Capítulo uno

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Punto de vista de Tokio.

Me llamo Tokio, ¿Se acuerdan de mí? Bueno, deben acordarse. Yo y mis amigos hicimos el mayor atraco de la historia a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre de España hace poco más de dos años, y sé que deben de estar preguntándose ¿Qué hice yo todo ese tiempo, verdad?

El día de nuestra huída estábamos llenos de felicidad por haber logrado atracar el lugar donde se hacía el dinero, pero también estábamos llenos de tristeza porque pensábamos que nunca íbamos a volver a vernos.

El profesor nos dió una carpeta para cada pareja. Nos abrazó y dijo que solo deberíamos abrirla cuando estuviéramos solos. Hubieron unas cuantas lágrimas, pero todos parecían estar más contagiados por la felicidad que por la despedida.

Denver se emborrachaba de champán mientras bailaba con Estocolmo. Nairobi y Helsinki también se abrazaban, gritaban y reían de euforia, y Río me miraba con aquel amor en los ojos que me hacía sonreír toda vez que le miraba.

—¿Y adónde vas tú? –Pregunté al profesor antes de irme con Río a nuestro barco.

—Ojalá no necesites averiguarlo nunca, señorita Tokio –Me dijo arreglando sus gafas de bibliotecario.

Pero ese día llegó.

Había vivido una historia de amor digna de un cuento de hadas los últimos dos años. Río y yo vivíamos en una isla en la que solo bailabamos, follabamos y reíamos. Seguro estarán pensando "Es como un paraíso". Sí, lo era. Pero en todos los paraísos siempre hay alguien que muerde la manzana... O quizás dos.

—¿Qué tienes? Te veo muy pensativa desde hace un rato –Pregunta Río mientras se sienta a mi lado

—Dos años, eh. Dos años aquí –Digo mirando el mar. Que era lo único que nos rodeaba. Mar, mar y más mar.

—Sí, dos años en el paraíso –Dice mientras se ríe

—El paraíso siempre parece la hostia, pero quizás no lo es –Digo mientras siento la mirada intensa de Río sobre mí

Allí comenzó a joderse todo. Todo lo bonito que habíamos vivido, por una idea que se cruza en mi cabeza.

–¿A qué te refieres, Tokio? –Pregunta y puedo sentir el toque de miedo en su voz

Volteo y lo miro directo a los ojos. Pongo mis manos en sus mejillas y admiro su rostro.

—Río, necesito más. Han pasado dos años y estamos aquí. Rodeados de mar. Necesito música. Necesito gente. Necesito ruido. Necesito más que esto

—¿Mucho había durado, no? –Dice mientras sus ojos se llenan en lágrimas– ¿Quieres irte, verdad?

Solo asiento con la cabeza. Mi corazón preguntándose si es la correcto.

—¿Puedo decirte algo?

—Lo que sea –Digo.

—Sé que quizás sientes que no encajas aquí. Sé que necesitas mucho más que esto, y lo entiendo, pero no voy a dejarte. Si quieres irte, pues puedo irme contigo. Podemos vivir juntos, y si quieres irte todos los días de fiesta pues bien. Eres la persona que más he querido en toda mi vida, ¿Qué no es mucho, no? Con solo 22 años, pero lo serás para toda la vida, y no voy a dejarte ir así como así –Confiesa.

—Río, de verdad no hace falta. Sé lo cuánto que te gusta esta isla y.. –Ahora miro toda la isla, alrededor de nosotros e intento convencerle de que se quede, pero me interrumpe.

—Lo que sí que me gusta eres tú. Sí, hemos vivido cosas bonitas aquí, cosas divertidas, cosas calientes –Hace una pausa y me mira con una sonrisa traviesa que me hace reír– Pero creo que podemos adaptarnos a vivir en una ciudad otra vez. Igual echo de menos las patatas fritas y las hamburguesas, que aquí estamos siempre comiendo frutas.

Entonces no había más que decir. Me quedé convencida. Lo besé y pensaba que íbamos a tener una vida normal en la ciudad de Panamá.

Pero, ¿Los ladrones internacionales pueden lograr eso?

Había intentado convencerme de que sí, pero el destino siempre hace lo que quiere, y quizás, el destino y yo queríamos un desenlace diferente.

Luego de esa charla con Río, nos fuimos juntos a la ciudad de Panamá. Todo había mejorado. Río estaba más feliz que antes y sin duda una ciudad le había mucha falta, al igual que a mí.

Teníamos una rutina que consistía en: despertarnos, follar, comer y casi todas las noches me iba de fiesta con mis amigas mientras él se quedaba en casa con sus ordenadores. Las fiestas sin duda no eran la suyo.

Río había roto una regla, junto con Helsinki. Habían comprado celulares. No estaban registrados, y eso nos hacía estar en calma, aunque no del todo.

Si les soy sincera, me había especializado en romper las reglas, pero por alguna razón, los teléfonos satelitales me causaban un mal presentimiento. Y ahora sé el porqué.

Río y yo teníamos cada uno un teléfono. Cada noche al irme de fiesta, me llevaba el mío y Río se quedaba con el suyo. Solo lo utilizaríamos si era sumamente necesario. Aunque esperábamos que nunca sucediera una situación que lo ameritara.

Pero mientras más feliz eres y más alto vuelas, más dura es la caída. Eso fue lo que me pasó a mí aquella noche, cuando estaba de fiesta.

Bailaba con mis amigas al ritmo de la música. Me sentía una jodida diosa.

Uno, dos, tres, cuatro tragos. Luego de eso perdí la cuenta.

Estaba un poco ebria y no encontraba a mis amigas. Agradecía no estar tan borracha, pues me tocaría volver sola a casa.

Mire la hora y maldije. Eran las 3:07 am.

Decidida comienzo a caminar rumbo a casa, esperando llegar lo más rápido posible. Todas las calles estaban a oscuras así que apresuré el paso.

Me detengo un momento y miro hacia atrás. Dos hombres venían en mi dirección.

Desorientada y pensando lo peor, empiezo a caminar más rápido.

Gran parte de mi ebriedad había desaparecido al ver a esos tipos. Volteé de nuevo y efectivamente estaban allí. Eran 4 hombres. Estaban siguiéndome.

Comiencé a correr y crucé a una calle la cual no conozco. El desespero no me dejaba pensar con claridad y en ese instante mi celular vibra. Un mensaje. Río.

¿Cuántas vidas tengo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora