas emocionada por conocer tu nuevo instituto?

—No. Estoy aterrada—pensó la joven sin atreverse a decírselo a su padre—. Un poco—dijo la joven.

—Sé qué harás nuevos amigos. No te asustes—habló el hombre sin apartar la mirada de la carretera—. Cualquier chico sería afortunado de tenerte como amiga.

Aquellas palabras le causaron una sonrisa sincera. Sana pensó que tal vez, después de todo, la joven podría tener allí un nuevo comienzo. Sin saber que allí su vida como la conocía tendría un principio y un cruel final.

—Había olvidado decirte algo, Sana.

—¿Qué pasa?

—Tú madre y yo hablamos, y hemos decidido dejarte el ático para que lo conviertas en tu taller de revelado de fotos.

—¿De verdad?—la joven estaba feliz por las palabras de su padre. Aquello era el mejor regalo—. Es genial. No sé cómo agradecerles.

Al llegar a un semáforo que marcaba luz roja, el coche tuvo que detenerse. Mientras el semáforo mostraba luz roja para los autos, la luz verde se activó, para así darles paso a los peatones. Un par de personas cruzaban la calle. Sana no les dio importancia. Sin embargo, cuando el semáforo estaba a punto de cambiar a verde, una joven de cabello negro y tez blanca cruzo la calle corriendo. Sana no le pudo prohibir a sus ojos que no se posaran sobre la joven coreana. La joven mientras corría miraba su reloj de mano.

—¿Son marrones o mieles?—susurró Sana tratando de descifrar el verdadero color de los ojos de la joven de blusa blanca. Marrones. Lo supo cuando esta dio una rápida mirada en dirección a ella. Sana no pudo evitar que la comisura de su labio se levantara un poco al conectar sus ojos con los de la desconocía.

—¿Dijiste algo cielo?

—¿Qué? No. Solo estaba cantando la canción—Sana no se había enterado que la música había parado por estar absorta observando a la joven de blusa blanca.

—Pero terminó hace rato.

—¿Quién necesita música para cantar?—cuando la japonesa trató de volver a encontrar a la hermosa joven, está ya no estaba en la acera. Sana pensó que había sido otro de sus tantos enamoramientos fugaces, pero se equivocaba—¿Dónde estás?—pensó al no verla.

Ahí estaba Sana de pie en el umbral de la puerta de la que sería su nueva casa. Era mucho más grande que la anterior. Sus padres habían elegido esa casa en específico porque tenía un espacioso sótano que podría ser utilizado como laboratorio. Cuando decían laboratorio, las personas solían hacerse una idea errada de lo que en realidad era. Por lo general, solían creer que era un cuarto blanco lleno de tubos de ensayo multicolores, con ratones blancos de prueba y trozos de materiales extraños en refrigeradores. Sin embargo, el laboratorio de los padres de Sana no era más que un cuarto blanco con tableros de cristal con indescifrables formulas escritos en ellos. Ellos se inclinaban por la farmacéutica.

—Te encantará tu habitación—dijo su señora madre ayudándole a Sana con la pesada caja que llevaba en sus manos—. Está en el segundo piso.

—Muero por verla.

La japonesa caminó siguiendo los pasos de su madre. A cada paso dado, la joven observaba con detenimiento su nuevo hogar. A pesar de estar lleno de cajas y muebles cubiertos por sabanas color albo, Sana ya se sentía a gusto con su actual morada. Al llegar a su habitación, la joven no pudo evitar sonreír. Amaba lo espaciosa que era y aún más el enorme ventanal que daba en dirección a la calle.

—Deberías desempacar—su madre le sugirió para después dejar a Sana sola en lo que sería su nueva habitación. Sana asintió.

Empezó a sacar la ropa que estaba apilonada en dos cajas, y seguido empezó a acomodar todo en su viejo armario de madera. Después, siguió buscando un buen lugar para su librero, mismo librero que hacia juego con su cama y su armario. Su color pardo rustico combinaban a la perfección el piso de la nueva casa realzando el blanco de las paredes—Nada mal el lugar—susurró la japonesa cuando empezó a acomodar su enorme colección de libros y álbumes fotográficos en su librero de madera.

Cuando hubo terminado, Sana se dispuso a ponerle las sabanas a su cama. Sin embargo, cuando la joven trató de encontrar sus almohadas, no las halló en su habitación. Sana emprendió la búsqueda de estas por toda la casa. Luego de media hora, la joven dio con lo perdido. Al finalizar la cama, la joven se dispuso a sacar su laptop y sus útiles escolares. Estos los acomodó sobré su escritorio.

—Solo falta algo por desempacar—la joven posó sus ojos canela sobre la pequeña caja que yacía sobre su cama. Esta caja tenía la palabra delicado marcado en letras enormes por todos los lados. La joven se sentó sobre el borde de su perfecta cama y sobre sus firmes piernas puso la pequeña caja. Al abrir el contenedor de cartón, Sana extrajo su cámara Premier 35mm Pc-600. Este era el objeto material más importante de la joven. Esa cámara era una reliquia porque había pertenecido a su padre cuando este era joven. Ahora pertenecía a ella, y a pesar de tener cámaras mucho más prácticas y modernas, la joven japonesa prefería esa sobre cualquier aparato fotográfico.

—¿Dónde te pondré?—la joven le habló a su vieja cámara. En seguida la puso en su lugar de honor en medio de sus otras cámaras. La cuales estaban todas acomodadas en una estantería que también era de madera.

Contenta con su nueva habitación, Sana se tiró de espaldas sobre el suave colchón—Este nuevo comienzo no esta tan mal—sin embargo, la joven seguía con nervios por su primer día en su nuevo instituto—No temas, las personas no muerden—se dijo a ella misma. En medio de su momento de meditación, la mente de la japonesa empezó a vagar. Casualmente recordó a la joven del semáforo. Recordó como sus ojos se unieron con tanta familiaridad—Tenia ojos bonitos—susurró para después caer dormida; al parecer, el cansancio le pudo a Sana.

¿dónde estás, sana? [saida fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora