3. No cualquiera podría

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Un calor agradable colmó el pecho de Justi de inmediato.

—¡Dale, flaco! A ver cuánta fuerza tenés —dijo, con una sonrisa, jugando a ver cuánto tardaba el otro en darse cuenta.

Alan apoyó su bebida en una mesa de billar y se dio la vuelta, listo para enfrentarlo. Esa voz le había sonado familiar, y, en cuanto vio esos ojos azules intensos y ese pelo negro alborotado, lo reconoció enseguida. Pensó que la bebida lo engañaba, pero una gran sonrisa apareció en su cara al ver que su amigo realmente estaba ahí.

—¡La concha de la lora milagrosa...! —dijo, asombrado y haciendo sonar sus palmas en un único fuerte aplauso—. ¡Mirá a quién trajo el diablo! —continuó con incredulidad, y lanzó una carcajada abalanzándose hacia él y estrujándolo con un fuerte abrazo—. ¡Al fin, loco! ¡Mierda que te hiciste esperar, macho!

Ambos reían mientras se daban palmadas en la espalda. Alan tomó un respiro de su exaltación y aferró a Justi por los hombros para inspeccionarlo detenidamente. Tenía un aspecto desastroso: saltaba a la vista un enorme moretón rojizo alrededor del ojo derecho, pero no era solo eso. Las cejas gruesas parecían tener una permanente inclinación hacia abajo, la mirada carecía de esa chispa de alegría que la caracterizaba, tenía el labio cortado y la piel, tostada por el sol, cubierta de pequeños cortes y mugre de un lado, como si se hubiera dado contra una pared, o el piso. Todo él parecía reflejar agotamiento y desdicha. La expresión alegre de Alan se desvaneció por completo.

—Boludazo..., te metiste en algún quilombo feo, ¿no? Estás hecho bosta —Justi bajó la mirada, un tanto avergonzado, y Alan lo soltó—. Y necesitás ayuda. Tenés que haber caído muy bajo para venir justo conmigo —dijo con una sonrisa extraña.

—No es eso. —Se apuró a responder Justi—. No es solamente eso. Es que... —dijo, mientras clavaba los ojos sobre los de él, haciendo una pausa para verlo mejor—, ¡mierda, te extrañé tanto! —Se lo dijo con expresión muy seria, hasta que una pequeña sonrisa se asomó y se convirtió en una enorme que se contagió a su amigo.

Salieron fuera con unas cervezas, para escucharse mejor y poder fumar un poco. El lugar bueno de los escalones de la puerta estaba ocupado, así que se quedaron parados. Justi se apoyó en una pared y le resumió lo ocurrido hasta el robo del celular, mientras Alan escuchaba con creciente diversión.

—Mierda, guacho, ¡solo faltó que te meara un perro!

—Uno casi me muerde.

Alan estalló en una carcajada, y ver que Justi lo miraba muy serio solo provocó que la gracia se intensificara. Trató de calmar el ataque de risa sin éxito, y tuvo que agacharse hasta el piso, rodeándose la panza con un brazo porque empezaba a dolerle. Justi, frustrado con aquella reacción, le lanzó una mirada rabiosa y se acercó a darle una patada tan fuerte que le arrancó un insulto a viva voz y provocó que la mitad de su cerveza se derramara.

—La reconcha tuya, boludo, ¿te cuento que estoy en la lona y vos solo te cagás de risa? Pelotudo. —Alan respiraba hondo entre risas ahogadas y se masajeaba el muslo pateado—. Sí, soy chiste, ya lo sé... —concluyó Justi, con amargura.

—No, guachín, no sos un chiste —respondió Alan, recomponiéndose—. Es solo que la vida a veces parece una joda cósmica, ¿o no?

Justi pidió fuego y encendió el porro que le habían convidado, en un intento por calmarse, y le dio una profunda calada. Después estiró la mano con la que lo sujetaba frente a su amigo.

—Una seca nomás, que ya ando medio durazno, amigo.

Le dio otro sorbo a la cerveza antes de la pitada. Se lo devolvió con la mirada fija en él, mientras el humo salía sin apuro de entre sus labios.

El buen amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora