Era la primera vez que iba al aeropuerto, y estaba aterrado. La mareante emoción del encuentro con la multitud había quedado atrás, y ahora me enfrentaba a la terrible experiencia de volar. Viajaría con otros tres chicos seleccionados, así que intenté controlar los nervios. No quería sufrir un ataque de pánico delante de ellos.
Ya había memorizado los nombres, las caras y las castas de todos los
seleccionados. Empecé a hacerlo como ejercicio terapéutico, como rutina para calmarme. Había puesto en práctica esa técnica otras veces, memorizando escalas y curiosidades. Al principio buscaba rostros amables, chicos con los que pudiera compartir el tiempo mientras estuviera allí. Nunca había tenido un amigo de verdad. Me había pasado la mayor parte de la infancia jugando con Yoona y Chen.
Mamá se había encargado de mi educación, y era la única persona con la que trabajaba. Y al irse mis hermanos mayores, yo me había dedicado a Karina y a Jeno. Y a Johnny...
Pero Johnny y yo nunca habíamos sido solo amigos. Desde el momento en que fui consciente de su presencia, me enamoré de él.
Ahora iba por ahí cogiendo a otra chica de la mano.
Gracias a Dios que estaba solo. No habría podido soportar llorar delante de los otros chicos. Me dolía. Muchísimo. Y no había nada que pudiera hacer.
¿Cómo me había metido en aquello? Un mes atrás me sentía seguro de todo lo que pasaba en mi vida, y ahora no quedaba nada familiar en ella. Un nuevo hogar, una nueva casta, una nueva vida. Y todo por un estúpido papel y una foto. Tenía ganas de sentarme a llorar por todo lo que había perdido.
Me pregunté si alguno de los otros chicos estaría triste en aquel momento. Supuse que todos se sentirían pletóricos. Y al menos tenía que disimular y fingir que yo también lo estaba, porque todo el mundo me estaría mirando.
Hice acopio de valor para enfrentarme con todo lo que se me venía encima. Afrontaría todo lo que se pusiera en mi camino. Y en cuanto a todo lo que dejaba atrás, decidí que haría exactamente eso: dejarlo atrás. El palacio sería mi santuario. No volvería a pensar ni a pronunciar su nombre. No tenía derecho a acompañarme en aquel viaje: aquella sería mi propia norma para aquella pequeña aventura.
Se acabó. Adiós, Johnny.
Una media hora más tarde, dos chicos vestidos con una camisa blanca y unos pantalones negros como los míos atravesaron las puertas con sus asistentes, que les llevaban las bolsas. Ambos sonreían, lo que confirmaba mi sospecha de que yo era el único de los seleccionados que estaba deprimido.
Era el momento de cumplir mi promesa. Respiré hondo y me puse en pie para darles la mano.
—¡Hola! —saludé, animado— Yo soy Taeyong.
—¡Ya lo sé! —respondió el chico de la derecha. Era un rubio con ojos marrones. Lo reconocí inmediatamente como Xiao Dejun, de Kent. Un Cuatro. No hizo caso de mi mano tendida; se echó adelante y me dio un abrazo sin pensárselo dos veces.
—¡Oh! —dije.
Aquello sí que no me lo esperaba. Aunque XiaoJun era uno de los chicos que tenía cara de buena persona, mamá llevaba toda la semana advirtiéndome de que considerara a todos aquellos chicos enemigos, y su pensamiento agresivo había ido penetrando en mi mente. Así que ahí estaba, esperando como mucho un saludo cordial por parte de unos chicos dispuestos a luchar a muerte por alguien a quien yo no quería. Y lo que recibí fue un abrazo.
—Yo soy XiaoJun. Este es Jungwoo.
Sí, Kim Jungwoo de Allens, un Tres. Él también tenía el cabello rubio, pero mucho más claro que el de XiaoJun, y unos ojos azules de aspecto delicado que le daban a la cara una imagen serena. En comparación con XiaoJun, parecía frágil.
