10. Cenizas

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Narrado por Artemis Lokisdottir

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Hacía al menos tres horas que Cassie se había ido. El tiempo transcurría de forma diferente en Asgard que en la Tierra, eso lo tenía claro, así que no tenía ni idea de cuánto tiempo pasó allá. Unas nueve a diez horas, podía suponer.

Podía lograr convertir un caballo en una mosca, y viceversa, podía engañar a un auditorio entero de gente para que viera un dragón vivo, eso también, podía mover cosas con la mente, pero no podía hacer que este maldito aparato se conectase a la señal terrestre, no importa lo mucho que me esforzara.

Solté un grito de frustración y lo dejé en la cama. Odiaba la tecnología midgardiana casi tanto como odiaba esta habitación.

Era su habitación, la habitación de mi padre en su juventud. Mi padre siempre había preferido el poder antes que a su propia familia, y yo no presentaba poder ante sus ojos, así que me abandonó con mi madre sin darme más de una visita al año, un control de calidad para ver si realmente era digna de llevar su nombre en mi apellido.

No me sorprendía, la gente que quería tenía ese hábito de abandonarme. Mi padre, mi madre, mi hermano, mis mejores amigas, incluso Torunn. Limpié las gotas que se colaron por mis ojos, no quería llorar, estaba harta de llorar.

La puerta de la habitación se abrió, y escondí el brazalete bajo las sábanas. Salí un poco más cerca dela puerta principal del cuarto, y me encontré con Torunn acompañada de dos guardias. Los guardias se quedaron en la puerta, cerrándola tras la nueva reina de Asgard, y dejándonos solas. No sabía si estar nerviosa, tenerle miedo o coraje.

No iba a mentir, sí que le tenía coraje. Odiaba cómo pudo ignorar años de estar juntas y querer tratarme como una criminal, además de dignarse a venir después. Tenía suerte de que no quería morir aún, de lo contrario habría quemado su rostro.

Su aura estaba roja en los bordes y azul en el interior. Podía ver bajo su coraza, no era más que una pequeña niña triste y asustada que se refugiaba en el enojo para verse fuerte y amenazante. No consideró nunca lo mucho que a mí llegó a dolerme la pérdida de Tristán, no se dedicó a pensar que para mí también era un hermano, y que me dolía tanto como a ella, pero que asesinar a uno de nuestros amigos no lo traería de vuelta.

-Artemisa- me dijo. Odiaba que usaran el nombre completo, me ligaba a leyendas midgardianas que no estaban tan alejadas de la verdad, y eso me asustaba.

-Torunn- respondí, igualando su tono. Iba a reflejar cualquier energía que ella trajera.

-Creo que debes saber el por qué de mi visita- cruzó los brazos sobre su pecho. La diferencia de alturas entre mi prima y yo siempre me había resultado intimidante, pero en este momento podría encogerla al tamaño de un ratón.

-No, la verdad es que, a diferencia de ti, no eres lo único en lo que pienso todo el día, aunque, supongo que ahora que heredaste el trono debe haber muchas más cosas en las que debes pensar además de tu petulante persona.

Princesa vanidosa y presumida, pensé. Si una cosa les había heredado a mis padres era la habilidad de mentir y engañar aún bajo presión a la perfección.

Ella puso los ojos en blanco.

-Sé que tienes el cetro de tu madre.

Oh, no. Lo había olvidado por completo. El cetro de mi madre tenía parte de su poder contenido, con eso cualquier asgardiano podría acceder a una parte de su magia y usarla a su voluntad. Podrían crear hechizos de ilusión, volar, encantar objetos, encontrar personas, etc.

Fracture (Young Avengers 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora