Las cámaras dieron una vuelta por el perímetro de la sala y luego dejaron que disfrutáramos del desayuno en paz, tras tomar un último plano del príncipe.
Me sentía algo descolocado por aquellas repentinas eliminaciones, pero JaeHyun no parecía demasiado afectado. Se comió su desayuno sin alterarse y, mientras le miraba, caí en que debía comerme el mío antes de que se enfriara. Al igual que la cena, era casi demasiado delicioso. El zumo de naranja era tan puro que tuve que beberlo a sorbos cortos. Los huevos y el beicon eran una maravilla, y las tortitas estaban hechas a la perfección, tan finas como las que yo hacía en casa.
Oí numerosos suspiros por la mesa y supe que no era el único que estaba disfrutando con la comida. Sin olvidar que tenía que usar las pinzas, cogí una tartaleta de fresas de la cesta que había en el centro de la mesa. Al mismo tiempo, eché un vistazo por la sala para ver cómo les iba a los otros Cinco. Fue entonces cuando me di cuenta de que era el único Cinco que quedaba.
No sabría decir si JaeHyun era consciente de aquello —daba la impresión de que lo único que sabía era nuestros nombres— pero me pareció extraño que ambos se hubieran ido. Si hubiera sido un simple extraño al entrar en aquella sala, ¿también me habría echado a mí? Reflexioné sobre aquello mientras le daba un mordisco a la tartaleta de fresas. Era tan dulce y la masa era tan suave que hasta la última de mis papilas gustativas se activó, imponiéndose de inmediato al resto de mis sentidos. Se me escapó un gemidito involuntario, pero es que aquello era, con mucho, lo mejor que había probado nunca. Le di un segundo bocado antes incluso de haber tragado el primero.
—¿Joven Taeyong? —dijo una voz.
Las cabezas de los otros chicos se giraron al oír la voz, que pertenecía al príncipe JaeHyun. Me quedé de piedra al ver que se dirigía a mí —o a cualquiera de nosotros— con aquella naturalidad y delante de los demás.
Peor aún que la sorpresa era el tener la boca llena de comida. Me la tapé con la mano y mastiqué todo lo rápido que pude. No pudieron ser más que unos segundos, pero, con tantos ojos puestos sobre mí, me pareció una eternidad. Noté el gesto de suficiencia en la cara de Ten mientras intentaba tragar. Debía de parecerle una presa fácil.
—¿Sí, alteza? —respondí, en cuanto hube tragado la mayor parte del bocado.
—¿Está disfrutando de la comida? —JaeHyun parecía estar a punto de echarse a reír, fuera por mi expresión de sorpresa, fuera al recordar algún detalle de nuestra primera conversación clandestina.
Intenté mantener la calma.
—Es excelente, alteza. Esta tartaleta de fresas... bueno, tengo una hermana aún más golosa que yo. Creo que lloraría de emoción si la pudiera probar. Es perfecta.
JaeHyun tragó un bocado de su desayuno y se recostó en la silla.
—¿De verdad cree que lloraría? —dijo, aparentemente divertido ante la idea.
Parecía que lo del llanto le provocaba extrañas reacciones.
Me lo quedé pensando.
—Pues sí, creo que sí. Lo cierto es que no es muy moderada con las emociones.
—¿Apostaría por ello? —respondió al instante.
Observé que las cabezas de los otros chicos iban de un lado al otro, mirándonos, como si estuvieran en un partido de tenis.
—Si tuviera dinero sí, desde luego —sonreí ante la idea de apostar por las lágrimas de alegría de alguien.
—¿Qué estaría dispuesto a apostar en lugar de dinero, entonces? Diría que se le da muy bien hacer tratos —estaba claro que estaba disfrutando con aquel jueguecito. Muy bien. Pues a jugar.
