Capítulo ocho

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¿Cuántas vidas tengo?

Capítulo: 08.

*_Un fic de Ana y Manuela_*

*****

*PUNTO DE VISTA DE RÍO*

Volviendo a la dura realidad, limpié las lágrimas que corrían por mis mejillas y me levanté. Tenía que hacer algo. No podía simplemente esperar a que todo se arreglase así como así, como por arte de magia.

Entonces decidí hacer lo sentí que era lo mejor: llamar al profesor a través del mismo hombre que me transportó.

Luego de unas dos timbradas, contestó.

—Hola profesor. Soy Río.

—¿A qué llamas, Río? –Dijo preocupado– ¿Pasa algo?

—Sí... Creo que algo le pasó a Tokio y necesito tu ayuda.

—Te voy a decir la localización solamente una vez, así que escúchame con atención. Luego pásame al transportador. Me encontrarás ahí.

Y así empezó todo. El profesor me dio una localización que solo sabíamos el transportador y yo y en pocas horas ya estaba de camino a Tailandia.

—Voy a salvarte Tokio. Estate tranquila y ponte guapa, que voy a por ti –Dije en pensamiento.

Al día siguiente ya estaba con el profesor. Reunidos me di cuenta de la mirada preocupada que tenía Sergio, y es que para ser un tío tan inteligente, se le notaba tenso.

Cada vez me preocupaba más, pensaba ¿El profesor sabrá cómo salvarla?

Y es que Tokio se había metido en lo más profundo de mi ser. Tenía su nombre tatuado por completo en mi corazón, piel y mente.

No podía dejarla sola. Nunca iba a dejarla sola.

Estando ya en el Monasterio, el profesor realizó una cena.

Uno a uno se fueron incorporando los miembros de la banda, y joder, como había extrañado a los cabrones.

Veo a Nairobi sentarse junto a mí, extrañamente más entusiasmada de lo normal.

El profesor y yo teníamos una cara que gritaba miedo. Miedo por lo que tendríamos que hacer. Miedo por lo que le estarían haciendo a Tokio. Miedo a perderla.

—¿Dónde está Tokio? –Preguntó Denver– Que la he estado esperando para irme de fiesta con ella, como en los viejos tiempos. A qué sí Nairobi –Dijo.

—¡Denver! Compórtate un poco –Le reprochó Mónica, ahora llamada Estocolmo.

Todos rieron, menos yo.

—Tokio no va a venir –Dije completamente serio.

Las risas poco a poco fueron disminuyendo, hasta que quedamos en un silencio absoluto.

Veía las caras confundidas de todos. Nadie entendía lo que pasaba.

—A ver, ¿Cómo que no va a venir? –Preguntó Nairobi. Toda pizca de entusiasmo que había en ella había desaparecido– Esto es una broma, ¿No? Seguro viene en camino feliz de la vida. Que quiero verla ya.

Le dirigí una mirada cargada de preocupación.

—¿Qué está pasando? –Preguntó Helsinki.

—¿Dónde cojones está Tokio? –Preguntó Nairobi de nuevo, molesta. Preocupada.

Respiré profundo y dije:

—Nos pillaron, a ella y a mí. Yo logré huir, ella no.

Silencio.

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