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La semana siguiente llegué antes que Johnny a la casa del árbol.

Me costó un poco subir en silencio con todo lo que quería llevar, pero lo conseguí. Estaba recolocando los platos una vez más cuando oí que alguien trepaba por el árbol.

—¡Buh!

Johnny se sobresaltó y se rio. Encendí la vela nueva que había comprado para la ocasión. Él cruzó la casa del árbol para darme un beso y, al momento, me puse a contarle todo lo que había sucedido durante la semana.

—No te he contado lo de las inscripciones —le solté, muy animado.

—¿Cómo fue? Mamá me dijo que estaba hasta los topes.

—Fue una locura, Johnny. ¡Deberías haber visto cómo iban vestidos algunos! Y ya sabrás que de sorteo no tiene nada. Así que tenía razón. Hay gente mucho más interesante que yo en Carolina para elegir, de modo que todo esto se queda en nada.

—De todos modos te agradezco que lo hicieras. Significa mucho para mí — dijo, sin apartar su mirada. Ni siquiera se había molestado en echar un vistazo a la casa del árbol. Se comía con los ojos, como siempre.

—Bueno, lo mejor es que, como mi madre no tenía ni idea de que ya te lo había prometido a ti, me sobornó para que firmara.

No pude contener una sonrisa. Aquella semana, las familias ya habían empezado a celebrar fiestas en honor de sus hijos, convencidos de que el suyo sería el elegido para la Selección. Había cantado en nada menos que siete celebraciones. Incluso una noche había actuado un par de veces. Y mamá había cumplido con su palabra. Tener dinero propio era una sensación liberadora.

—¿Te sobornó? ¿Con qué? —preguntó Johnny, con el rostro iluminado.

—Con dinero, por supuesto. ¡Mira, te he preparado un festín!

Me separé de él y empecé a sacar platos. Había preparado cena de más con la intención de que sobrara para él, y llevaba días horneando pastitas. De todos modos, Karina y yo sufríamos de una terrible adicción a los dulces, así que ella estaba encantada de que yo me dedicara a gastar mi dinero en eso.

—¿Qué es todo esto?

—Comida. La he hecho yo mismo —dije, henchido de orgullo.

Por fin, aquella misma noche, Johnny podría irse a la cama con el estómago lleno. Pero su sonrisa se desvaneció al ir descubriendo un plato tras otro.

—Johnny, ¿pasa algo?

—Esto no está bien —sacudió la cabeza y apartó la mirada de la comida.

—¿Qué quieres decir?

—Taeyong, se supone que soy yo quien tiene que cuidarte. Me resulta humillante venir aquí y que tú tengas que hacer todo esto.

—Pero si siempre te traigo comida...

—Unos cuantos restos. ¿Te crees que no me doy cuenta? No pasa nada por que me quede con algo que tú no quieres. Pero que seas tú... Se supone que soy...

—Johnny, tú me das cosas constantemente. Tengo todos mis céntimos...

—¿Los céntimos? ¿De verdad crees que sacar eso, precisamente ahora, es una buena idea? En serio, Taeyong, ¿no te das cuenta? Odio la idea de no poder pagar por escuchar tus canciones, como los demás.

—¡Tú no tendrías que pagarme nada en absoluto! Es un regalo. ¡Todo lo mío es tuyo! —Sabía que teníamos que ir con cuidado, no levantar la voz. Pero en aquel momento no me importaba.

—No quiero caridad, Taeyong. Soy un hombre. Se supone que soy yo quien debe mantenerte.

Johnny se llevó las manos a la cabeza. Respiraba aceleradamente. Como siempre, estaba reconsiderando su postura. Pero esta vez había algo diferente en su mirada. En lugar de irse centrando, se le veía más y más confundido. Mi rabia fue desvaneciéndose al verlo ahí, tan perdido. Me sentí culpable. Mi intención era darle un capricho, no humillarle.

🏹 JaeYongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora