4. Solo seguime

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Los sonidos de bocinazos en la distancia provocaron que sus sueños se entremezclaran con sus recuerdos, y se convirtieran en pesadillas. Despertó sobresaltado tras soñar con un auto que se acercaba a toda velocidad a él, quien estaba en medio de la calle, sin poder moverse.

Ya era la mañana siguiente y estaba recostado en la misma suave y cómoda cama en la que... ¿Qué había pasado? Tenía una migraña terrible y en cierta parte detrás de su cabeza sentía un dolor especialmente intenso. Tocó el sitio y soltó un gruñido. Chequeó que su mano no tuviera sangre, pero no tenía. Apenas podía abrir los ojos por la dañina y abrasadora luz. Más lento. Sus ojos se fueron acomodando poco a poco a la intensidad.

De pronto recordó el vómito y se giró con un movimiento abrupto para ver si seguía ahí: no estaba. De hecho, no había ni rastro. Miró sus pies: también estaban limpios. Entonces se la imaginó a ella limpiándolos... con la lengua. Sí, limpiando vómito..., y después mirándolo sugestivamente y guiñándole el ojo. Dios. Dejar el asunto a medias le había afectado.

Recorrió la habitación con la mirada y vio su remera en una silla. La silla estaba arrimada a un escritorio con una estantería encima, repleta de libros. Le dio curiosidad saber qué leía, pero estaba muy lejos para ver los títulos. También tenía una curiosa colección de búhos de madera de distintos tamaños. No había muchos muebles más, salvo un armario empotrado y un radiador —apagado, era pleno verano después de todo— con algunas ropas de ella tiradas encima. Se quedó mirando el techo un rato, después al suave sol que entraba por la cortina traslúcida, que rozaba las mantas con su luz. A pesar de la migraña y del dolor corporal, se encontraba increíblemente cómodo. Dios, esa cama era gloriosa. No quería levantarse jamás.

La puerta del dormitorio se abrió.

—¡Por fin! Se despertó el bello durmiente. Mirá, justo venía a eso —dijo, mientras se apoyaba en el marco de la puerta y cruzaba los brazos.

Justi apenas la reconoció, sin todo el maquillaje. Le pareció que seguía siendo hermosa, pero no tan sensual. Ahora parecía mucho más delicada, con su pequeña boca de labios rosados y sus ojos almendrados.

—Disculpame, por lo de ayer.

Ella negó con la cabeza.

—No te disculpes, corazón, no lo hiciste a propósito. Yo también vomité este piso varias veces —dijo, y ambos soltaron risitas entre dientes.

Él le dirigió una larga mirada mientras le dedicaba una amplia sonrisa.

—Limpiaste mis pies.

—Y sí, no quería que ensuciaras las mantas.

—¿Los lamiste? —preguntó Justi libidinosamente, y ella rio con ganas.

—Ay, ¡sos un guarro! —Entró, tomó la remera de Justi y se la lanzó sobre la cara. Él la apartó, riendo. Entonces ella notó de nuevo los golpes en sus costillas, hombros y brazos.

—¿Cómo estás? —Parecía preocupada de verdad.

—Vivo —respondió, sonriente.

—¿Me contás qué te pasó? Digo, lo que te pasó en serio.

Justi lanzó un gruñido y se tocó el ojo dañado.

—El tarado de mi jefe y su hijo.

—¿Tu jefe y su hijo? Uy, claro, nunca termina bien si te metés con tu jefe y su familia. ¿Te acostaste con su esposa?

Justi soltó una carcajada.

—No, el único que salió garchado ahí, fui yo. Resulta que el hijo era compañero mío y era un pelotudo monumental. El tema es que yo no lo sabía, que era su hijo. Le dije al viejo algunas cosas de él..., nada bueno, te imaginás. Y era justo el día de cobrar y el forro hijo de puta no me quiso pagar. Armé quilombo y me echaron a patadas, literalmente.

El buen amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora