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EL TESERACTO ES LA CLAVE.
Se abrió una puerta y Fallon la observó sin entender todavía dónde estaba. Fue como mirar a la oscuridad y encontrar una luz al final del túnel. Una luz que provenía de esa puerta entreabierta. Sin ningún otro lugar al que huir o ir, atravesó ese resplandor preguntándose que encontraría al otro lado.
Lo que encontró al otro lado fue su casa. No, no ese piso estrecho en el que vivía en Nueva York. Su primera casa en Londres, la que estaba cerca de los campos, con un pequeño granero en la parte de atrás que su padre había construido sólo para su investigación. No era una mansión, ni mucho menos, pero para una Fallon de ocho años era como vivir en un castillo.
De pie en el salón, pudo observar el lugar, recordando el grato recuerdo que creó allí. Pensando en cada pequeño momento que tuvo, antes de que todo se desmoronara. Fallon sintió que un buen sentimiento, nostálgico y melancólico, se instalaba en todo su ser. No era inquietante como la sensación anterior, era tranquila y acogedora.
Mientras miraba las fotos de la repisa de la chimenea, momentos de cuando tenía 11 años, aprendiendo a montar en bicicleta con su padre, las Navidades en casa de su abuela, la foto familiar con sus padres, todas esas pequeñas partes de su pasado que su madre se llevó después de vender esa casa y mudarse, todo después de que perdierá a Albert. Era extraño estar allí de nuevo, más aún después de tanto tiempo.
Una melodía familiar comenzó a sonar en la habitación. Fallon conocía ese sonido desde que era una niña. Era la misma melodía que sonaba en su vieja caja de música. Una que recibió de su padre cuando sólo tenía ocho años. El sonido era agradable, suave y clásico. Recordaba haber llevado esa caja a varios lugares, poniéndola a jugar por toda la casa. Hacía tanto tiempo que la había perdido que volver a escuchar esa canción hizo que se le llenaran los ojos de agua.
Antes de que pudiera empezar a seguir la melodía, pudo oír el sonido de las risas de los niños. Al mirar hacia atrás, vio la forma de una niña que subía rápidamente las escaleras. Pies descalzos sobre la madera, mechas marrones revoloteando. Aquella visión me resultaba familiar. Sabía que acababa de observarse a sí misma como una niña. Fue suficiente para hacer que estuviera más confusa sobre lo que estaba sucediendo. Sin dudarlo, Fallon se dirigió a las escaleras, con su curiosidad hablando más fuerte.
Cuando llegó al final de estas, estaba de cara al pasillo. 5 puertas. 3 a la izquierda, 2 a la derecha. La primera fue donde estaba la pequeña Fallon, de pie frente a la puerta de linóleo y observando algo a través del hueco. Sus grandes y curiosos ojos se centraron en algo realmente importante. La propia Fallon recordó un poco ese momento. Tuvo pequeños destellos de haberlo hecho una vez, cuando era pequeña. De pie en la puerta del dormitorio de sus padres y escuchando la discusión que se estaba produciendo. Como para demostrar su punto, se acercó a donde estaba su forma infantil y se detuvo detrás de ella, inclinándose un poco para observar también a través del hueco.
