4.3 La enemiga de mi corazón

46 9 8
                                    

Esa tarde, la noticia de que había estampado nuestra barca contra el pilar de uno de los pabellones junto al paseo marítimo de su alteza Thep Nititham, corrió como la pólvora por toda la casa, huertas y posesiones del señor Robert. Fue en parte gracias a Ming, que ahora sí era capaz de recordar el nombre del dueño de la casa para darle veracidad a la historia.

—Compañero, dicen que estrellaste el bote contra el pabellón de su alteza Thep Nititham— me preguntó uno de los trabajadores que iba en busca de agua.

—Humm —respondí vagamente al ver que otros asentían por mí.

—Por lo visto el golpe fue tan duro que se vino todo abajo. Me lo dijo el sirviente.

—Oh Dios —suspiré exasperado—. Solo golpeé un pilar, no destrocé el pabellón, y el sirviente no se movió de allí.

—Oh, pensé que sí —Hizo una mueca de disgusto por que la historia no fuese tan intensa y dramática como esperaba— ,la próxima vez rema un poco más fuerte y termina lo que empezaste —zanjó mientras se alejaba, riéndose de su propia broma.

Pasé horas respondiendo preguntas y desmintiendo los absurdos rumores que el boca oreja había creado. Llegaron incluso a decir que el golpe fue tal, que el hijo de su alteza Thep saltó horrorizado al río del susto que le dio...una auténtica locura.

Para colmo, esa tarde tampoco pude empezar con el entrenamiento que había ideado para los lechones porque me asignaron otro cometido que llevar a cabo esa misma noche: la fiesta que se celebraría en una de las grandes salas de la casa principal.

A tal efecto, adornaron con varios tipos de flores aromáticas de intensa fragancia los salones y pasillos que daban acceso a ese salón, elegantemente decorado con muebles de estilo europeo e iluminado con lámparas eléctricas.

El sonido de las trompetas flotaba a través del ajetreo y el bullicio de la casa, incluso algunos de los sirvientes se escabulleron para espiar a sus amos bailando esas danzas occidentales.

Fui reclutado junto a otros sirvientes, los que teníamos mejor apariencia y un porte más o menos elegante. Al final, tuvimos que ayudar en el estacionamiento de los vehículos, acompañando a los invitados si estaban lejos del salón de banquetes. Todos estábamos maravillosamente vestidos al estilo del reino de Lanna.

Vi a la señora Madre caminar con paso elegante con un vestido de encaje. Sonrió dulcemente junto al señor Robert mientras yo admiraba, anonadado, cada uno de los coches clásicos y hermosos que entraba al lugar.

Los invitados fueron llegando poco a poco, con ropas lujosas: los hombres con trajes y las mujeres con espectaculares vestidos de noche. El ambiente era animado como un baile y me percaté de que casi no había personas tailandesas en el evento. La mayoría eran extranjeros y hablaban en inglés entre ellos.

—Cuando el señor Farang se casó, solo fue la familia occidental. En realidad, pocas veces los occidentales se casan con las mujeres de Lanna. La señora Madre tiene mucha suerte —comentó en un susurro uno de los sirvientes que se acercó para estacionar un auto.

—Ah, ¿y eso por qué? —pregunté en el mismo tono murmurado.

—Al parecer, algunos de los administradores forestales se sintieron insultados porque tomara por esposa a una mujer de Lanna. Sus amigos extranjeros estuvieron enfadados por la boda... Aunque bueno, ahora todo está más tranquilo.

Asentí comprensivamente, pero no estaba contento. Esos extranjeros habían llegado a Tailandia para aprovechar los recursos que no conseguían en su país, pero seguían viéndonos como salvajes e incivilizados. Realmente me hubiera gustado que vieran el mundo en la era de la que yo vengo.

El aroma del amor - IFYLITADonde viven las historias. Descúbrelo ahora