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Por la mañana no me desperté con el ruido de las doncellas al entrar, aunque ya habían entrado, ni con la preparación del baño, aunque ya estaba preparado. Me desperté con la luz que se coló por mi ventana cuando Anne retiró suavemente las pesadas y elaboradas cortinas, tarareando con dulzura alguna canción, encantada con su trabajo.

Yo aún no estaba listo para ponerme en marcha. Había tardado mucho en relajarme después de tanta tensión, y aún más tiempo en dormirme al darme cuenta de lo que significaría exactamente aquella conversación en el jardín. Si tenía ocasión, le pediría disculpas a JaeHyun. Sería un milagro si me daba incluso ocasión de hacerlo.

—¿Jovencito? ¿Está despierto?

—Noooo —gimoteé, con la cara contra la almohada.

Pero Anne, Mary y Lucy se rieron ante mis lamentos, y eso bastó para hacerme sonreír y para que me decidiera a ponerme en marcha.

Es probable que con aquellas chicas fuera con las que más fácilmente podía llevarme bien de todo el palacio. Me pregunté si podrían llegar a convertirse en confidentes de algún tipo, o si la disciplina y el protocolo las habrían hecho completamente incapaces de compartir incluso una taza de té conmigo. Aunque fuera un Cinco de nacimiento, ahora mismo tenía todos los atributos de un Tres. Y si eran criadas, tenían que ser Seises. Pero a mí aquello no me importaba. Me encontraba bien en compañía de Seises.

Entré muy despacio en el monstruoso baño; cada paso que daba resonaba en aquel enorme espacio de azulejo y cristal. A través de los grandes espejos vi que Lucy se fijaba en las manchas de tierra de mi bata. Luego los ojos atentos de Anne cayeron en ellas. Y después los de Mary. Por suerte, ninguna de las dos hizo comentarios. Uno de mis temores era que me acribillaran a preguntas, pero estaba equivocado. Evidentemente les preocupaba muchísimo que me sintiera cómodo. Si me preguntaban qué había estado haciendo fuera de mi habitación, o, peor aún, fuera del palacio, resultaría muy embarazoso.

Se limitaron a quitarme la bata con cuidado y a llevarme al baño. No estaba acostumbrado a desnudarme en presencia de otras personas, ni siquiera de mamá o de Karina, pero no parecía que hubiera otra opción. Aquellas tres mujeres me ayudarían a cambiarme de ropa durante todo el tiempo que pasara allí, así que tendría que aguantarlo hasta el día de mi partida. Me preguntaba qué sería de ellas cuando yo me fuera. ¿Las asignarían a otros chicos que necesitaran más cuidados a medida que avanzara la competición? ¿O ya tenían otros trabajos en el palacio de los que habían sido excusadas temporalmente? Me pareció maleducado preguntarles qué era lo que hacían antes o insinuar que no estaría mucho tiempo allí, así que no lo hice.

Tras el baño, Anne me secó el cabello. Casualmente resaltaban las flores de uno de los trajes de día que mis doncellas habían hecho para mí, y ese fue el que escogí. Mary me maquilló con tonos tan suaves como el día anterior, y Lucy me extendió una loción por los brazos y las piernas. Había una gran variedad de joyas entre las que escoger, pero yo les pedí mi cajita. Allí dentro tenía un minúsculo collarcito con un ruiseñor que me había regalado mi padre, y era plateado, así que hacía juego con el broche con mi nombre.

Anne, Mary y Lucy me supervisaron con la mirada y sonrieron, satisfechas. Me tomé aquello como un indicador de que mi aspecto era correcto para el desayuno. Me despidieron con sonrisas, reverencias y buenos deseos, y me puse en marcha. A Lucy le temblaban las manos de nuevo.

Subí al vestíbulo de arriba, donde nos habíamos encontrado todos el día anterior. Era el primero, así que me senté a descansar en un pequeño sofá. Poco a poco empezaron a llegar los otros. Enseguida observé una constante: todos los chicos tenían un aspecto fenomenal. Lucían el cabello recogido en elaborados peinados, dejando la cara despejada. Llevaban un maquillaje cuidado a la perfección y unos esmoquins planchados inmejorablemente.

🏹 JaeYongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora