Caminaron un par de calles en las que Justi no dejaba de tambalearse, hasta que tropezó con sus propios pies y cayó al piso.
—No podés ni sostenerte, pa. Te necesito más despejado, amigo. Vení, vamos a despertarte un poco.
Así que fueron al lugar del que Alan tanto hablaba, y tuvo que llevarle un brazo sobre sus propios hombros para que no se volviera a caer.
Se quedaron ahí hasta que cerró, a la una de la madrugada, y un par de cafés negros, una botella de agua y un copioso vómito en el baño lograron dar a Justi cierta lucidez.
—¿Cómo te sentís?
—Como nuevo —dijo con voz ronca y comprimiendo sus sienes.
—¿Estás listo?
—No.
Alan lo miró fijamente y con cierta preocupación en el rostro. Suspiró.
—Está bien... Vamos.
El tren iba vacío a excepción de ellos dos y el conductor, por lo que el trayecto resultó bastante tranquilo, aunque lo que menos sentía Justi era tranquilidad. Él estuvo casi en completo silencio durante todo el viaje, intercambiando miradas nerviosas con Alan, mientras él le hablaba sin esperar respuesta, y Justi se limpiaba el sudor de las manos en las piernas de su pantalón.
Salieron de la estación y caminaron. Lo hicieron bajo el cielo negro de esa profunda noche sin luna, iluminados únicamente por las mortecinas lámparas del alumbrado. La zona estaba en obras en varios lugares y nadie trabajaba por ahí a esas horas, por lo que las calles estaban prácticamente desiertas. Hasta que por fin lo vieron: el edificio en construcción, de ahora nueve pisos de altura, y no pararían hasta los doce y todos los detalles de última moda en el mundo inmobiliario. El lugar en donde Justi había trabajado durante una semana entera sin recibir paga alguna.
Una pared de chapas de dos metros de altura cerraba el perímetro de la obra. Un par de ellas que hacían de puerta estaban cerradas por una gruesa cadena.
Esperaron unos minutos a una distancia considerable, hasta que terminaron de pasar por esa calle un tipo con sus perros y un par de autos.
—Che, viejo, no sé..., no estoy muy seguro de esto —dijo Justi, en voz baja.
Alan hizo oídos sordos mientras miraba hacia todas partes en busca de cámaras de seguridad y de potenciales testigos, evitando las luces del alumbrado, refugiándose en la oscuridad. Notó que habría alguien adentro al ver un auto estacionado a poca distancia, y que la cadena no tenía el candado fuera, sino adentro, pero no dijo nada. No quería espantar a su amigo, que lo seguía unos metros más atrás.
—Vamos —dijo Alan, cuando el momento pareció propicio, y cruzó la calle.
—Esperá, esperá... ¡Esperá, Dios, pará un poco!
—¿Qué? —preguntó con impaciencia, abriendo los brazos y mostrando las palmas.
Justi sacudió la cabeza y miró a Alan. Una mirada penetrante y turbada.
—No entremos.
—¿Cuál es el problema, Jus? ¿Te dieron ganas de ir a mear? —preguntó con cierta irritación.
—No..., no quiero entrar. Me arrepentí.
—Dale, amigo, no la cagues justo ahora.
—Escuchá..., esperá.
—No hay tiempo para tomarse un tecito y filosofar, Justi. Yo me mando. ¿Venís o no?
—Alan...
La luz del alumbrado apenas acariciaba su rostro, y pudo ver su mirada suplicante. Entonces Alan suspiró profundamente y se removió en su sitio para sacarse algo del bolsillo. Le daba la espalda a la luz, y lo único que Justi podía distinguir era su silueta.
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El buen amigo
Fiction généraleEsta es una historia de amor y de odio. Justino es un joven humilde, noble y soñador que termina viviendo en las calles luego de un duro golpe de mala suerte. Desesperado, acude a un viejo amigo, quien le tiende una mano. Pero Justi no cuenta con qu...