Capítulo veintecuatro

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Punto de vista de Tokio.

¿Sabes cuando te despiertas un día por la mañana y te das cuenta de todo lo que ha cambiado tu vida? Cuando realmente logras comprender que tus decisiones te han llevado a vivir aquella realidad a la que tanto le temías... Esa vaga idea que años atrás rondaba por tu mente a altas horas de la madrugada, esa que te dejaba sin respiración por unos cuantos segundos, ese mismo pensamiento que te dejaba aterrada y con una botella de vodka en la mano para olvidar lo que hace segundos estaba impregnado en tu cabeza.

Siempre me había repetido a mí misma que el amor era una putada, pero una putada enorme. Te hacía ver de color rosa cosas que no lo son ¿y para qué? para que no puedas vivir sin esa persona, para que pierdas la cabeza y termines como se termina en el amor, teniendo hijos.

Podría asegurar que esa era mi más fiel lema después de la muerte de René, no había nada que me hiciera cambiar de opinión.

¿Por qué? Porque yo soy más bien de huir.

Había pasado un tiempo, y ya tenía nueve meses de embarazo. Pero solo podía preguntarme:

¿Pero por qué me había quedado esta vez?

Cómo si estuviese destinada a ello, había abierto mis ojos luego de una larga siesta y tenía al hombre que amaba junto a mi, tumbado al lado de mi abultado vientre, durmiendo.

—Hola, guapa –Dijo mientras se despertaba, sentándose a mi lado y me dio un beso, lento y dulce– Puedo acostumbrarme a esto.

Me reí levemente.

—No sé qué pasó pero no me pateó mucho esta noche –Dijo entretenido, luego me observó detenidamente– Tokio, estás muy callada ¿Qué pasa?

—Tuve sueños ya sabes... Un poco acalorados –Le respondí, coqueta– Papi, quiero follar.

—¡Shhhhh! ¡Tokio! el bebé ya puede escucharnos perfectamente –Me regañó– Buenos días, mi amor –Se inclinó y besó mi vientre.

Rodé los ojos, divertida.

—¿Entonces la película porno que sucedió en mi cabeza qué? ¿Se quedará ahí sin más? Joder, eres el primer hombre que me rechaza. Esto se siente como una puñetera mierda.

Río se levantó de la cama y se desnudó, dejando a la vista su espectacular cuerpo varonil. Me tomó de la mano y me dijo:

—¿Vamos a tomar una ducha juntos? Creo que deberíamos ahorrar el agua.

—Tú de aquí no sales sin mi. Eso lo sabes, ¿no?

—Tendrías que secuestrarme, y eso está feo.

—Pero tiene su morbo, ¿no? me habré aprendido unos truquitos sobre secuestros, atar gente y eso.

—¿Vas a venir a ducharte conmigo o me vas a tirar fichas?

—Puedo hacer las dos cosas a la vez –Le respondí– Y podría hacer una tercera.

Poco después ambos estábamos bajo la regadera, con el agua caliente corriendo por nuestros cuerpos y Río invadiendo mi boca.

Eso había sucedido hace dos días.

En nuestra balanza el equilibrio había vuelto a joderse. Porque ahora tenía todo lo que alguna vez pensé que era imposible para alguien como yo, pero nadie me había prometido que no vendrían altibajos con todo esto.

Sentada en el jardín me di cuenta que había pasado mucho tiempo mirando a la nada. Molesta, me levanté, y en camino hacia mi habitación me encontré con Denver, quien iba haciendo pasos de baile.

¿Cuántas vidas tengo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora