Epílogo

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Dos años después...

Ella era dulce. Tal y como la recordaba cuando la conocí en Londres hace unos años. Mirarla mientras que tomaba sol en la piscina, me hizo recordar cuantas noches pasamos juntos antes de dedicarnos a este negocio.
Tras rehacer mi vida con mi difunta esposa, jamás pensé que ella moriría con aquella enfermedad. Sin embargo, un rayo de luz apareció una vez en la pantalla del televisor. La fotografía en los noticieros de Martina, me hizo querer buscarla. Más aun, cuando aún llevaba tres meses de viudo.
No me pesó haberla ayudado en tiempos de guerra y en tiempos difíciles. Ahora sabía que era la mujer de mi vida.
Me acerqué a ella para contemplarla de cerca. Pero también lo hacía, porque tenía que hacer algo. Algo que solo hice una vez en la vida.
Hacía mucho tiempo que no era tan feliz como lo había sido con Martina. No me arrepentí de haberla salvado cuando estaba en peligro con Salazar en aquel almacén. Ahora comprendía que era más que La Reina de Corazones. Era mía. Mi Reina. Y ya estaba más que demostrado.
Ante ella en pocos segundos, le di un beso en los labios. Uno que recibió con mucho gusto.
―Ya has vuelto ―dijo ella.
―Si, nena.
―¿Como han ido esos negocios? ―me preguntó.
―Todo bien. La mercancía en su sitio y el dinero también.
―Me alegro.
Hicimos una breve pausa. Una en la cual estaba nervioso.
Ella me miró y me preguntó segura:
―¿Que te ocurre, Daniel?
―Martina, puedes incorporarte un poco por favor.
―¿Qué ocurre? Me estas asustando.
Saqué de mi bolsillo una caja de terciopelo blanca y me arrodillo. Y me temblaban tanto las piernas que no sabía cómo decirlo.
Abrí la caja de terciopelo y allí estaba un precioso anillo de compromiso.
―Martina, se lo qué opinas del matrimonio. Sin embargo, tengo que pedírtelo.
Hice una breve pausa.
―Martina Russo, ¿quieres casarte conmigo?
Entonces le miré a los ojos y vi ese brillo especial. Uno que logre entender al instante lo que pasaba. Ya que ese brillo lo tuvo mi difunta esposa cuando le pedí matrimonio hace ya algunos años.
―Sí ―me dijo.
Ella se abalanzó sobre mí y me besó sin dudarlo. Tanto que pude sentir la necesidad de hacerla mía.
Volví a tumbar a Martina encima de la cama de tomar el sol y le hice el amor, hasta que el sol se ocultó.
Ahí entendí que la felicidad no se consigue a la primera. Si no, cuando logras hacer un esfuerzo mayor por las personas que quieres. Personas que estarán a tu lado por el resto de tu vida. O al menos, hasta que en este mundo te la arrebaten.

Fin.

Yo Gano. Ya No Soy Tuya (Algo Prohibido #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora